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lunes, 31 de diciembre de 2012

El sentido del ayuno




Al-Hásan al-Basri pasó durante un Ramadán junto a un grupo de personas que reían y bromeaban entre sí, y dijo:
         “Allah ha hecho de Ramadán una ocasión para que criaturas compitan en Su obediencia. Unos han tomado la iniciativa y han triunfando obteniendo lo que Allah ofrece. Otros, se han quedado atrás, y están hundidos en la privación. Me sorprende el que juega y ríe el día en que unos se adelantan y ganan y otros retroceden y pierden. Si pudiera verse la realidad de lo que es Ramadán, el excelente agradecería su suerte y el infortunado se apenaría por su fracaso”.

         Ramadán es Midmâr al-Jalq, un campo de competición entre las criaturas. El Corán dice: “Rivalizad en lo bueno”, y Ramadán ha sido señalado como ocasión propicia para desatar toda la energía que hay en el musulmán y que lo habilita para consagrarse a Allah, al Corán y al bien. Es como si Ramadán fuera un rico almacén que abre sus puertas un mes al año donde hacerse con las provisiones necesarias para continuar el viaje de la vida. Alguien le dijo a al-Áhnaf ibn Qáis: “Ya eres viejo, y el ayuno sólo te debilita aún más”, y él respondió: “Lo estoy convirtiendo en provisión para un largo viaje. Ser firme en la obediencia a Allah es mejor que tener que soportar su tormento”.

         Ramadán sólo tiene total cumplimiento cuando se observan todas sus condiciones. Unas son formales: abstenerse de satisfacer los apetitos del vientre y el sexo desde poco antes de amanecer hasta que se pone el sol. Otras, son condiciones espirituales: recogimiento con abstención de lo que complace a los sentidos, evitando las miradas lascivas, que la lengua se explaye, que el oído atienda a lo indebido y que las manos y los pies cometan cualquier acto vil, además de mantenerse en la austeridad y estar pendiente de Allah.
         Los alfaquíes dicen: “Quienes cumplen con las condiciones formales ha satisfecho la orden que le ha sido dada de ayunar en Ramadán”, y ello es cierto porque los expertos en las ciencias formales (fuqahâ az-zâhir) dirigen sus enseñanzas al común de la gente para unirlas en el Islam y no dejar a nadie excluido. Es decir, lo más fácil es abstenerse durante el mes de Ramadán de comer, beber y de mantener relaciones sexuales durante el día, y con ello se considera que se ha cumplido suficientemente con este pilar del Islam, y quien es incapaz de atender a las demás exigencias, que requieren una constante vigilancia y un empeño que supera las fuerzas de los más, no debe agobiarse pensando que es incapaz de responder a Allah.

         Los fuqahâ az-zâhir, que son los alfaquíes comunes, por tanto, sólo estudian y comunican el mínimo del Islam y se dirigen a la totalidad de los musulmanes, construyendo con ellos una comunidad de iguales que no margina a aquellos cuyas energías no les permiten desapegarse del mundo. Pero lo cierto es que las exigencias espirituales, que son las que interesan a los expertos en las ciencias interiores (fuqahâ al-bâtin), tienen un fundamento más sólido en el Corán y en la Sunna, y son la verdadera clave de la validez del ayuno. Cuando alguien cumple exclusivamente con las condiciones formales realiza un ayuno correcto, pero si a ello le añade la observación de sus condiciones interiores, entonces lo ha completado haciéndolo no sólo correcto, sino también válido.

         Los fuqahâ al-bâtin, los alfaquíes expertos en ciencias del corazón, son llamados también ‘ulamâ al-âjira, los sabios en lo que respecta al más allá. Para ellos, la validez de un acto depende de que sea aceptado por Allah, y que sea aceptado por Él significa que sea de ayuda para llegar a Él. Llegar a Él significa beber de su Misericordia y sumergirse en Su Abundancia, de modo que el ser del hombre se embebe de Inmensidad. El acto de un musulmán es verdaderamente válido cuando cumple las condiciones que lo hacen aceptable por Allah y tengan como fruto un crecimiento del espíritu. Ese crecimiento es la recompensa de Allah, y alcanzarlo es el triunfo. Por ello, las condiciones interiores son de suma importancia y no deben desatenderse.

         Los fuqahâ al-bâtin, que son los ‘ulamâ al-âjira, enseñan que ayunar en Ramadán tiene como objetivo que el musulmán adquiera “una naturaleza samádica”. Sámad es uno de los Nombres de Allah que significa Resistente, Irreductible, Imperturbable, Autosuficiente -todo esto junto-, y tiene que ver inmediatamente con su Unidad-Unicidad: qul huwa llâhu áhad allâhu s-sámad, “di: Él es Allah Uno, Allah el Sámad”. El ayuno de Ramadán -en sus dos aspectos, el formal y el espiritual- es una forma de acceder a la comprensión de lo que significa Allah acercándonos a su verdad como Sámad. A esto se le llama at-tajalluq bis-samadía, la adopción de una naturaleza samádica. Con el ayuno, cumpliendo todas sus condiciones, el musulmán se sumerge en el Insondable, para regresar cada atardecer a su mundo fortalecido en esa experiencia. Al atardecer, al romper el ayuno, resulta que ha conocido con su ser a Allah, y retorna irremisiblemente a su condición humana, habiendo aprendido también algo de sí mismo y de sus necesidades, reconociéndose, a la puesta del sol, en su vulnerabilidad. Ramadán eleva al musulmán y le muestra algo de Quién es Allah y de quién es él.

         Con el ayuno de Ramadán, el musulmán también pretende asemejarse a los ángeles (at-tashábbuh bil-malâika), que son seres de luz privados de pasiones y apetitos. Proponiéndose en lo posible el ejemplo de los ángeles, el ser humano se eleva definitivamente por encima de su condición animal, pues la luz de su inteligencia se lo permite hasta cierto punto. La inteligencia coloca al hombre en un rango intermedio entre los animales y los ángeles: cuando se sumerge en sus pasiones y apetitos se acerca al grado de los animales, cuando los trasciende se eleva hasta el horizonte de los ángeles. Dicho de otro modo, el hombre se compone de ego y de corazón: por su ego busca su exclusiva satisfacción y por su corazón aspira a lo infinito. Por su condición sutil y desapegada de la materia, los ángeles están cerca de Allah, y acercarse a ellos es acercarse a Allah. Acercarse quiere decir adoptar su naturaleza, pues el que busca asemejarse a algo se acerca a esa cosa. Y, al igual que sucedía en el caso anterior, al atardecer el musulmán retorna a su grado humano habiendo saboreado formas de ser que abren su entendimiento y lo emancipan de su tendencia a lo más fácil, al carácter animal de su egoísmo.

         El at-tajalluq bis-samadía y el tashábbuh bil-malâika no se logran más que cumpliendo con todas las exigencias del ayuno, las formales y las espirituales. Pero de nada sirve obsesionarse en los pormenores del ayuno si no se tiene como objetivo lo que posibilitan las enseñanzas interiores. Si uno se priva tan sólo de comer y beber durante el día sin hacer ayunar al resto de su ser, tan sólo satisface una de las demandas de Ramadán. Es cierto que con ello cumple con un mínimo, pero no saca del ayuno más que haber pasado hambre y sed, tal como enseñó el Profeta (s.a.s). Sin duda, esa hambre y esa sed son bendiciones, pues calman y amansan a su animal, pero no despiertan su corazón. El corazón sólo emerge cuando se abandonan todas las vilezas y la atención es puesta en Allah.

         El Profeta (s.a.s.) dijo: “El ayuno es un depósito que Allah os ha confiado. Que cada uno de vosotros guarde con celo lo que le ha sido confiado”. Lo que Allah ha puesto bajo la vigilancia del ser humano, éste debe salvaguardarlo y evitar que se pierda. El Corán dice: “Devolved (en buen estado) lo que se os ha confiado a su Dueño”, y el Profeta (s.a.s.) se llevó las manos a los oídos y a los ojos y dijo: “El oído es un depósito entregado al hombre en confianza y el ojo es un depósito entregado al hombre en confianza”. Si juntamos ambos temas, obtenemos que el oído y el ojo forman parte del ayuno, que es la Amâna, el depósito confiado por Allah al ser humano. Es obligación de cada musulmán proteger y preservar todo lo que Allah le ha dado, y no exponerlo a la destrucción y el daño. Por ello, el Profeta (s.a.s.) recomendó al que estuviera ayunando y fuera agredido o insultado por alguien que, en lugar de responder a la provocación, le respondiera: “Estoy ayunando, estoy ayunando”, que es como si le dijera: “Allah me ha obsequiado con el oído y no estoy dispuesto a echarlo a perder atendiendo a las afrentas y me ha obsequiado con mi lengua y no estoy dispuesto a malgastarla en responder a la estupidez. Ha depositado en mí ojos, que no voy a gastar en mirar la superficie de las cosas. Me ha dado manos que no voy a utilizar en defender mis derechos y pies sobre los que no voy a ir a responder a quien me provoque”. Quien ayuna de este modo permite a su corazón atender cosas más importantes, y ese es el núcleo del ayuno.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Salahuddin (Saladino) un modelo de musulmán




 Sin lugar a dudas los musulmanes prestamos gran atención al mundo de hoy en día. Los musulmanes están sujetos a guerras, masacres y a campos de concentración. Sus tierras son ocupadas, sus riquezas expoliadas y sus hijos brutalmente asesinados. La gente observa todo esto y se da cuenta de dicha situación pero no sabe por que está sucediendo. Entre los musulmanes empiezan a cundir el desánimo, a veces pierden la fe de que el mañana será mejor que el presente. Gritan “¿Cuándo llegará la victoria de Allah?”, y Allah responde: “En verdad la victoria de Allah está próxima”(Sura Al-Baqara 2:214)

    El fenómeno de la depresión no es algo nuevo en la historia. Habitualmente la gente se siente abrumada con mucha rapidez. Algunos, si no la mayoría de musulmanes sienten que se están enfrentando a una situación sin salida, desarrollando una aproximación fatalista cuando encaran estos hechos. Empiezan a sentir que no tienen poder en absoluto para llevar a cabo algún cambio, es más, piensan que el único cambio posible es a peor y que no habrá resultados positivos en un futuro previsible.

    El vivir en la era de las comunicaciones magnifica el efecto negativo que estamos sintiendo. Todo lo que ocurre en algún punto del globo se conoce inmediatamente en cualquier parte del mismo gracias a los fax, internet, teléfonos y toda la tecnología desconocida en el pasado.

En el pasado los desastres acontecían y a veces el peor de los escenarios cobraba realidad pero pasaba gran cantidad de tiempo hasta que la gente tenía conocimiento de los hechos, de tal forma que cuando llegaba la noticia hasta puntos distantes el impacto relatado ya había pasado.

No deberíamos pensar que las catástrofes y desgracias son exclusivas de nuestra era.

    Allah dice: “Si habéis recibido alguna herida, en verdad que los incrédulos han recibido ya una herida similar. Y hacemos que esos días se sucedan alternativamente entre los hombres para que sean exhortados, y para que Allah pueda distinguir a los que creen y escoja testigos de entre vosotros; pues Allah no ama a los injustos”. (Sura Al-‘Imran, 140)

Es muy importante que entendamos que si somos tocados por una herida, otra gente ha sido también tocada por una herida similar, y que tales días rotan en la humanidad.

    Por tanto, no estamos solos en este asunto, y en la batalla de la vida no es crucial ganar cada una de las batallas. Siempre y cuando nuestra intención se mantenga pura, la victoria llegará. Salahudin (Saladino), el gran muyahid (guerrero) fue un claro ejemplo de esto. Aunque no ganara todas las batallas, su firmeza y perseverancia, su fe y su certeza en las palabras y promesa de Allah le condujeron a la gran victoria sobre los Cruzados.

    Salahudin al-Ayubi (Saladino) fue capaz de derrotar a los Cruzados en la batalla de Hattin en el año 583 de la Hégira, devolviendo Jerusalén y otros territorios que habían sido ocupados por los Cruzados a los musulmanes. Nadie imaginaba que esto pudiera ocurrir, pero ocurrió.

Dedicó toda su vida a la lucha por la Causa de Allah. No escatimó esfuerzos en ayudar a los musulmanes oprimidos de Jerusalén, ni disfrutó de los placeres de su condición de príncipe, que lo podía haber hecho, sino que dedicó su vida al rescate de Jerusalén y sus gentes.

    Incluso rechazó el consejo de sus hombres cuando éstos le sugirieron que se tomara un descanso durante el mes de Ramadán diciéndoles, “El periodo de vida de un hombre es corto, la muerte no avisa y dejar a los ocupadores en las tierras musulmanas un solo día más, teniendo la oportunidad de desalojarlos, es un acto abominable que no podría soportarlo.” Siguió con sus conquistas a lo largo de todo el mes bendito de Ramadán hasta su muerte.

    Nunca deberíamos mirar a Salahudin como a una persona, porque no fue un mero individuo, sino más bien un fenómeno; un regalo de Allah a la Umma porque ésta alcanzó el punto en el que empezaba a merecer la victoria.

    Allah nos dio una fórmula simple que si la cumplimos la victoria estará al alcance de nuestras manos. La fórmula mágica a la que no prestamos mucha atención hoy en día es, “¡Oh vosotros los creyentes! Si ayudáis a la causa de Allah, Él os ayudará y hará firme vuestros pasos.” (Sura Muhammad, 7)

    Si obedecemos a Allah, Él nos otorgará la victoria en retribución. Es algo simple. Y obedecer a Allah supone el cuidado, la compasión y la ayuda a los musulmanes oprimidos en todo el mundo y especialmente en la tierra ocupada de Palestina.

Otro ejemplo es la batalla de Badr que tanto influyó la historia de los musulmanes en los primeros días.

Allah nos describe un simple hecho histórico, “Y Allah os había ayudado ya en Badr cuando erais débiles. Tomad pues a Allah como vuestro Protector para que seáis agradecidos.” (Sura Al-‘Imran, 123)

    ¿Por qué Allah hizo aquello?, lo hizo porque los musulmanes se merecían la victoria, porque su hacer estaba en consonancia con las enseñanzas de Allah. Sabían que los medios materiales, aunque importantes, no son nada en comparación con el Poder de Allah, el Poderoso. La victoria es un regalo de Allah a aquellos que se lo merecen; si nos mereciéramos la victoria en estos días nos habría sido concedida.

    Para alcanzar la victoria antes debemos vencernos a nosotros mismos, a nuestros deseos, a nuestros egos. La batalla contra nuestro ego es la primera que debemos ganar. La victoria significa estabilidad, significa vivir de acuerdo a las enseñanzas del Corán y a las enseñanzas del Profeta (s.a.s.)

    Si miramos el mundo actual, podemos observar que nuestras comunidades en todo el mundo viven en el error. Nos hemos desviado del Corán y de las enseñanzas del Profeta (s.a.s.). Por tanto debemos considerar la situación desde una nueva perspectiva, no desde la perspectiva de conseguir abundante poder material porque esto no es suficiente, aunque importante, para conseguir la victoria. Lo que realmente nos hace falta es mirar hacia atrás y cambiar nuestros egos desde dentro, y, como digo, después de unos años, o tal vez de unos meses, empezaremos a ver el fenómeno moderno de Salahudin reaparecer y las cosas empezarán a transformarse.

    En el tiempo de los Tártaros el mundo parecía que iba a ser devorado por su aplastante poderío, sin embargo empezaron a abrazar el Islam en masa. Lo que parecía imposible sucedió, porque Allah es El Único que tiene la llave de los corazones y Él es el Único que da la victoria a quien quiere,”...y la ayuda solo procede de Allah, el Poderoso, el Sabio.” (Sura Al-‘Imran, 126)

    La victoria no viene de nosotros, la victoria no viene por el mayor número; tan solo viene de Allah el Más Elevado, el Sabio, y la da cuando ve que hemos aprendido nuestra lección.

    Allah dice: “¿Pensáis que entraréis en el Paraíso sin antes pasar por la situación de quienes os precedieron? La pobreza y las calamidades los alcanzaron, y fueron violentamente sacudidos hasta tal punto que el Mensajero y los que con él creían dijeron: -¿Cuándo vendrá la ayuda de Allah?-, Sí, en verdad la ayuda de Allah está cercana.” (Sura Al-Baqara, 214)

    Este verso nos habla de que seremos puestos a prueba, de una tribulación que tendremos que sufrir, porque la vida terrenal no es un fin en sí mismo, sino que lo que debemos atravesar es el medio de preparación para afrontar la vida próxima.

    Imagine que los siervos de Allah empezaran a hacer la siguiente pregunta: ¿Cuándo vamos a alcanzar la victoria?; este verso en realidad es un buen recordador de que no estamos solos en estos días duros porque la gente que nos precedió afrontó pruebas y tribulaciones hasta ser sacudidos a tal punto que aquellos que seguían al Mensajero llegaron a preguntar cuándo les iba a llegar la victoria!, y la respuesta le vino de Allah: En verdad la victoria está al alcance de la mano.

    Otro día difícil que tuvieron que afrontar los musulmanes en su historia fue el día de Hunain, “En verdad, Allah os ayudó en muchos campos de batalla y en el Día de Hunain, cuando vuestro gran número os hizo orgullosos pero no os sirvió de nada; y la tierra con toda su amplitud, se os quedó estrecha y entonces volvisteis la espalda en retirada.” (Sura At-Tawba, 25)

    Durante la batalla de Hunain los musulmanes comenzaron a sentirse orgullosos por su gran número. Este es otro lado de la ecuación. Era la primera vez en la historia en la que los musulmanes igualaban en número al de sus enemigos, habían reunido a doce mil hombres, justo igual que sus enemigos, aunque anteriormente habían sido un número inferior, y así empezaron a pensar que la victoria estaría con ellos y todos sabemos ya lo que pasó. Desde el comienzo empezaron a perder coraje porque no reconocieron que la victoria no viene del poder humano, sino de Allah el Sublime, el Todopoderoso.

    Por tanto, empecemos a llevar a cabo nuestra parte, retornemos a Allah Todopoderoso y limpiemos nuestros egos internos. La purificación de nuestros egos es lo que realmente importa y ser sinceros en el trato con las situaciones que vivamos y en el trato con los demás.

Sintamos la fuerza de la comunidad de los musulmanes y pongamos nuestras manos juntas en el amor y la ayuda mutua. Invitemos al mundo a ver nuestra auténtica y verdadera realidad.        

    No somos, como piensan ciertas mentes estrechas, un grupo de gente desesperada que quiere amenazar al mundo entero. Esto no forma parte del Islam. Si esto hubiera sido el Islam, el Mensajero de Allah (s.a.s.) se hubiera comportado de forma diferente en At-Ta’if. A pesar del trato rudo que recibió no perdió la esperanza ni se desesperó, sino que invocó a Allah el Todopoderoso para que les guiara a la sabiduría del Islam y a la belleza del da’wa.

    Por tanto nuestro deber ahora es hacer mucho du’a a Allah y pedirle que nos dé de nuevo el fenómeno de Salahudin. Cuando empecemos a merecérnoslo, e in sha Allah que así sea, entonces aparecerá.

    No somos diferentes de aquellos que nos precedieron, solo tenemos que empezar y ver como la promesa de Allah es cierta y que ocurrirá, porque no es la promesa de un ser humano, sino la promesa de Allah. Todo lo que necesitamos hacer es empezar y sentir que podemos hacerlo. Salahudin está esperando a la vuelta de la esquina.

Los descendientes de 'Ali (a.s.)




Amîr al-Mûminîn ‘Ali ibn Abî Tâlib (radiallahu ‘anhu), cuarto califa del Islam, tuvo dieciocho hijos y diecisiete hijas. Fueron el origen de una dinastía (los ‘alawíes) que llega a nuestros días, de una importancia histórica innegable. Veamos a continuación la lista de los hijos varones del Imam ‘Ali:

          De su unión con Fátima, hija de Sidna Muhammad (s.a.s.): al-Hásan, al-Husáin y al-Múhsin (que no aparece en todas las fuentes sobre la genealogía de los ‘alawíes).
          De su unión con Jawla: Muhammad, más conocido como Ibn al-Hanafía.
          De su unión con Umm al-Banîn: ‘Abbâs el mayor, ‘Abd Allah, ‘Ozmân el mayor, Ŷa‘far el mayor.
          De su unión con as-Sabha, llamada Umm Habib: ‘Omar.
          De su unión con Layla bint Mas‘ud: Abu Bakr, Abd ar-Rahman, ‘Ubaid Allah.
          De su unión con Asma bint ‘Umais: Yahya, ‘Awn, Muhammad el menor.
          De su unión con Umama bint Abi l-‘As: Muhammad el menor (o el segundo).
          De su unión con otras mujeres: Ŷa‘far el menor, ‘Abbâs el menor, Omar el menor, ‘Ozman el menor, Muhammad el menor.

          A su vez, cinco de todos esos hijos dejaron descendencia: al-Hásan, al-Husayn, Muhammad ibn al-Hanafía, ‘Omar y ‘Abbas.

          La fidelidad de los partidarios de ‘Ali (shi‘a) se centró en al-Hásan y al-Husayn, y durante algún tiempo en Muhammad ibn al-Hanafía, y sus descendientes. Las reivindicaciones de los shi‘a en favor de los ‘alawíes fueron, en general, de dos tipos. Para los shi‘a extremistas, los imames ‘alawíes eran los herederos espirituales tanto en lo religioso como en lo espiritual del Profeta, y por tanto habían conservado o retomado la inspiración divina. Para los shi‘a moderados, eran los herederos legítimos del Profeta como jefes de la Umma, y tenían más derechos a la sucesión que los califas reinantes, a quienes los shi‘a consideraban usurpadores. Los primeros ‘alawíes rechazaron siempre tener cualquier relación con los extremistas y desaprobaron sus ideas. Por otra parte, parece que dieron su asentimiento -más o menos tácito- a las reivindicaciones políticas hechas en su favor por los shi‘a moderados. No obstante, existen numerosas tradiciones entre los sunníes en las cuales los ‘alawíes denuncian las pretensiones de sus partidarios. En cualquier caso, los ‘alawíes tienen poco que ver con el desarrollo doctrinal de la shi‘a en la progresiva idealización de la figura del Imam, que fue el colofón que se dio a unas primeras reivindicaciones que solo tenían que ver con la aspiración al califato, basada en una legitimad derivada del parentesco con el Profeta. En este sentido, es clara la carta de Muhammad ibn ‘Abd Allah, un pretendiente ‘alawi al califato, enviada al califa al-Mansur en el 767, así como los versos de los pro-‘alawíes al-Kumait y Kuzair. La carta de Muhammad es especialmente interesante por el hecho de que el autor reivindica una ascendencia hasta el profeta puramente árabe por los dos lados, el paterno y el materno, sin ninguna mezcla extranjera ni esclava -retomando así el principio aristocrático de sucesión de los mismos omeyas a los que se oponía (por el cual ya se había excluido el hijo de una madre esclava como Maslama) y rechazando la regla musulmana seguida por los ‘alawíes husainíes (varios de cuyos imames eran hijos de madres esclavas), y más tarde de los ‘abbasíes. Al principio, las pretensiones de los ‘alawíes se apoyaba sobre la ascendencia de ‘Ali, pariente del Profeta, y no en la de Fatima, esposa de ‘Ali e hija de Sidna Muhammad (s.a.s.), pues, según las ideas del tiempo, el parentesco con el Profeta en línea masculina tenía más importancia que su descendencia por línea femenina (así es en el discurso revelador atribuido a ‘Ali en Siffin, en el que se califica solamente como ‘primo del Profeta’). Por tanto, se reivindicaban derechos fundados en el parentesco a favor de los descendientes de ‘Ali con otras mujeres a parte de Fátima, e incluso a favor de descendientes colaterales de Abû Tâlib. Fue solamente tras la usurpación de los derechos de los ‘alawíes por sus primos ‘abbasíes cuando comenzó a insistirse sobre la descendencia directa del Profeta por Fátima. Parece que en el desarrollo de esta nueva regla, el sexto Imam, Ŷa‘far as-Sâdiq, jugó un papel bastante importante.

          Tras el fracaso del levantamiento de al-Husain y la masacre de karbala (680), en la que una gran cantidad de ‘alawíes fueron asesinados, los pretendientes ‘alawíes permanecieron políticamente inactivos, reconociendo la casa reinante y, a veces, incluso sosteniéndola. Prefirieron residir en Meca o Medina, lejos de los principales centros políticos, y, aunque seguían proclamando sus derechos, hicieron poco por alcanzarlos. Algunas de las actividades que desarrollaron en ese sentido pueden ser calificadas de procedimientos más que de rebeldías, pues concernían a sus propiedades y no a sus derechos políticos. En la tradición shi‘í se da a esa pasividad una apariencia religiosa y se la convierte en prototipo de taqiyya, ocultamiento, disimulo, práctica que caracteriza a los shi‘íes.

          Hacia mediados del siglo VII (el segundo después de la Hégira), creció un gran descontento contra los omeyas que parecía favorecer a los ‘alawíes. En el 740, el ‘alawi Zaid ibn ‘Ali ibn Husain intentó el primer golpe de estado después de Karbala. Tras su muerte, pronto seguida de la de su hijo Yahya, el empuje de los ‘alawíes se quebró y sus primos ‘abbasíes se apropiaron de su causa y aprovecharon las circunstancias. La primera manifestación importante de la cólera de los ‘alawíes ante la victoria ‘abbasí fue la revuelta de dos hermanos hasaníes Muhammad e Ibrahim ibn ‘Abd Allah respectivamente en Medina y Basra (Basora). Los dos movimientos fueron ahogados en sangre, y el califa al-Mansur adoptó una política de represión violenta hacia los ‘alawíes, un gran número de los cuales fueron detenidos y ejecutados. Su sucesor, al-Mahdi, mostró más clemencia hacia los ‘alawíes, pues ello formaba parte de su política de apaciguamiento; pero como esa clemencia no satisfizo a los ‘alawíes, fue abandonada por al-Hadi cuya dureza condujo a los ‘alawíes a una rebelión abierta. El levantamiento de Husain ibn ‘Ali, conocido bajo el nombre de Sâhib Fajj por el lugar en el que murió en el 786, fue rápidamente reprimido, pero Idris, un hermano del desafortunado Muhammad ibn ‘Abd Allah, huyó al Magreb donde fundó la primera dinastía ‘alawi, la de los idrisíes fundadores de Fez. Harun ar-Rashid atenuó la severidad de al-Hadi, pero tras la revuelta de Yahya ibn ‘Abd Allah en el 792-3, volvió a vigilar de cerca a los ‘alawíes, y el husainí Musa al-Kazim murió en prisión. Durante ese tiempo algunos zaidíes (descendientes de Zaid ibn Hasan) se refugiaron en Dailam donde, en el 864, pudieron establecer la primera de una serie de dinastías locales. El califa ‘abbasí al-Mamun, a su advenimiento, debió hacer frente a las revueltas pro-‘alawíes de Abu s-Saraya, asociado al hasaní Muhammad ibn Ibrahim, llamado Ibn Tabataba, en Mesopotamia en el 814, y las de Muhammad ibn Ŷa‘far conocido bajo el nombre de Muhammad ad-Dibaŷ, en Meca en el 815. Bajo los sucesores de al-Mamun, las relaciones entre los ‘abbasíes y los ‘alawíes se radicalizaron llegando la crisis a su máximo bajo los insultos y las persecuciones de al-Mutawakkil. Se cuenta, sin embargo, que al-Muntasir trató a los ‘alawíes con consideración, pero las revueltas continuaron. La mayor parte de ellas fueron ahogadas sin dificultad, pero otras se tradujeron en la aparición de dinastías locales de raza ‘alawí en regiones tan alejadas como el Magreb, el Yemen y las provincias persas limítrofes con el Mar Caspio.

          La mayor parte de los rebeldes y pretendientes del primer periodo ‘abbasí eran de la línea de al-Hasan. Los descendientes de al-Husain prefirieron llevar una vida de piedad tranquila. Sin embargo, estos últimos fueron los que a la larga tuvieron mayor influencia. Tras la muerte de Ŷa‘far as-Sadiq en el 765, sexto Imam de la línea de al-Husain, su sucesión fue disputada entre sus hijos Ismail y Musa al-Kazim. Ismail, cuyos derechos fueron reconocidos por un grupo que recibió el nombre de ismailíes, fue el primero de una línea de Imames de los que descendieron los califas fatimíes (algunos autores ponen en duda la autenticidad de este origen). La línea de Musa se detuvo con la desaparición del duodécimo Imam, conocido bajo el nombre de Muhammad al-Mahdi (en el 873). A partir de entonces, las preocupaciones de sus partidarios se hicieron más escatológicas y comenzó a ir siendo formulado el shi‘ismo tal como lo conocemos en la actualidad, desarrollándose el concepto de Imam. Las dinastías ‘alawíes anteriores y posteriores no fueron, en la mayor parte de los casos, shi‘íes, sino sunníes, como en el caso del Magreb donde los ‘alawíes fueron acogidos con veneración y siguen gozando de prestigio.

LA IGLESIA Y EL AMANECER DEL ISLAM





-          INTRODUCCIÓN: La espiritualidad es siempre protesta

-          JUDAÍSMO:

El judaísmo en tiempos de Sidna Isa (as)
La resistencia al poder romano, la revuelta de Simón bar kochba
El concilio de Yamnia y la gran diáspora

-          CRISTIANISMO:

Del profetismo al misterio.
Del misterio al cesaropapismo
La reacción del espíritu; Herejías y monacato

-          ISLAM:

La república mercantil de Meca
La pureza del mensaje
La comunidad de Medina, la assabiya urbana.
De la pequeña medina a la gran Bagdad


INTRODUCCIÓN

            “Nunca es el ser humano es tan grande como cuando está de rodillas ante su Señor” decía el teólogo alemán Dietrich Bonhoffer. Ni tan peligroso para el poder,  podríamos añadir. Él mismo autor de la cita tuvo ocasión de comprobarlo cuando fue procesado y ejecutado bajo el régimen nazi.

             Verdaderamente no hay enemigo más desconcertante para los opresores que la vida espiritual (¿contra qué luchamos? Clama un Abu Sufyán angustiado por la fuerza arrolladora del Islam en la película Ar Risala); intentan atraérsela mientras está en gestación a fin de domesticarla y convertirla, como veremos en una herramienta eficaz para la sumisión de las masas. Pero si resulta independiente y alza su voz denunciando sus desmanes no dudan en desatar las más sangrientas persecuciones; El  noble Corán nos expone reiteradamente esta dialéctica entre poder y espíritu que, alejándonos del marxismo y su estrecha visión economicista podemos señalar como auténtico motor de la historia.

            En el período que nos ocupa (mal llamado edad media). Las tres grandes “religiones” (otro término a desechar en lo que al Islam se refiere) se vieron sometidas al dilema de pactar con el poder para sobrevivir y prosperar aún a costa de traicionar el espíritu por el que fueron fundadas o permanecer fieles a él escogiendo así la vía de la persecución y el martirio. No hay que discurrir mucho para llegar a la conclusión de que fueron los clérigos y sabios los que ávidos de prebendas imperiales prevalecieron sobre los hombres y mujeres de espíritu, al menos es lo que los más pesimistas alegarán. Yo en cambio soy de la opinión de que es la fidelidad a la palabra revelada la que, al final, gana la partida a pesar de la espectacularidad de los fraudes imperialistas. Es lo que me propongo defender insha' Allah.


EL JUDAÍSMO

            Durante siglos la comunidad-nación Israelita fue única en su entorno erigiéndose en el único grupo humano libre de idolatría. Su misma génesis como pueblo es una epopeya liberadora que comienza en la época patriarcal, cuando las tribus nómadas adoran al Dios que camina con ellos por el desierto, al Dios irrepresentable, incognoscible e innombrable en su máxima alteridad incomprensible para los pueblos vecinos. Esta epopeya liberadora culmina en Sidna Musa (a.s.) enfrentado por Allah al máximo poder terrenal de la época como era el Egipto faraónico y protagonizando la primera revolución conocida de la historia, declinando con la adopción de la monarquía por influencia de otros pueblos, aunque esta institución jamás dejó de ser hostigada, como ya sabemos, por las voces de los profetas. La tragedia del exilio en Babilonia (570 aC) dio forma a lo que hoy conocemos como religión judaica, si bien ya en época de los reyes se instituyó una fuerte clerecía complaciente con el rey y, como denuncian los profetas bíblicos, ejecutora de un culto hipócrita.

            Desde el exilio, la historia de Israel es un constante empeño de restauración del templo y por tanto de la clerecía. Esta no dudará en aliarse con los poderosos imperios que se suceden en el dominio de la Palestina histórica. Así, el segundo templo es edificado, de manera modesta bajo los auspicios del poder imperial persa (al parecer no les tembló el pulso a muchos escribas judíos al calificar a Ciro el grande de Mesías). Siglos después, Herodes el grande que ha pasado a la historia como la quintaesencia del déspota oriental vendido a sus superiores en occidente. Se propuso, y consiguió devolverle y aún aumentar su primigenio esplendor. A partir de entonces, la nación israelita se divide entre los que observan la religión y temen a Yahvé y los que le adoran con los labios pero se venden al poder romano. Tal es la situación al advenimiento de Sidna Isa (a.s.) y estos son someramente, los grupos que pugnaban en la despiadada arena político-social del judaísmo:

-          Fariseos: El grupo de la burguesía. Eran estrictos cumplidores de la ley y a ella dedicaban todos sus esfuerzos. Su acomodada posición les posibilitaba tomar distancia del ocupante romano al que, desde luego, no cuestionaban.
-          Saduceos: La otra facción burguesa se distinguía de la primera por negar la resurrección no teniendo más influencia que la discusión doctrinal.
-          Publicanos :Colaboraban plenamente con Roma recaudando sus impuestos, por lo que eran odiados por el pueblo
-          Zelotes: Judíos fervorosos que odiaban a los anteriores grupos por haberse acomodado a las fuerzas  ocupantes y luchaban contra estas utilizando los ataques sorpresa en el bullicio de las ciudades o llevando a cabo la guerra de guerrillas. Según los indicios referidos en los evangelios sinópticos, Sidna Isa (a.s.) tuvo a algunos entre sus discípulos. Protagonizaron innumerables revueltas, la más gloriosa de las cuales, la de Simón bar Kochba (año 135 d C) estuvo a punto de triunfar poniendo en jaque al omnipotente ejército romano.
-          Sumo sacerdote: La máxima autoridad religiosa de Israel que recibía el visto bueno del emperador para alzarse en su autoridad.
-          Esenios: De guerrilleros espirituales podemos calificarlos. Desencantados con la jerarquía jerosolimitana tan avezada en traiciones como hemos podido observar, aguardaban el advenimiento del Mesías en su retiro del desierto. De alguna manera son los precursores del monaquismo cristiano dado que vivían dedicados al estudio, meditación y conservación de las escrituras y muchos de ellos permanecían célibes. A su labor de conservación escriturística debemos los manuscritos de Qumram, cuyo hallazgo ha revolucionado los estudios bíblicos.

         El proceso a Sidna Isa (a.s.) así como su supuesta crucifixión estuvieron motivados por su reivindicación del profetismo clásico. La clerecía jerosolimitana no podía consentir que el pueblo se identificara con él y menos aún con un mensaje antiguo a la vez que actual y liberador y que, bien lo sabían ellos, era el verdadero. En los evangelios canónicos el sumo sacerdote Caifás declara “más vale que muera un hombre que toda la nación”. De esta manera, la suprema autoridad judía justifica su connivencia con  Roma. Colaboracionismo que será proclamado a las claras cuando ante Pilatos el sanedrín en pleno declare: “No tenemos más rey que el emperador de Roma”.

        Lo cierto es que Roma, cansada del rincón más levantisco de sus dominios. Recurrió a métodos más expeditivos que el complicado entramado diplomático del que venía haciendo gala aplastando sin piedad la rebelión que desencadenó la primera guerra judía (66-75 d C), poniendo sitio a Jerusalén y destruyendo el templo en el año 75 d C. Años antes, el concilio de Yamnia (70dC) hizo prevalecer la línea legalista de los fariseos, ratificando la condena de Jesús ('Isa a.s.) y sentando las bases del judaísmo rabínico. Después de la rebelión de Simón bar kochba que llegó a formar un estado judío independiente durante tres años (32- 135d C) Jerusalén fue destruida y reedificada como una nueva ciudad romana llamada Aelia capitolina.  La diáspora había comenzado con el asesinato y la dispersión de más de un millón de judíos.

Sin clero, sin templo y sin estado, el judaísmo medieval de la diáspora fue tendiendo cada vez más hacia la mística y el ocultismo. Tendencia que cristalizó en la corriente que conocemos por cábala.

            En el caso del cristianismo, como veremos, Roma tuvo que pactar con la naciente religión al no poder ahogarla en sangre, si bien, salió beneficiada del pacto.


EL PRIMER MILENIO DEL CRISTIANISMO

            Al principio las autoridades romanas no consideraban a los cristianos más que  como una secta judeo-mesiánica más de las muchas que pululaban por las grandes ciudades del imperio. El fenómeno se volvió preocupante cuando “la niña palestina” adoptó los modales griegos de una religión mistérica y fue adoptada por nobles patricios, honestas matronas romanas y plebeyos de toda índole. La nueva religión no sólo trastocaba el orden social concediendo a los esclavos la consideración de hijos de Dios y por tanto hermanos, sino lo más grave: los adeptos de la secta se negaban a rendir culto al emperador lo que equivalía a un delito de alta traición.

            Sin embargo, trescientos años de persecuciones intermitentes no sólo no acabaron con la secta sino que la engrandecieron hasta límites insospechados “la sangre de los mártires es semilla de cristianos” declaró según leyenda un lúcido emperador. Tras la sangrienta persecución de Diocleciano la decadencia del imperio era imparable. La religión oficial romana no era ya factor de cohesión y el cristianismo había salido airoso y fortalecido de su ya larga historia de clandestinidad y penumbra. Constantino el grande (324-337dC) supo ver en la iglesia el aglutinante moral que necesitaba para recomponer la maltrecha cohesión imperial. Sabedor de que no podría atraerse con la represión a una institución ya plenamente integrada en la sociedad romana, lo intentó mediante las prebendas y los favores; El obispo de Roma (el papa)  recibió el palacio de Letrán. Las conversiones interesadas para acceder a cargos de importancia en la administración se pusieron a la orden del día. El mismo emperador, aún sin estar bautizado, se decidió a intervenir en cuestiones doctrinales a fin de que la transición del paganismo a la nueva realidad no fuera traumática para un pueblo que accedía  a la iglesia movido más por el interés y el imperativo de los tiempos que por convicción. El dogma de la santísima trinidad declarado en el concilio de Nicea (325 d C) venía a sustituir de alguna forma a la tradicional triada capitolina; El Jesús “hijo de Dios” era mucho más comprensible para la mentalidad grecolatina que el Jesús profeta, más acorde con el sentir semita. En todo el proceso la jerarquía pagó gustosa el precio para adquirir una omnímoda influencia hasta entonces impensable. De la iglesia doméstica se pasó a la basílica y el derecho romano se encargó de llenar los vacíos legales de una religión ya más centrada en la trascendencia que en los problemas cotidianos (como sostiene Sayyid al Qutb en su obra “la justicia social en el Islam). Sin embargo los clamores de protesta se elevaron por todas las diócesis del imperio.

            Hasta Nicea las iglesias locales habían gozado de independencia administrativa y doctrinal. Eran muchos los evangelios que circulaban entre los cristianos y la tensión entre gentiles y judaizantes estuvo vigente desde los primeros tiempos. Los padres conciliares, instigados por el emperador, destruyeron las copias de los otros evangelios dejando como oficiales los tres sinópticos y Juan. Otras visiones de la fe fueron consideradas heréticas y por tanto duramente reprimidas; entre ellas el arrianismo que afirmaba la unicidad de Dios y veía a Jesús como el más destacado de los profetas.

            Los líderes de las iglesias unitarianas llamados “heresiarcas” por el clero constantinopolitano, se distinguieron por su combatividad y fidelidad a sus principios destacando entre ellos el propio Arrio. Las iglesias del norte de África y gran parte de Hispania eran unitarianas y ello explica en gran parte la rápida expansión del Islam por estas tierras, pues se trataba del puro mensaje profético frente a las increíbles argucias y dogmas incomprensibles de los jerarcas eclesiales engordados en la mesa del emperador.

            La otra forma de protesta fue el monacato. La iglesia comenzaba a estar más preocupada por el poder y el lujo “antes había cálices de palo y pastores de oro, ahora hay cálices de oro y pastores de palo” declara desencantado Juan Crisóstomo. El neoplatonismo fuertemente arraigado entre los cristianos despreciaba la materia a favor del espíritu; la virginidad se puso de moda entre los jóvenes cristianos que reclamaban autenticidad frente a la pompa de la iglesia. Por otra parte la vida en las ciudades estaba comenzando a ser intolerable; la inseguridad, la carestía provocada por una red viaria destrozada por las invasiones bárbaras y el bandidaje, entre otros muchos factores instaron a muchos a abrazar la vida monástica, cuya raíz evangélica es bastante discutible. Así que la hedonista Roma, envejecida y decadente, ahogada en su propio poderío vio como los patricios ricos donaban a la iglesia sus fincas de recreo transformándolas en monasterios que se poblaban de jóvenes que ayunaban y oraban casi constantemente, leían las sagradas escrituras y renunciaban al lujo y los placeres, aún los que son parte fundamental del ser humano  como el amor y la sexualidad. Con el tiempo, los monasterios se convertirán en la única estructura capaz de perdurar; Desaparecen las legiones, los juegos del circo, las termas, las escuelas y sin embargo el monacato es capaz de evangelizar a los estados germánicos que van constituyéndose en los jirones del imperio occidental. Entre los siglos VI y X los monjes irlandeses consiguen convertir a los temibles y muy paganos normandos (vikingos) “domesticando” de alguna forma al mayor azote de Europa en aquellos tiempos. En oriente, los monjes griegos entre los que destacan Cirilo y Metodio propagan la fe entre búlgaros, rusos, magyares y polacos. La clave de estas conversiones masivas son simples; de la reina al rey y de este a todo el pueblo, sin desechar claro grandes dosis de heroísmo y disposición al martirio. A veces, los monjes misioneros recurren a las mitologías paganas para explicar los misterios cristianos (el árbol de navidad entre otras muchas tradiciones son el resultado de estas prácticas).

             Podemos dudar, desde luego, de la sinceridad de estas conversiones, pero si es cierto es que los caudillos bárbaros precariamente cristianizados constituyen junto a sus vasallos el germen del nuevo orden feudal, impuesto por la violencia y el terror. Las ciudades se despueblan, la sociedad se ruraliza, el cortejo de calamidades es tal que el campesinado europeo mira con espanto al año 1.000 de la era cristiana como seguro año del fin del mundo. Solo Carlomagno intentará resucitar al imperio romano, con la intención de convertir la corte de Aquisgrán en una suerte de Atenas cristiana, desde aquel entonces, monarcas y jefes de estado europeos han intentado emularle en el empeño de revivir las viejas glorias de Roma. En occidente la cultura se refugia en los monasterios, en oriente, la iglesia refulge esplendorosa mano a mano con los emperadores de Bizancio, que asistirán perplejos al resurgimiento de la palabra profética, ya por largo tiempo olvidada.

 En suma, en estos siglos la espiritualidad cristiana adquiere los sombríos tintes del milenarismo ante el vacío de poder que deja el imperio romano de occidente. En el imperio bizantino, sin embargo, devenido en auténtica teocracia (los emperadores lo son por derecho divino) la liturgia esplendorosa de inciensos e iconostasios rinde culto al espíritu santo y para ello, se construye el edificio más prodigioso hasta aquel entonces, la basílica de Santa Sofía en Constantinopla, a instancias del emperador Justiniano (527-565).
     

EL SURGIMIENTO DEL ISLAM

            Son varios los mitos historiográficos a derribar cuando tratamos el origen del Islam (o más bien su retorno tratándolo desde una perspectiva creyente). Uno de los más enraizados es el de la Arabia marginada de la historia y a salvo de la codicia de los grandes imperios; Como ya hemos afirmado en repetidas ocasiones, las grandes rutas comerciales surcaban la península arábiga de norte a sur en busca del incienso y los perfumes del Yemen; Las vías comerciales, son canales abiertos a la transmisión de ideas y nuevas formas de vida. Arabia estuvo desde muy antiguo conectada al mundo bíblico y conservaba intactas tradiciones patriarcales que las religiones monoteístas ya de larga historia habían olvidado. La mismas formas de vida y relaciones sociales del tiempo de nuestro amado profeta (s.a.s.) y como no, la religión politeísta que profesaban sus conciudadanos eran más similares a la era patriarcal que al periodo complejo que se abría más allá de los desiertos de Arabia. Cuando las iglesias cristianas habían puesto su fe y sus dogmas al servicio del poder y sus disidentes menudeaban por las más anárquicas y tolerantes ciudades árabes y el judaísmo especulaba con la llegada de nuevos Mesías, el mensaje coránico se pronuncia en diálogo con ambas religiones. La condición de iletrado de Sidna Muhammad (s.a.s.) lo alejan felizmente de las tergiversaciones teológicas y le convierten en tabula rasa para que Allah confirme su mensaje imperecedero y pronunciado en el origen de la vida, pero ¡Ay! Malinterpretado y oscurecido por clérigos y monarcas. 

            El Islam, no se presenta como algo nuevo, sino como lo primigenio, como las más hondas raíces de la relación del ser humano consigo mismo, con el cosmos, con Allah  y por ello despoja al hombre de todas sus ataduras e idolatrías. De ahí Sidna Muhammad no pueda pactar con el poder idólatra; Le ofrecen riquezas sin cuento, le ofrecen el trono vacío de una Meca más bien republicana y mercantil y sin embargo,  él responde que aunque le ofrezcan el sol y la luna jamás aceptaría callarse el mensaje que le quema dentro. Los primeros mártires del Islam son conducidos al suplicio (al igual que los primeros cristianos) como castigo a su desprecio por el estado mequí, simbolizado en los horribles ídolos de Kaaba. En mitad de las más crueles torturas, proclaman el Tawhid frente a la disparidad de los ídolos. Tal es su convicción que ni al profeta (s.a.s.) ni a los sahaba, les importa perder su prestigio y su riqueza cuando arrecia la persecución.

            Una vez que los primeros musulmanes han tomado conciencia de su verdadera identidad son conducidos a la hégira. Es preferible salir de las estructuras opresoras afrontando el exilio antes que pactar con la mentira o perecer bajo sus garras. En la ciudad de Yazrib (Medina, la ciudad del Profeta desde entonces) el Islam teje, ya libremente sus redes sociales de solidaridad y justicia, porque la espiritualidad islámica (es decir, LA ESPIRITUALIDAD) no tiene sentido sino es vivida y compartida, tanto en los más elevados sentimientos como en lo aspectos más nimios de la vida cotidiana) así, la Sunna de Rasul Allah (s.a.s.) sorprende a los creyentes de otras confesiones por su pragmatismo. Esto es, lo que actualmente no entienden las sociedades laicistas emanadas de la tradición cristiana; sociedades en las que es difícil vivir un credo plagado de dogmas y misterios en el ámbito público, más allá del folklore o del “interés cultural”.

            Con todo, También el Islam de los primeros siglos tuvo que afrontar la inevitable “rutinización del carisma”. Omeyas y Abbasidas copiaron  las maneras y el boato de la monarquía bizantina abandonando el igualitarismo coránico.  Algunos juristas y sabios, optaron, como pueda ocurrir hoy en día, en los predicadores del sultán, pero el Islam nunca ha abandonado esa tensión hacia la pureza primigenia; El sufismo se desarrolló precisamente como contestación espiritual a las nuevas maneras de gobierno importadas desde Bizancio y Persia y el poder lo persiguió cuando no le acusó de reducir el Islam a meras prácticas místicas. 

Como conclusión derribemos otro mito; el de el Corán como mensaje apocalíptico. Lo que Allah anuncia en él no es el terror del último día, sino el relativismo de todas las instituciones humanas y seudo divinas e incluso de la propia naturaleza. En consecuencia, ni siquiera  el estado islámico puede ser sacralizado, pues la soberanía absoluta pertenece a Allah. Todo es perecedero menos él.

PERO ES ALLAH EL QUE SABE.

Ahmad Jalil Moreno   

viernes, 28 de diciembre de 2012

La identidad bereber del Magreb




El Norte de África presenta unas situaciones curiosas. En principio, dos etnias, la bereber y la árabe, comparten, con frecuencia mezcladas, una vasta geografía, pero cada una de ellas es identificada por su función en el desarrollo de un drama que enfrenta de modo ambiguo a dos mundos. Dos lenguas, el árabe y el bereber, poseen, cada una de ellas, distintos estatutos; mientras que el árabe goza del carácter de lengua nacional y oficial y disfruta de todos los parabienes, el bereber es relegado prácticamente a la marginalidad y cualquier intento por revitalizarlo se realiza casi de modo clandestino. Esta dualidad es explicada en términos de dominación: los bereberes autóctonos son considerados a veces una especie de reliquia del pasado pre-islámico de la región en trance de desaparecer ante el predominio en todos los terrenos de lo árabe. Los bereberes, o imazighen, herederos de una lengua antiquísima y una cultura milenaria son presentados muchas veces como las víctimas históricas de la agresividad del Islam. El irredentismo bereber, moderado o radical, encuentra fácilmente simpatía en determinados medios, y con frecuencia es utilizado como arma política en distintos debates y contextos.
         Lo árabe, en Marruecos y Argelia, está normalmente vinculado a las ciudades y a los poderes establecidos. El árabe es la lengua del Estado, y su cultura orientalizante es reivindicada en exclusiva como seña de identidad y como proyección. Por su lado, lo bereber, eminentemente rural  y con reminiscencias ancestrales, decae ante la evolución de una sociedad que se orienta en una dirección que niega o desprecia sus valores. Mientras que lo árabe se asocia a lo nacional, la intelectualidad bereber es vigilada como enemiga del Estado y potencial germen desarticulador de la unidad histórica y política de la región, y por lo tanto, es una intelectualidad vigilada y bajo sospecha continua de posible traición a los intereses del Estado y del orden público. Esta situación permite interpretaciones maniqueístas que funcionan bien, pero la realidad es bastante más compleja.

         Y es compleja la situación porque lo verdaderamente decisivo, favorecido, privilegiado y poderoso en la región es lo francés. La cultura que realmente es predominante y agresiva es la francesa. La supuesta rivalidad árabo-bereber se desarrolla en un escenario presidido por un juez extranjero que reparte papeles y sentencia según las conveniencias del momento. En los debates entorno a la llamada cuestión bereber casi siempre se olvida que lo que se disputan las partes en conflicto es un papel secundario en un mundo en el que ambos han perdido el protagonismo y la perspectiva. La hegemonía de lo francés en prácticamente todos los aspectos de la vida cotidiana apenas es cuestionada, mientras que la famosa oposición árabo-bereber es presentada como problema que necesita de una urgente solución.

         En esta conferencia, que será necesariamente sumaria, quisiera destacar sólo algunos aspectos de las relaciones que existen entre lo árabe y lo bereber, dibujar un poco el perfil de los actores de este drama y ver las interferencias que ha habido entre dos mundos condenados a ser complementarios en el Norte de África, entre dos mundos que son, en el fondo, un mismo e idéntico mundo con distintas manifestaciones.

         Mediada la primavera, todos los años, en Swira y sus alrededores, en la costa atlántica del actual Marruecos, tienen lugar unas celebraciones de carácter festivo que van acompañadas de peregrinaciones, las cuales conmemoran durante varios días una leyenda muy extendida y de gran raigambre. Durante esos intensos días se visitan siete tumbas repartidas por toda la región. Se trata de las tumbas o morabitos donde están enterrados los siete Regraga, nombre antiguo de la región y de sus habitantes. Según la leyenda, recogida en documentos bastante antiguos y venerables llamados Ifriqia y de los que hay una gran cantidad de ejemplares y versiones, en tiempos pasados -sobreentendemos que se refieren al siglo VI- esos siete hombres, bereberes por supuesto, emprendieron un largo viaje, narrado con todos los ingredientes del relato de un viaje iniciático, desde su país natal a oriente donde tuvieron noticia de la aparición de un nuevo profeta en el desierto de los árabes.

         Hacia allí se dirigieron, y llegaron a Medina donde preguntaron por la casa del profeta. Llamaron a su puerta y salió a recibirlos Fátima, su hija. Los textos Ifriqia citan literalmente las palabras que le dirigieron, le dijeron: “Mani illá babam?”, que en tamazijt (bereber) significa: “¿Dónde está tu padre?”. Ella entró, y comunicó al Profeta. “Han llegado unos hombres que hablan la lengua más extraña que jamás yo haya oído”. El relato continúa contándonos que Muhammad los hizo entrar y habló con ellos mucho tiempo en esa misma lengua extraña. Abrazaron el Islam y volvieron a su tierra, el país en el que se pone el sol, el Magreb, y allí lo difundieron alcanzando un gran éxito hasta el punto de que al final pudieron enfrentarse con su rey, cristiano o judío según las distintas versiones, -se enfrentaron a él y lograron derrotarlo. Desde entonces, el Magreb sería musulmán. Las fiestas de primavera de Swira conmemoran esa leyenda que ha convivido sin conflictos con las crónicas de los historiadores de las cortes que justificaban el poder de sus mecenas con conquistas y epopeyas exageradas, única manera de legitimar a dinastías necesitadas de prestigio.

         Es necesario insistir en ello: las versiones populares que explican el Islam del Norte de Africa han convivido durante siglos sin aparente contradicción con las de los autores a los que se da el título oficial de cronistas o historiadores. Según los relatos que tienen como protagonistas a los Regraga, el fenómeno de la islamización habría sido el resultado de un proceso autónomo en el contexto de guerras civiles que acabaron con el éxito de ciertos ‘buscadores de la verdad’ en detrimento de poderes establecidos. Para nada se nos habla de ejércitos árabes que habrían conquistado el Norte de África y difundido el Islam entre los sometidos nativos. Lo que los relatos de los Regraga explican es la presencia del Islam, ignorando por completo la presencia de los árabes.

         Es sabido que los morabitos constituyen el trasfondo mítico de la historia del Magreb. Es la otra historia, mágica y eminentemente de transmisión oral, de un país en el que siempre se ha privilegiado lo fundamental en lugar de lo circunstancial. Titus Burchhardt, en su obra “Símbolos” dice: “En el genio magrebí hay una tendencia a reducir las cosas a lo esencial y lo rigurosamente necesario... (Un genio que se interesa sólo por lo) que expresa verdades intemporales”.

         En la actualidad, acontecimientos anuales como los de Swira parecen sólo llamar la atención a los antropólogos y sociólogos, que hasta la presente, que sepamos, se sienten atraídos por el encanto de la ingenuidad y misterio apasionante que rodea los distintos momentos de esas peregrinaciones. La frase anterior está recogida casi literalmente de la presentación del estudio tal vez más riguroso que exista sobre el tema, la obra “Los Regraga”, de Abdelkader Mana. Pero más allá del valor antropológico de esas fiestas, los relatos Ifriqia delatan una identificación de lo bereber con lo islámico que excluye al intermediario árabe. Efectivamente, los personajes históricos fundadores del Islam, Muhammad y con él Ali y sus dos hijos Hasan y Husain, son vividos o sentidos como ancestros comunes de los musulmanes, independientemente de cualquier filiación étnica. Y es porque la filiación espiritual es valorada hasta el punto de desestimar completamente cualquier otra vinculación a esos niveles. La genealogía de los musulmanes parte de ese momento mítico en el que surge el Islam creando una nueva tribu universal, la Umma. Y ese momento es mítico porque son orígenes se pierden en la noche de los tiempos. Un famoso verso popular en tamazijt dice: “Soy musulmán, soy bereber, desde que existen las estrellas”.

         Los protagonistas de los acontecimientos históricos relevantes son siempre personajes míticos ofrecidos a la admiración de sus herederos. La atribución de una nacionalidad o una raza a esos héroes es un hecho moderno basado en prejuicios a los que son ajenos las mentalidades tradicionales. En cualquier caso, los bereberes siempre se han sentido los protagonistas de su historia que tiene tiempos que no son los de la linealidad cronológica. Y en el Islam es donde la conciencia bereber encuentra su definición más completa.

         La asociación berberista argelina Ta Nukri, en un artículo publicado en 1994 en la revista Amazigh, habla de la adhesión espontánea al Islam de los bereberes, pues “...Meca y Medina, con un total exagerado de veinticinco mil habitantes entre los que no eran extraños los extranjeros, no pudieron conquistar el mundo”. Y precisamente debido a esa adhesión espontánea se produjo la total identificación de lo bereber con lo islámico, hasta tal punto en que no hace mucho un beberer corriente no descubría las verdaderas dimensiones del Islam hasta no haber realizado la peregrinación a Meca. El universo bereber es un mundo sinónimo de musulmán en la apreciación de su gente, sin que se imagine tan siquiera una alternativa a este hecho.
         Lo común, por lo general, entre los musulmanes, pertenezcan a la etnia que pertenezcan, es la de hacer preceder su identidad musulmana a la que les corresponde por nacionalidad u otra cualquier consideración. El Islam es un hecho vertebrador mucho más poderoso que cualquier otra pertenencia. Acéfalo y descentralizado, el Islam ha sabido convertirse en el esqueleto que sostiene las manifestaciones culturales de los distintos pueblos a los que ha llegado, sin conflictos. Y así, el bereber es ante todo musulmán y desconoce a los árabes, al menos no sabe nada de lo que nosotros llamamos ahora árabe. Y fundamentalmente sabe que no lo ata a lo árabe ninguna relación de dependencia.

         Lo anterior no quiere decir que exista algún tipo de prejuicio o rechazo hacia lo árabe. Al contrario, la palabra “árabe” goza de un extraordinario prestigio, pero tiene otro significado. En realidad, tiene el mismo significado que en su lengua original. Árabe, fundamentalmente, es sinónimo de nómada, y al nómada se le atribuyen una cierta cantidad de virtudes ideales: generosidad, hospitalidad, valentía, gallardía, libertad, y, también, sentido de la poesía expresada en una lengua pura. Las ciudades representan la degeneración de esas nobles costumbres. El nómada es el hombre original. El Profeta, hombre eminentemente urbano pero de espíritu nómada, dijo: “Yo no os he sido enviado más que para completar las virtudes más nobles”, y se refería a los beduinos como sus hermanos “los árabes”. Árabe, en árabe o bereber, no designa una etnia en particular, sino un carácter. La historia del Islam introdujo lo ‘árabe’, en este sentido que estamos viendo en las ciudades, y lo convirtió en un fenómeno ciudadano y objeto de todo tipo de especulaciones, pero sin renunciar jamás a los valores esenciales que el Islam vincula, en sus mismos orígenes, a una manera de vivir libre. No es de extrañar que un musulmán se considere a sí mismo árabe perteneciendo a la raza que pertenezca desde nuestra óptica. Evidentemente, en la actualidad, cuando los términos han sido definidos de otra manera, más racial y exclusivista, estas identificaciones resultan problemáticas y equívocas, pero es necesario que comprendamos su uso tradicional hasta el momento en que apareció el valor que les concedemos ahora. 

         Y he querido señalar todo esto al principio para que nos situemos en el tema. Las interferencias arabo-bereberes son curiosas porque dependerán del nivel de comprensión en el que nos situemos: en un análisis desde lejos esas interferencias nos pueden parecer el resultado del encuentro o desencuentro entre dos pueblos distintos, el árabe y el bereber, pero veremos como tales conflictos suceden en el seno de una misma cultura donde los avatares de este siglo han hecho que los intereses se polaricen en determinadas direcciones. Veremos cómo, en el fondo, la historia de esas interferencias son la historia del colonialismo en el Magreb.

         Para entender la naturaleza de este conflicto puede servirnos de introducción, salvando las distancias, un trabajo publicado por Carmen Ruiz Bravo sobre el Imperio Otomano. Las potencias europeas se lo repartieron tras un proceso de desmembración provocado principalmente por ellas. La imaginación occidental había elaborado la tesis de un mundo oriental donde las minorías eran oprimidas y debían ser salvadas. Carmen Ruiz nos dice: “Comienza aquí una etapa de desarticulación del Imperio, de penetración confesional-político-comercial europea, de ambiciones ilimitadas, como el propio mercantilismo. Las pretensiones proteccionistas, en el sentido señalado, venía de Estados en los cuales la pluralidad religiosa era prácticamente desconocida, o había sido desarraigada por métodos generalmente violentos. La ideología que sustentaba sus reclamaciones de protección a los cristianos del Imperio otomano -los otomanos cristianos- era una proyección de sus propias actitudes negativas ante las gentes de distinta confesión religiosa. En esta época se fomenta, por parte de los Estados europeos, la idea de que el Estado otomano, y en general los estados islámicos, dejan fuera de la ciudadanía a los no musulmanes, como si se tratara de una especie de elemento apátrida inserto en el conjunto, o como si fueran extranjeros. Así, el zar Nicolás I de Rusia intentó extender los derechos de protección a todos los cristianos (debemos recordar que en general, la actitud otomana respecto a los comerciantes extranjeros era sumamente abierta y liberal, como la de ningún otro Estado en el mundo. Lo que había sido política comercial controlada por el Estado otomano se convirtió en una situación de creciente dependencia hasta 1774. Tras la guerra con Rusia, ésta pudo imponer inusitadas condiciones al Imperio). Al igual que Rusia, muy pronto desarrollaron una política semejante otras potencias. Francia, por ejemplo, se presentaba desde el siglo XVIII como protectora de los católicos, y Gran Bretaña y los Estados Unidos lo hacían como protectores de los protestantes. Los drusos, según Gran Bretaña, en especial situación de inferioridad, entre la mayoría de musulmanes, y los cristianos, debían ser protegidos por los británicos. Los judíos, que en el Imperio Ruso eran perseguidos, quizá no podían ser protegidos en el Imperio Otomano por los zares, según estas teorías. En cambio, pese a que los judíos otomanos -los otomanos judíos- gozaban de mayor consideración en el Estado islámico que en cualquier Estado europeo, sin haber sido objeto de persecuciones o expulsiones, fueron poco a poco objeto de interés de la protección combinada de Gran Bretaña, Rusia, Francia y los Estados Unidos”.

         Más adelante, Carmen Ruiz nos cuenta que: “La desarticulación político social introducida mediante estas capitulaciones (que de modo arbitrario concedían privilegios a parte de la población) es una de las causas de la caída del Imperio Otomano. Desde su introducción fue en aumento el número de súbditos otomanos que se acogía a la protección extranjera, eludiendo así obligaciones y responsabilidades ante el Estado otomano, y participando de los beneficios económicos generados por el mercantilismo europeo en Oriente... Los fuertes choques habidos entre musulmanes, drusos y cristianos desde el siglo XIX aparecen como un fenómeno sin precedentes en la historia otomana, y son más bien el resultado del régimen de capitulaciones. La historiografía contemporánea y posterior, desarrollada predominantemente bajo la ideología europea colonial, ha tendido a convertir en causa lo que, en términos histórico-cronológicos, era un efecto. Así, el conjunto de los enfrentamientos entre cristianos, musulmanes y drusos dentro del Líbano y Siria, entre 1840 y 1860, fue presentado en Europa como una guerra de religión, de ancestrales motivaciones, que justificaría la intervención armada de Francia y otras potencias europeas, para proteger a los cristianos, o a los drusos, o para ponerles de acuerdo. En cambio, una historiografía más atenta al desarrollo real de los hechos muestra los conflictos antes señalados como resultantes, principalmente, de la intervención extranjera mediante el sistema de capitulaciones, que se extiende desde el último cuarto del siglo XVIII”.

         El proceso en el Norte de África es bastante similar. La intervención europea desarticuló primero la organización del país, lo diseccionó y estableció nuevas relaciones. Los tratados comerciales con Europa fueron creando una dependencia que cristalizó con la colonización. En el Magreb no había comunidades cristianas, y los judíos, por su parte, estaban tan confundidos con los musulmanes que eran llamados moros o turcos como el resto de la población. Poco a poco, para justificar la intervención y legitimidad de la ocupación europea, se fue elaborando, entre otros, el mito bereber en oposición al árabe, todo ello en el seno de un discurso contradictorio que valora a veces el carácter civilizador de los árabes, otras la espontaneidad y frescura bereber, aunque por lo general el discurso colonial se limita a un desprecio generalizado de todo lo referente a lo nativo. La principal misión histórica del colonialismo era la de civilizar y proteger. Pero ahora nos interesa recalcar la función que iba a desarrollar el concepto de bereber en el entramado de intereses estratégicos de las potencias que intervienen en el Norte de África.

         Establecer diferencias en el seno de la población del Norte de África sólo puede basarse en criterios lingüísticos, unas diferencias alzadas al grado de diferencias étnicas. Hablar árabe es ser árabe y hablar bereber es ser bereber, y entre ambos, como se ha señalado, la relación sería de dominio. También se han señalado diferencias culturales, pero en este dominio resulta que se da valor de diferencia étnica a la contraposición campo-ciudad. Efectivamente, lo bereber es rural y lo árabe es urbano. Si un bereber pasa a vivir a una ciudad y aprende árabe pasa a ser árabe automáticamente.   

         A principios de siglo, destacados autores de la inteligencia colonial, como Brémond, podían defender interesadamente tesis como la de que los bereberes, definidos en una supuesta confrontación con los arabófonos del país, eran europeos desde el momento en que habían formado parte también del Imperio romano, eran europeos a los que los árabes habrían desviado de su destino natural. La colonización europea constituiría el eficaz remedio para restituir lo que esa inadmisible desviación histórica había provocado y que era la total degeneración de un pueblo llamado a un destino más elevado. Podemos reconocer con facilidad el mismo discurso en el fondo de las pretensiones de ciertos berberistas radicales de la actualidad, reivindicando supuestos caracteres definitorios de lo bereber que coinciden casualmente con valores occidentales.

         La misma idea fue continuada y desarrollada, en lo que respecta al Marruecos antiguo, en 1927 en las obras de Gautier, y más descaradamente todavía en la de Jerome Carcopino. Uno de sus libros, publicado en 1943 es el mejor ejemplo de la aplicación del colonialismo a los estudios clásicos. La política de acantonamientos de los bereberes de la antigüedad se relaciona íntimamente con las posiciones estratégicas del mariscal Lyautey. El colonialismo francés en el norte de África tomó como modelo histórico una exaltada presencia de Roma en la antigüedad, y se identificó con la labor civilizadora de Roma.
         Pero en la actualidad sabemos que los romanos ocuparon, y desarraigaron latinizándolas, tan sólo las llanuras fértiles del Magreb. El resto del país continuó siendo libre de toda dominación. Serán esas llanuras fértiles y desarraigadas las que posteriormente se arabicen lingüísticamente y se islamicen con más rapidez en el proceso mismo de rechazo a los poderes establecidos por Roma y sus herederos. Said Hanouz, en un artículo titulado El origen del pueblo bereber y de su lengua, publicado en Amazigh, dice: “Las desgracias de los pueblos bereberes comenzaron tras la destrucción de Cartago por los romanos. Estos últimos, tras ocupar Egipto y vencer al rey bereber Yughurta, se apoderaron de África del Norte. Los romanos incendiaron, destruyeron y arrasaron las ciudades de los bereberes. Una parte del pueblo bereber se retiró a las montañas, replegándose sobre ellos mismos, y allí se enquistaron. Así fue como desapareció su escritura que, hasta nuestros días, no ha vuelto a dar señales de vida. Los vándalos, que reemplazaron a los romanos en el siglo V tampoco favorecieron la cultura bereber”. A ellos habría que añadir a los bizantinos.

         En cualquier caso la originalidad y el genio propio de los bereberes fue destacado y en ciertas ocasiones, exaltado. La enconada resistencia que los bereberes opusieron a la invasión árabe era el testimonio de la voluntad de sobrevivir como tal de un pueblo que al final fue derrotado. La descripción del bereber aguerrido y tradicionalmente insumiso ocupa extensas páginas que lo imaginan como un eterno y potencial oponente de lo árabe, sólo reducido por fuerzas mayores pero también siempre dispuesto a alzarse contra sus enemigos. Era inexplicable que los indomables bereberes de las montañas, siempre dispuestos a tomar las armas contra la dominación extranjera y que lucharon contra la colonización, hubieran aceptado en su momento el Islam, por supuesto inferior a lo que ahora se les ofrecía desde Europa. Y empezó a decirse que los bereberes sólo eran musulmanes superficialmente y que habían adaptado el Islam a sus creencias más antiguas. De esto surgirá la tan en boga expresión de Islam rural e Islam urbano con el que se diferencia entre las distintas manifestaciones espirituales de los magrebíes. Es decir, se ha buscado siempre algo específicamente bereber en lo que incidir para marcar distancias entre distintas partes de un mismo cuerpo que es el mundo norteafricano.

         La intervención colonial aplicó a la población y a la historia del Magreb sus propios criterios y valoraciones. Se definió estableciendo exclusiones hasta alcanzar la noción de bereber puro opuesto a árabe puro, sin más relación que las que impuso una invasión en toda regla. No importaba que esta regla dejara de explicar muchas cosas. Lo importante es que funcionaba, y a toda una generación de magrebíes se la educó en esta certeza. Ello ha provocado situaciones ridículas como la de convertir ciertas regiones de Marruecos, por ejemplo, en prácticamente reservas donde se puede contemplar la primitiva forma de vida de los bereberes más auténticos recluidos en ambientes catalogados como curiosidades para antropólogos. Lo bereber vende a modo de tipical en un mercado para turistas ansiosos de mitos vivos.

         En resumidas cuentas, los míticos bereberes son tenidos como pueblos sin historia propia, y sometidos en la actualidad a la tiranía de los herederos de sus últimos conquistadores, los árabes, que les imponen su lengua y el Islam. Creada esta imagen, los colonizadores la trabajaron y explotaron, y también la inculcaron. Nos encontramos así con un pueblo que salvar, a semejanza de los cristianos y judíos de oriente. No importaba que en el Norte de África jamás hubiesen existido bereberes sometidos por los árabes, que nunca ese hecho haya sido registrado o constatado de ninguna manera. Existía una historia oficial que lo demostraba y era suficiente para establecer oposiciones. A partir de entonces, el Magreb aparecía dividido étnicamente con buenos y malos, opresores de una raza y oprimidos de otra. Lo árabe extranjero estaría acabando con lo bereber autóctono: había eliminado su religión antigua, en buena medida cristiana, y estaba a punto de hacer desaparecer su antiquísima lengua y su cultura milenaria.

          Respecto a este último punto es necesario hacer algunas precisiones. La pujanza del árabe en el Magreb es en realidad efecto del colonialismo. En el Magreb, el bereber siempre había sido una lengua rural, y por tanto predominante. Por su lado, el árabe era la lengua de las grandes ciudades y de las regiones más fértiles, y no de forma absoluta. Se sabe que a principios de siglo, en torno al ochenta por ciento de la población magrebí era exclusivamente berberófona por el carácter rural de la mayoría de su población. Pero la intervención colonial potenciará las ciudades y ello hará que la balanza se incline decididamente a favor del árabe, y con la progresión del siglo esta tendencia irá siendo cada vez más acusada. En la actualidad, sólo en torno al cuarenta por ciento de la población conoce el bereber, que además en su mayoría es bilingüe. Por supuesto, ser arabófono convierte automáticamente al individuo en árabe, y podemos constatar que la población más joven de ciudades como Tetuán, Argel o Casablanca se identifica como árabe aunque sus padres fueran exclusivamente berberófonos. En realidad, la nueva significación de árabe o bereber adquiere nuevos matices que no son exclusivamente étnicos: árabe es sinónimo de urbano y avanzado, y bereber es la lengua, o mejor dicho, dialecto, de pueblerinos. Ser árabe es ser de ciudad o poseer un estatuto cultural reconocible. Ser bereber es pertenecer al ámbito rural en retroceso ante la valoración positiva de nuevos modelos culturales.

         El árabe sustituyó al latín como lengua de cultura en el Norte de África. Universalmente, el árabe es identificado con el Islam. Como lengua de cultura estaba reservado a determinados ámbitos, mientras que las lenguas bereberes eran practicadas coloquialmente. En las ciudades, la lengua bereber fue arabizándose en un proceso lento que dio origen al árabe dialectal actual, estructuralmente bereber en gran medida y árabe en su vocabulario. Y ello se debió más a la influencia de los andalusíes que a la de los árabes. Recordemos que los andalusíes fueron los constructores de la mayoría de las ciudades magrebíes, y a ellas aportaron su conocimiento de la lengua del Corán, y la difundieron. Al-Andalus era profundamente urbana, y por ello, el árabe podía ser mejor conocido que en el Magreb. El árabe magrebí fue a remolque del árabe andalusí. Pero sólo con el colonialismo adquiriría carta de naturaleza como lengua nacional y oficial. No habiendo oficialidad antes de la intervención colonial, no podía existir conflicto alguno, y las lenguas se practicaban para usos convencionales no enfrentados. En realidad, lo que en la actualidad denominamos problema bereber es una pugna por parcelas de poder, un poder institucionalizado por el colonialismo.

         Los Estados surgidos de la descolonización imitaban perfectamente sus modelos occidentales. Buscaron la legitimidad en lo mismo que servía de base al Estado-nación europeo, que es la unidad del territorio y su historia, la unidad de su religión y la unidad de su lengua. A marchas forzadas se fueron enlazando los elementos constituyentes de esas nuevas entidades. El Estado institucionaliza, y por tanto excluye. Así, se elaboró una historia que tenía que tener un carácter épico: la historia gloriosa de los árabes conquistadores del mundo serviría como elemento cohesionador en el tiempo. Se aceptó por lo tanto el papel secundario de los bereberes en los acontecimientos históricos. Los bereberes fueron relegados a la marginalidad y a la falta de todo protagonismo. Por otro lado, el árabe culto fue alzado a la categoría de lengua nacional y oficial, en detrimento de todas las demás hablas, incluidos los dialectos del árabe. Se privaba así a la población de toda posibilidad de acceso directo a la cultura de los privilegiados. Por último, el Islam fue desnaturalizado hasta ser convertido en religión del Estado e instrumento de dominio, al igual que todas las herramientas con las que el Estado excluye a la plebe. Pero todo lo anterior no fue la consecuencia de un proceso histórico, como había sucedido en Europa, sino el resultado de decisiones apresuradas y arbitrarias que jamás fueron asimiladas por los magrebíes. Conscientes de esta realidad, las instituciones del Estado se emplearon a fondo en el adiestramiento ideológico del pueblo. El Magreb sufre una saturación de mensajes que pretenden confeccionar una conciencia nacional homogénea. El movimiento cultural bereber y los islamistas son los testimonios del fracaso de esos intentos artificiales y convencionales para la creación de una conciencia colectiva.

         Desde sus orígenes, los nacionalismos magrebíes proyectaron el ideal de identidad nacional de los Estados-naciones definiéndolos como árabes. Su modelo es el francés, el del Estado-Nación centralizado, lingüística y culturalmente unificado. Recordemos en este sentido una palabras de Georges Pompidou, que declaró en 1972: “La Historia nos muestra que nuestro pueblo, tendente por naturaleza hacia las divisiones, no pudo construir una nación más que por la acción del Estado”. En Argelia, el radicalismo político más afianzado, el del populismo independista,  reforzó la tendencia hacia el rechazo de la diversidad.

         El arabismo del Estado argelino es más militante que el de Marruecos. Consecuentemente, el antiberberismo es una línea más marcada en la tradición política argelina. La intolerancia es poco menos que absoluta en Argelia, incluso en el sector de la investigación científica, de la Universidad o del espacio asociativo. En Marruecos existe una práctica más liberal de la que no se puede decir tampoco que promueva o anime las inquietudes de muchos berberófonos: en Marruecos se deja hacer mientras la actividad berberizante no salga de los cuadros académicos y asociativos.

         Estas diferencias en el trato dado al bereber se explica por el peso diferente que ocupa la cuestión de la identidad y de la cultura en los procesos de construcción del Estado marroquí y sus apuestas político-ideológicas. El arabismo y el tema de la unidad juegan históricamente un papel mucho más central en la construcción nacional en Argelia que en Marruecos, que disponía para los franceses de una legitimidad fundadora desconocida completamente en Argelia: una monarquía redefinida en términos que le permitieran crear un Estado moderno. Según esa teoría política, la legitimidad del monarca trasciende todos los demás factores y establece un lazo directo y personal entre cada marroquí y el Estado encarnado por el Rey. La existencia de este punto de apoyo para la construcción teórica de un Estado relativiza, sin eliminarlo, el papel del arabismo excluyente en la definición de la identidad nacional marroquí. En Marruecos, el tabú supremo es la legitimidad monárquica, en Argelia lo será el arabismo y el partido único. Esto explica en cierta medida el carácter más subversivo de la afirmación bereber en Argelia, mucho mayor que en Marruecos.

         Los Estados del Magreb fueron confeccionados según modelos occidentales de los que se han convertido en caricaturas: incapaces de evolucionar, se han quedado anquilosados en la fase de la independencia. Su supuesta unidad territorial, religiosa, cultural y lingüística es una elaboración que poco tiene que ver con las realidades de su pueblo que posee varias lenguas, vive el Islam de otro modo al que imagina el Estado, y posee una historia en la que se destacan valores que no son los de la nación-Estado y una cultura descentralizada ajena a todas las tentativas de institucionalizarla de algún modo. Lo árabe y lo islámico son eslóganes que no llegan a la gente. La identidad-escaparate del Estado no funciona, y sólo ha logrado crear un foso insalvable entre los dirigentes y los dirigidos.