El Cristianismo se sustenta sobre cinco dogmas:
1. La Santísima Trinidad.
2. La naturaleza divina de Cristo.
3. La filiación divina de Cristo.
4. El pecado original.
5. La redención de los pecados.
En el Islam, por el contrario, es el Tawhid -la creencia en la unicidad absoluta de Al-lah (Dios) la doctrina fundamental y la base de la fe. Para el Islam, la deificación de Jesús, la paz sea con él, constituye una vuelta al paganismo[1]. Conforme al Corán, Jesús no es la encarnación de Al-lah sino Su Profeta y Mensajero que, como los demás Enviados de Al-lah, llamó a la fe en la unicidad divina.
El Islam, por otra parte, también rechaza la filiación divina de Jesús, el pecado original y la redención de los pecados. El Islam reposa sobre seis pilares de fe:
1. La fe en Al-lah (Dios) , Único, sin coparticipes ni intermediarios.
2. La fe en la existencia de los ángeles.
3. La fe en las Escrituras Reveladas.
4. La fe en los Profetas.
5. La fe en el Día y el Juicio Final.
6. La fe en el Decreto divino.
La Santísima Trinidad
El dogma de la Santísima Trinidad afirma la existencia de tres personas separadas en la esencia de Al-lah: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es curioso porque Jesucristo nunca hizo la menor alusión a la existencia de tres personas en Dios, es más, ni siquiera el término “hipóstasis” (que hace referencia a las tres personas “divinas” en tanto que se las considera sustancialmente diferentes) aparece en la Biblia. Nunca ni una sola vez habló Jesús de la Trinidad sencillamente porque él creía en Dios como Uno y Único, del mismo modo que los Profetas le precedían; pues todos ellos creyeron y llamaron a la fe en el Tawhid no en la trinidad, esto es sustentado por lo que encontramos en Marcos (12:28-30): “Uno de los maestros de la ley se acercó y los oyó discutiendo. Al ver lo bien que Jesús les había contestado, le preguntó: De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante? El más importante es:‘Oye, Israel. El Señor nuestro Dios es el único Señor -contestó Jesús-. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’”
Ésta no es la única prueba de que Jesús depositaba su fe en un Dios Único, no trino. En Mateo 4:10, por ejemplo, se pone en labios del Mesías la siguiente afirmación: “Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a Él.”[2]
En realidad, lo que se conoce como el Dogma de la Santísima Trinidad fue introducido en la creencia cristiana más de trescientos años después de que Jesús dejara de estar entre nosotros. Los cuatro evangelios canónicos no lo señalan ni una sola vez ni Jesús ni sus discípulos ni ninguno de los primeros padres de la Iglesia enseñaron jamás nada semejante. Hoy sabemos que el Dogma de la Santísima Trinidad se estableció, no sin fricciones ni controversias, en el Concilio de Nicea y fue aprobado por la minoría de sus miembros. Además, racionalmente analizado, el concepto mismo de la Trinidad es insostenible. La fe en tal dogma nos exige creer en la existencia de tres personas distintas, o hipóstasis, en la esencia de Dios, personas que por lógica sólo pueden ser finitas o infinitas.
La solución a semejante aporía por parte de los padres de la Iglesia consistió en afirmar que el dogma en cuestión es un “misterio”. Así pues, el Dogma de la Trinidad se basa en elevar a dos seres creados (Jesús y el espíritu santo, benditos sean) a la categoría de divinidad. El Islam, por el contrario, explica el principio de la unicidad de Dios de manera fácil y clara: Al-lah es Uno, nada ni nadie es igual a Él y nada ni nadie comparte Su naturaleza divina; Él es el Creador, el Subsistente, y en Él, Ensalzado sea, se sostiene la existencia de toda criatura; no engendra en la carne ni es engendrado, pues Su esencia es completa y perfecta; nada es comparable a Él o copartícipe de su divinidad ni tiene, como los seres sexuados, compañera. En Juan 8:38-40 leemos: “Yo hablo de lo que he visto en presencia del Padre; así también ustedes, hagan lo que del Padre han escuchado. —Nuestro padre es Abraham —replicaron. —Si fueran hijos de Abraham, harían lo mismo que él hizo. Ustedes, en cambio, quieren matarme, ¡a mí, que les he expuesto la verdad que he recibido de parte de Dios! Abraham jamás haría tal cosa.” Y en Juan 17:3-4: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado. Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste.” El Corán afirma la unicidad de Al-lah en la Sura (capítulo) 112 (que se interpreta en español): {Di [¡Oh, Muhammad!]: Él es Al-lah, la única divinidad.Al-lah es el Absoluto [de Quien todos necesitan, y Él no Necesita de nadie]. No Engendró, ni fue Engendrado. No hay nada ni nadie que se asemeje a Él.}
También leemos en el Corán (lo que se interpreta en español):{¡Oh, Gente del Libro! No os extralimitéis en vuestra religión. No digáis acerca de Al-lah sino la verdad: Ciertamente el Mesías Jesús hijo de María, es el Mensajero de Al-lah y Su palabra [¡Sé!] que depositó en María, y un espíritu que proviene de Él. Creed pues, en Al-lah y en Sus Mensajeros. No digáis que es una trinidad, desistid, pues es lo mejor para vosotros. Por cierto que Al-lah es la única divinidad. ¡Glorificado sea! Es inadmisible que Tenga un hijo. A Él pertenece cuanto hay en los cielos y la Tierra. Es suficiente Al-lah como protector. } [Corán 4: 171] Y en otro aparte encontramos (lo que se interpreta en español): {Son incrédulos quienes dicen: Al-lah es parte de una trinidad. No hay más que una sola divinidad. Si no desisten de lo que dicen, un castigo doloroso azotará a quienes [por decir eso] hayan caído en la incredulidad. ¿Acaso no van a arrepentirse y pedirle perdón a Al-lah? Al-lah es Absolvedor, Misericordioso.} [Corán 5: 73-74]
En toda la Biblia solo la Epístola I de Juan 5:7 afirma la trinidad de Dios: “Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno” y, habiendo quedado perfectamente acreditado que el versículo en cuestión no es sino una interpolación introducida en la King James y otras versiones, ha sido eliminado de numerosas ediciones actuales de la Biblia, entre ellas de la prestigiosa New Standard Revised Edition.
[1]En su A Brief History of Civilization (t. 11, p. 276), Will Durant afirma: “El Cristianismo no acabó con el paganismo, lo que hizo fue adoptarlo.” Esta afirmación se refiere al Cristianismo de Pablo, no al Cristianismo verdadero y auténtico, enseñado por Jesús, la paz sea con él, en el que llamó a creer en la pura unicidad de Al-lah, Uno y Único.
[2]En otras referencias de la Biblia encontramos: Isaías(45:5): “Yo soy el Señor, y no hay otro que yo: no hay Dios fuera de mí”, Isaías(45:18): “Porque así dice el Señor, el que creó los cielos; el Dios que formó la tierra, que la hizo y la estableció; que no la creó para dejarla vacía, sino que la formó para ser habitada: Yo soy el Señor, y no hay ningún otro”.
La naturaleza divina de Cristo
Los cristianos afirman que Jesucristo es Dios eterno, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que hace más de dos mil años decidió encarnarse en un cuerpo mortal y nació de la Virgen María. Sin embargo, como en el caso anterior, se trata de una creencia que no encuentra soporte en las enseñanzas del Mesías tal y como nos las han transmitido los Evangelios. En efecto, Jesús nunca se arrogó naturaleza divina. No hay para demostrarlo sino que citar las propias palabras de Jesús recogidas en Marcos 10:18: “—¿Por qué me llamas bueno? —respondió Jesús—. Nadie es bueno sino sólo Dios.” ¿Se negaba a que lo llamaran bueno y aceptaría que lo llamaran Dios? Cuando Jesús hablaba de Dios lo llamaba “mi Padre y el Padre tuyo, mi Dios y el Dios tuyo.” Jesús siempre negaba poseer poder alguno, nada, aseguraba, era producto de su propia voluntad, sino de la voluntad suprema que lo había enviado, se menciona en (Juan 5:30): “Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta; juzgo sólo según lo que oigo, y mi juicio es justo, pues no busco hacer mi propia voluntad sino cumplir la voluntad del que me envió.” Y en se afirma en (Juan 12:49): “Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió me ordenó qué decir y cómo decirlo.”. Y: “El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta.El que habla por cuenta propia busca su vanagloria; en cambio, el que busca glorificar al que lo envió es una persona íntegra y sin doblez.” (Juan 7:17-18)
Jesús siempre mantuvo que el Señor es mayor que él: “Ya me han oído decirles: "Me voy, pero vuelvo a ustedes." Si me amaran, se alegrarían de que voy al Padre, porque el Padre es más grande que yo” (Juan 14: 28); que él todo lo hacía por complacer al Señor: “…sabrán ustedes que yo soy, y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo conforme a lo que el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque siempre hago lo que le agrada” (Juan 8: 28-29); que no venia sino a traer la buena nueva del Reino de Dios: “Mas él les dijo: Es necesario que yo predique también a otras ciudades el evangelio del reino de Dios; pues para eso he sido enviado.” (Lucas 4:43); que solo entra en el reino de los cielos quien cumple la voluntad de Dios: “No todo aquel que me dice: ¡Oh, Señor, Señor! Entrará en el reino de los cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ése es el que entrará en el reino de los cielos.” (Mateo 7:21), y que “cualquiera que hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.”1 (Marcos 3:35); que ni él ni el Espíritu Santo conocen la hora final: “Mas en cuanto al día o a la hora nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.” (Marcos 13:32) Y por si fuera poco, podemos comprobar cómo Jesús se describe a sí mismo como un profeta: “No obstante, así hoy como mañana, y pasado mañana, conviene que yo siga mi camino; porque no cabe que un profeta pierda la vida fuera de Jerusalén. ¡Oh Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que a ti son enviados!” (Lucas 13:33-34) Todas estas palabras que la Biblia pone en boca de Jesús nos muestran que, en su relación con Dios, no se consideraba más que cualquier otro ser humano. Él no era el Creador, sino la criatura. Una criatura en nada diferente a Adán. ¿Qué otra conclusión podríamos sacar cuando lo vemos rezarle a Dios, por ejemplo, en Marcos 1:35 y en Lucas 5:16? ¿No es acaso un profeta el que reza a Dios, o es Dios quien se reza a sí mismo? ¿No glorificaba a Dios diciendo “Yo te glorifico, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (Mateo 11:25)?
Concluimos, pues, que el dogma de la naturaleza divina de Cristo no se sostiene en las enseñanzas de Jesús tal y como nos las han transmitido los Evangelios. Como los dogmas de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, también éste surgió tiempo después de que el Mesías dejara de estar entre nosotros. Una vez más nos encontramos ante una concesión cristiana al paganismo. No olvidemos que numerosos héroes fueron divinizados en la mitología pre cristiana, lo mismo que los hinduistas hicieran con Krishna, los budistas con Buda, los persas con Mitra, los antiguos egipcios con Osiris, los griegos con Baco, los babilonios con Baal y los sirios con Adonis, los cristianos lo hicieron con Jesús.
Al negar el dogma de la encarnación, o lo que es lo mismo, de la transmutación de Dios en su criatura, el Islam nos libera de tales supercherías. El Islam defiende con la mayor firmeza que ni Jesús, ni ningún otro ser humano, es ni será nunca Dios. En la Sura 5:75 se afirma que Jesús fue un mensajero de Dios, como tantos otros que leprecedieron, y que “solía comer” en compañía de su madre. Una criatura que come no puede ser Dios, ni Jesús ni Muhammad ni ningún otro profeta; y ello toda vez que comer implica una servidumbre material, y Dios es el Subsistente, de nada ni de nadie depende. Comer implica digerir; y digerir implica actos innobles y en nada acordes a la majestad divina. No debemos olvidar que un gran número de pueblos antiguos, más o menos primitivos, incluso negaban la posibilidad de que un enviado de Dios pudiera ser un mortal común que come y bebe. Recordemos el episodio que nos narra el Corán respecto a lo que dijeron los descreídos de Noé (lo que se interpreta en español): {Y los nobles de su pueblo que no creyeron y desmintieron el Día del Juicio, y a quienes habíamos concedido una vida llena de riquezas, dijeron [a los más débiles]: Éste es un mortal igual que vosotros, come lo que coméis y bebe lo que bebéis, si obedecéis a un humano como vosotros estaréis perdidos} [Corán 23: 33-34]. Tiempo después los beduinos iletrados dijeron del profeta Muhammad (lo que se interpreta en español): {Y dicen: ¿Qué clase de Mensajero es éste? Se alimenta y anda por el mercado [ganándose la vida] igual que nosotros. [Si de verdad es un Mensajero] ¿Por qué no desciende un Ángel y lo secunda en su misión de advertir a los hombres? } [Corán 25: 7]. Quienes divinizan a Jesús no hacen sino llevar esto al extremo, para ellos es Dios mismo quien bajó de las alturas para, transmutado en ser humano, alimentarse de materia. ¡Gloria a Dios en las alturas, tan ajeno a tales desvaríos!
El Corán niega la naturaleza divina de Jesús con las siguientes palabras (que se interpretan en español): {Son incrédulos quienes dicen: Al-lah es el Mesías hijo de María. El mismo Mesías dijo: ¡Oh, Hijos de Israel! Adorad a Al-lah, pues Él es mi Señor y el vuestro. A quien atribuya copartícipes a Al-lah, Él le vedará el Paraíso y su morada será el Infierno. Los inicuos jamás tendrán auxiliadores. Son incrédulos quienes dicen: Al-lah es parte de una trinidad. No hay más que una sola divinidad. Si no desisten de lo que dicen, un castigo doloroso azotará a quienes [por decir eso] hayan caído en la incredulidad.} [Corán 5: 72-73]
Al-lah también ha dicho (lo que se interpreta en español): {Por cierto que el ejemplo de Jesús ante Al-lah es semejante al de Adán, a quien creó de barro y luego le dijo: ¡Sé!, y fue} [Corán 3: 59]. Tampoco Adán tuvo madre ni padre. Jesús fue un profeta de Dios, piadoso, devoto y puro como todo profeta, pero a la postre humano. {Entonces [Jesús] habló: Por cierto que soy el siervo de Allah. Él me revelará el Libro y hará de mí un Profeta }[Corán 19: 30]. En Hechos de los Apóstoles 3:13 leemos: “El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su siervo Jesús.”
Como fácilmente concluirá el lector, no es pues el Islam el único que sostiene que Jesús no era divino sino humano: también lo hace la Biblia. De hecho, en un programa de la televisión británica titulado Credo, diecinueve de los treinta y un obispos de la Iglesia Anglicana afirmaron que los cristianos no están obligados a creer en la naturaleza divina de Cristo (Daily News de 25 de junio del año 1984).
La filiación divina de Cristo
Tampoco el dogma de la filiación divina de Cristo es conforme a sus enseñanzas. De hecho, la Biblia utiliza expresiones equivalentes para Adán (“Adán, el hijo de Dios”, Lucas 3:38) y otros profetas anteriores a Cristo. En Éxodo 4:22 leemos: “Y tú [Israel] le dirás [a Faraón]: Esto dice el Señor: Israel es mi hijo primogénito”; en Salmos 2:7 David afirma: “Yo proclamaré el decreto del Señor:«Tú eres mi hijo», me ha dicho; «hoy mismo te he engendrado.”, y en Crónicas I 22:10, se dice de Salomón: “Él será quien me construya un templo. Él será para mí como un hijo, y yo seré para él como un padre. Yo afirmaré para siempre el trono de su reino en Israel”. Así pues, a la vista de las citas anteriores y de otra profusión de lugares en la Biblia debemos concluir que el término “hijo” no es usado en tales contextos en sentido propio sino figurado, y que debe entenderse que el “hijo de Dios” es la persona bien amada por Dios. El mismo Jesús dijo: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen,para que sean hijos de su Padre que está en el cielo.” (Mateo 5:44-45) y “Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). No cabe la menor duda de lo que Jesús quiere decir cuando afirma que alguien es “hijo de Dios”.
No existe justificación posible para no entender que Jesús es el hijo de Dios en sentido figurado. Cuando afirmamos que Jesús es el hijo de Dios estamos diciendo exactamente lo mismo que cuando lo predicamos de Adán, del pueblo de Israel, de David o de Salomón. Esto sin tener en cuenta que si en trece ocasiones la Biblia denomina a Jesús “hijo de Dios”, nada menos que en ochenta y tres lo denomina “hijo del hombre”. El Islam rechaza con la mayor energía la filiación divina de Cristo. Así lo establece el Corán con claridad meridiana: {Dicen: Al-lah ha tenido un hijo. ¡Glorificado sea! Suyo es cuanto hay en los cielos y en la Tierra , todo está sometido a Él} [Corán 2: 116]. En definitiva, atribuir al hijo filiación divina quiebra el principio de perfección de Dios, ensalzado sea.
El pecado original
El pecado original es el cometido por Adán al desobedecer a Dios y comer el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal (Génesis 2:17). La doctrina cristiana sostiene que todos los seres humanos han heredado esa culpa, lo que significa que todos los hombres son concebidos con tal mancha. Y puesto que, continúa la doctrina cristiana, el principio de justicia divina exige la expiación de la culpa, Dios no puede perdonar el pecado, aún el venial, sin cobrarse por ello cumplida compensación. Y, por más asombroso que resulte, puesto que conforme a lo que Pablo establece en la Epístola a los Hebreos (9:22), “sin derramamiento de sangre no hay perdón”[1], entonces, la doctrina Cristiana concluye que el pecado original debe lavarse con sangre.
Mas, ¿qué remisión cabría de sangre impura y culpada? La redentora habrá de ser sangre no contaminada, perfecta y limpia de corrupción. Y es por eso que Jesús, el “Hijo de Dios” sin pecado, vino al mundo, fue crucificado, sufrió una agonía indecible y derramó la sangre de sus venas. Así quedó purgada la culpa de la humanidad. Al fin y al cabo, solo el Dios infinito podía pagar el infinito precio del pecado. Por lo tanto, sólo quien acepte que Jesús es el Redentor puede salvarse. A menos que admitamos nuestra redención por la pasión y muerte de Cristo estaremos condenados al fuego eterno. En todo este asunto caben distinguir las siguientes cuestiones:
1. El concepto de pecado original.
2. La creencia en que el principio de justicia divina exige que la remisión de la pasión y muerte de Cristo redimió del pecado a toda la humanidad y que la única vía para la salvación eterna del alma es el que discurre por el camino de la fe en el sacrificio de Cristo por los hombres[2].
Comencemos analizando la primera. En la página 140 del libro titulado Catholic Teaching, obra del reverendo padre De Groot, leemos: “Las Sagradas Escrituras nos enseñan que el pecado de Adán se transmitió a todos los seres humanos, excepción hecha de Nuestra Santísima Señora.” Y en Romanos 5:8-19: “Así como el delito de uno solo [Adán] atrajo la condenación a todos los hombres, así también la justicia de uno solo [Cristo] ha merecido a todos los hombre la justificación que da vida.” No cabe otra interpretación: todos los seres humanos han heredado el pecado de Adán. Pero lo cierto es que, como tantos otros dogmas cristianos, el del “pecado heredado” no tiene fundamento alguno en las enseñanzas de Jesús o de los Profetas que le precedieron.
Los profetas siempre enseñaron que el hombre es responsable de sus propios actos y solo de sus propios actos, y que los hijos no heredan las culpas de sus padres. Prueba de que el hombre nace sin culpa ni pecado la tenemos en que, para Jesús, nada había tan inocente y puro como un niño. Recordemos cuando dijo a los discípulos: “Cuando Jesús se dio cuenta, se indignó y les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos.Les aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará en él.” (Marcos 10:14-15)
El Islam condena con la mayor energía el dogma del pecado y que se cobre un precio de sangre. También para el Islam los niños son criaturas puras que nacen sin pecado o culpa. La culpa no se hereda. La culpa es una carga individual que nos imponemos al hacer lo que no debíamos o no hacer lo que debíamos.
Es el colmo de la injusticia condenar a toda la humanidad por el pecado de su antecesor, todo esto atenta contra la sana razón. El pecado es, por definición, una trasgresión voluntaria de la ley de Dios o de la norma que distingue el bien y el mal. La responsabilidad o el castigo por dicha culpa solo pueden recaer en la persona que la comete, jamás en sus descendientes. Considerar al hombre cargado de pecado al nacer parece una broma de mal gusto. ¡Cuán duro de corazón, insensato e ilógico hay que ser para, con San Agustín, deducir del dogma del pecado original que los niños sin bautizar están condenados a arder en el infierno por los siglos de los siglos…! Pero la dura realidad es que hasta fechas muy recientes a los niños sin bautizar no se les daba cristiana sepultura, por la peregrina razón de que habían muerto sin expiar el pecado original y, en consecuencia, en pecado mortal.
Queda demostrado que el principio sobre el que se sustenta el dogma del pecado original no es acorde ni a las enseñanzas de Jesús ni a la sana razón, no podremos menos que concluir que todas sus consecuencias doctrinales son igualmente falsas. Esto en lo que toca a la primera cuestión. Volvamos ahora a la segunda, esto es, al principio que exige que para la remisión del pecado original y de todos los posteriores pecados de los hombres se cobre un precio toda vez que, si Dios perdonara al pecador sin aplicarle el correspondiente castigo, ello significaría que no existe justicia divina. A este respecto, en una obra titulada The Atonement (en español, La expiación de los pecados), y concretamente en su página cinco, afirma el reverendo W. Goldsack: “Debe quedar para todos más claro que el agua que Dios no puede sin más vulnerar las normas que Él mismo ha impuesto. En consecuencia, Dios no puede perdonar al pecador sin aplicarle el conveniente castigo. Pues si de tal modo obrase, ¿cómo podríamos calificarlo de ecuánime?” Con afirmaciones como esa solo se demuestra la ignorancia -a la que se ha llegado por negligencia y terquedad- respecto a la naturaleza de Dios. Dios no es un juez común o rey justiciero. Dios es, citando el Corán, “clemente, su misericordia todo lo abarca, suyo es el Día del Juicio Final.” Dios, por tanto, es mucho más que justo: como dice José, (lo que se interpreta en español): {¡Él es el más misericordioso entre los misericordiosos!} [Corán 12:92]
Al hombre contrito y con el ánimo inclinado a templar sus malas pasiones, ¿cómo no habría Dios todopoderoso de perdonarle sin más sus faltas e imperfecciones? Al fin y al cabo, la función general del castigo no es sino prevenir el pecado y promover la reforma del pecador. Imponer un castigo por faltas pasadas que fueron objeto de arrepentimiento y reforma no es justicia, sino venganza. De igual modo, ¿puede acaso calificarse de clemencia o misericordia perdonar al pecador por la falta de la que ya fue castigado?, ¿y perdonarlo por sus pecados infringiendo el castigo a un tercero? El Dios que adoramos es el Dios de la clemencia. Si nos impone normas y nos exige acatarlas ello no repercute en su propio beneficio, sino en el nuestro. Si castiga al hombre por sus faltas y pecados no es para recrearse en la satisfacción malsana de haber resarcido su agravio, como se desprende de la doctrina cristiana, sino para evitar la extensión del pecado y lavar la culpa del pecador. A cuantos se arrepienten y enmiendan, Dios les perdona sus faltas y pecados; no los castiga, ni a ellos ni a otro en su lugar. Y en nada contradice esto el principio de justicia divina pues Dios dice (lo que se interpreta en español): {Vuestro Señor ha decretado que Su misericordia esté por encima de Su ira. Quien de vosotros cometa una falta por ignorancia, y luego se arrepienta y enmiende, [sepa] que ciertamente Él es Absolvedor, Misericordioso. } [Corán 6: 54]
[2] Si la única vía para la salvación del alma radica en la fe en la redención que se sigue de la pasión y muerte de Cristo, ¿debemos colegir entonces que quienes vivieron antes de que tal suceso aconteciera están irremisiblemente condenados?
El pecado original
Recordemos que el tercer eje del Dogma de la Redención sostenía que Cristo pagó con su pasión y muerte en la cruz en el Calvario, por la expiación del pecado original y de todos los demás pecados del hombre, y que solo el poder salvador de su sangre otorga al alma la bienaventuranza eterna. A este respecto, el reverendo De Groot afirma en la página 162 de la obra antes citada: “Cristo, Dios y hombre, quien tomó sobre sí nuestros pecados satisfaciendo para su remisión la exigencia de justicia divina, es por ello mismo el mediador entre Dios y el hombre.” Esta teoría, sin embargo, contradice en igual medida el principio de misericordia y el de justicia divinas[1], puesto que, por una parte, si Dios exigiera un precio de sangre por el perdón del género humano estaría haciendo alarde de la más cruel inclemencia; y, por otra, torturar y crucificar a un inocente por los pecados ajenos resulta cuando menos perverso.
Son numerosos los argumentos que se podrían esgrimir contra el Dogma de la Redención. En primer lugar, el dogma según el cual Cristo fue crucificado para lavar el pecado de Adán reposa en un presupuesto falso, y negada la mayor, queda negada también su consecuencia. El presupuesto en cuestión es que no es sólo Adán quien carga con su pecado, sino toda la humanidad, a lo que se puede responder recordando Deuteronomio 24:16: “No se hará morir a los padres por los hijos, ni a los hijos por sus padres, sino que cada uno morirá por su pecado.”; así como Ezequiel 18:20: “El alma que pecare, ésa morirá: no pagará el hijo la maldad de su padre, ni el padre la maldad de su hijo.” El mismo Jesús –en palabras de la Biblia- sentenció: “Dará el pago a cada cual conforme a sus obras.” (Mateo 16:27), lo que es perfectamente acorde a lo que se menciona en el Corán: {…nadie cargará con los pecados ajenos, y que el ser humano no obtendrá sino el fruto de sus esfuerzos. Y por cierto que sus esfuerzos se verán [el Día de Juicio]} [Corán 53:38-40]
En segundo lugar, según leemos en Génesis 5:5, Adán y Eva vivieron aún 930 años tras haber comido del árbol del bien y del mal. En consecuencia, no se sostiene Génesis 2:17: “Mas del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comas: porque en cualquier día que comieres de él, infaliblemente morirás.” En realidad este pasaje lo que nos viene a decir es que Adán se arrepintió y guardó en adelante los preceptos de Dios, por lo que fue perdonado, como puede deducirse a la vista de Ezequiel 18:21-22: “Si el malvado se arrepiente de todos los pecados que ha cometido, y obedece todos mis decretos y practica el derecho y la justicia, no morirá; vivirá por practicar la justicia, y Dios se olvidará de todos los pecados que ese malvado haya cometido” Así pues, nadie precisa que Cristo muera para que le sean perdonados sus pecados, lo que de nuevo viene a coincidir con lo que afirma el Corán: {Por cierto que Adán desobedeció a su Señor y cometió un pecado. Luego su Señor lo eligió [como Profeta], lo perdonó y lo guió} [Corán 20: 122], por lo tanto, lo que se llama o se conoce como el Pecado Original fue perdonado desde su aparición.
En tercer lugar, nadie ha podido demostrar que el Mesías se dirigiera voluntariamente a la muerte por el perdón de los pecados. En realidad, en la Biblia lo que se nos viene a decir es que Jesús no quería morir en la cruz: cuando supo que sus enemigos planeaban asesinarlo dijo: “Mi alma sufre angustias de muerte”, y pidió a los discípulos que lo protegieran mientras él oraba imprecando a Dios: “¡Padre, Padre! Todas las cosas te son posibles, aparte de mí este cáliz; mas no sea lo que yo quiero, sino lo que tú.” (Marcos 14:36)
En cuarto lugar, la misma Biblia nos dice que el crucificado gritó al momento de la crucifixión: “¿Eloi Eloi lamma sabactani?, que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). En efecto, estas palabras de desesperanza indican a las claras que nos hallamos ante una persona que no quería ser crucificada; pero, en mayor medida aún, esas palabras no están demostrando de manera categórica que la persona que colgaba de la cruz no era Jesús, el Mesías, porque un profeta verdadero jamás diría tal cosa. Por otra parte, si Jesús fuera Dios, como sostienen los cristianos, ¿diría tal cosa?
En quinto lugar, Marcos 14:50 sostiene que ninguno de los discípulos estuvo presente al momento de la crucifixión porque todos huyeron abandonando al Mesías (¡!). Por tanto, los autores de los evangelios y de las epístolas no vieron aquellos acontecimientos y la suya, pues, no es la versión de un testigo presencial. Todo ello no hace sino avivar la sospecha: ¿Cuál es la fuente de la narración, máxime cuando cada evangelio narra la crucifixión de un modo completamente distinto?
Y en sexto y último lugar, la creencia en la necesidad de derramar sangre para aplacar la ira de lo sobrenatural es una concesión cristiana a cierta religiosidad primitiva en la que Dios se concibe como una especie de demonio poderoso. Mas lo cierto es que entre el pecado y la sangre no existe ni la más remota relación. Para la redención no se precisan derramamientos de sangre, sino sincero arrepentimiento, aspiración a retornar a Dios, perseverancia contra el mal y viva inclinación del ánimo a cumplir la voluntad de Dios conforme a lo revelado a los Profetas. Cuando a Jesús le preguntaron qué hacer para ganar la vida eterna, no respondió que creer en él como el Salvador cuya sangre redimirá los pecados del mundo. Respondió algo muy sencillo: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.” (Mateo 19:17)
En definitiva, el proyecto de salvación que nos presenta el cristianismo se desvela en extremo débil desde un punto de vista lógico y ético. Pero es que, además, no encuentra sostén en las enseñanzas de Jesús. Y Jesús vino al mundo para salvar a los hombres y conducirlos a la luz mediante sus enseñanzas y mediante el ejemplo vivo de sus actos, no para morir voluntariamente en la cruz ofreciendo su sangre para lavar los pecados del mundo. Vino, como todos los profetas a lo largo de la historia de la humanidad, y así lo decía, para invitar a los pecadores al arrepentimiento, no para expiar sus pecados: “Y desde entonces empezó Jesús a predicar y decir: ¡Arrepentíos, pues está cerca el reino de los cielos!” (Mateo 4:17)
En verdad resulta penoso comprobar cómo la Biblia llega al extremo de maldecir por esta causa a Jesús, bendito sea: “Jesucristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho por nosotros objeto de maldición; pues está escrito: Maldito todo aquel que es colgado en un madero.” (Gálatas 3:13). Una vez más nos hallamos ante una concesión cristiana a las antiguas religiones paganas. Arthur Findley (Rock of the Truth, pág. 45) alude a dieciséis personajes históricos de los que se afirmó en su tiempo que eran dioses venidos al mundo para salvar a su pueblo. He aquí algunos de ellos: el egipcio Osiris (1700 a.C.), el babilónico Baal (1200 a.C.), el griego Adonis (1100 a.C.), el hindú Krishna (1000 a.C.), el tibetano Andra (725 a.C.), el griego Prometeo (547 .C.), el chino Buda (560 a.C.) y el persa Mitra (400 a.C.).
El Dogma de la Redención, además de un insulto a la inteligencia, nos tienta a sobrevalorar la fe en detrimento de los actos, justo como hace Pablo al desdeñar la ley y los mandamientos que Jesús vino a completar y a cuyo cumplimiento llamó a los hombres, en Romanos 3:28: “Porque sostenemos que todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige”. Pues no olvidemos que Pablo niega incluso que fueran sus obras las que le fueron compensadas a Abrahán sino sólo su fe (Romanos 4:2-3). Así, Pablo consigue limitar la salvación y la bienaventuranza a la fe en la crucifixión de Cristo con independencia de las obras y del guardar los mandamientos. Mas ¿qué sería de la humanidad si aplicáramos esto a rajatabla? Para refutar a Pablo basta con recordar las palabras del mismo Jesús: “Y así, el que violare uno de estos mandamientos, por mínimos que parezcan, y enseñare a los hombre a hacer lo mismo, será tenido por el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los guardare y enseñare, ése será tenido por grande en el reino de los cielos.” (Mateo 5:19)
El Islam rechaza con toda firmeza el Dogma de la Redención al afirmar que el perdón de los pecados no se obtiene en ningún caso por el sufrimiento o sacrificio ajenos, sino por la gracia de Dios, el arrepentimiento sincero y la perseverancia en dar la espalda al mal y obrar el bien. Asimismo, si el pecado o falta hubiera supuesto una injusticia para con terceras personas, dicha injusticia habrá de ser reparada y, en la medida de lo posible, deberemos obtener el perdón de las víctimas para que nuestros pecados queden definitivamente lavados. El Islam promete la salvación y la bienaventuranza para cuantos crean en la unicidad absoluta de Dios y obren con bien: {No es así, quienes se entreguen a Al-lah y sean benefactores tendrán su recompensa junto a su Señor, y no temerán ni se entristecerán} [Corán 2: 112], {Diles: Yo no soy más que un hombre a quien se le ha revelado que sólo debéis adorar a Al-lah, vuestra única divinidad. Quien anhele la comparecencia ante su Señor que realice obras piadosas y que no adore a nadie más que a Él} [Corán 18: 110], lo que es perfectamente concordante con las enseñanzas de Jesús tal y como se vierten en la Epístola del Apóstol Santiago 2:14-17: “¿De qué servirá, hermanos míos, el que uno diga tener fe, si no tiene obras? ¿Por ventura a este tal la fe podrá salvarle?... Así la fe, si no es acompañada de obras, está muerta en sí misma.”
[1] Ante todo esto no puede uno menos que preguntarse supongo que con tantos otros: Los remordimientos de Adán, su arrepentimiento, su expulsión del paraíso, los numerosos sacrificios ofrendados a Dios, ¿no fueron precio suficiente para su salvación? Porque si fuera así, ¿qué expiación posible tendrían pecados incomparablemente más horrendos? Y por otra parte, ¿cómo es que el misterio de la redención quedó oculto a los ojos de todos los Profetas hasta que la Iglesia lo sacó a la luz?
[1]En su A Brief History of Civilization (t. 11, p. 276), Will Durant afirma: “El Cristianismo no acabó con el paganismo, lo que hizo fue adoptarlo.” Esta afirmación se refiere al Cristianismo de Pablo, no al Cristianismo verdadero y auténtico, enseñado por Jesús, la paz sea con él, en el que llamó a creer en la pura unicidad de Al-lah, Uno y Único.
[2]En otras referencias de la Biblia encontramos: Isaías(45:5): “Yo soy el Señor, y no hay otro que yo: no hay Dios fuera de mí”, Isaías(45:18): “Porque así dice el Señor, el que creó los cielos; el Dios que formó la tierra, que la hizo y la estableció; que no la creó para dejarla vacía, sino que la formó para ser habitada: Yo soy el Señor, y no hay ningún otro”.
Los cristianos afirman que Jesucristo es Dios eterno, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que hace más de dos mil años decidió encarnarse en un cuerpo mortal y nació de la Virgen María. Sin embargo, como en el caso anterior, se trata de una creencia que no encuentra soporte en las enseñanzas del Mesías tal y como nos las han transmitido los Evangelios. En efecto, Jesús nunca se arrogó naturaleza divina. No hay para demostrarlo sino que citar las propias palabras de Jesús recogidas en Marcos 10:18: “—¿Por qué me llamas bueno? —respondió Jesús—. Nadie es bueno sino sólo Dios.” ¿Se negaba a que lo llamaran bueno y aceptaría que lo llamaran Dios? Cuando Jesús hablaba de Dios lo llamaba “mi Padre y el Padre tuyo, mi Dios y el Dios tuyo.” Jesús siempre negaba poseer poder alguno, nada, aseguraba, era producto de su propia voluntad, sino de la voluntad suprema que lo había enviado, se menciona en (Juan 5:30): “Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta; juzgo sólo según lo que oigo, y mi juicio es justo, pues no busco hacer mi propia voluntad sino cumplir la voluntad del que me envió.” Y en se afirma en (Juan 12:49): “Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió me ordenó qué decir y cómo decirlo.”. Y: “El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta.El que habla por cuenta propia busca su vanagloria; en cambio, el que busca glorificar al que lo envió es una persona íntegra y sin doblez.” (Juan 7:17-18)
Jesús siempre mantuvo que el Señor es mayor que él: “Ya me han oído decirles: "Me voy, pero vuelvo a ustedes." Si me amaran, se alegrarían de que voy al Padre, porque el Padre es más grande que yo” (Juan 14: 28); que él todo lo hacía por complacer al Señor: “…sabrán ustedes que yo soy, y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo conforme a lo que el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque siempre hago lo que le agrada” (Juan 8: 28-29); que no venia sino a traer la buena nueva del Reino de Dios: “Mas él les dijo: Es necesario que yo predique también a otras ciudades el evangelio del reino de Dios; pues para eso he sido enviado.” (Lucas 4:43); que solo entra en el reino de los cielos quien cumple la voluntad de Dios: “No todo aquel que me dice: ¡Oh, Señor, Señor! Entrará en el reino de los cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ése es el que entrará en el reino de los cielos.” (Mateo 7:21), y que “cualquiera que hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.”1 (Marcos 3:35); que ni él ni el Espíritu Santo conocen la hora final: “Mas en cuanto al día o a la hora nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.” (Marcos 13:32) Y por si fuera poco, podemos comprobar cómo Jesús se describe a sí mismo como un profeta: “No obstante, así hoy como mañana, y pasado mañana, conviene que yo siga mi camino; porque no cabe que un profeta pierda la vida fuera de Jerusalén. ¡Oh Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que a ti son enviados!” (Lucas 13:33-34) Todas estas palabras que la Biblia pone en boca de Jesús nos muestran que, en su relación con Dios, no se consideraba más que cualquier otro ser humano. Él no era el Creador, sino la criatura. Una criatura en nada diferente a Adán. ¿Qué otra conclusión podríamos sacar cuando lo vemos rezarle a Dios, por ejemplo, en Marcos 1:35 y en Lucas 5:16? ¿No es acaso un profeta el que reza a Dios, o es Dios quien se reza a sí mismo? ¿No glorificaba a Dios diciendo “Yo te glorifico, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (Mateo 11:25)?
Concluimos, pues, que el dogma de la naturaleza divina de Cristo no se sostiene en las enseñanzas de Jesús tal y como nos las han transmitido los Evangelios. Como los dogmas de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, también éste surgió tiempo después de que el Mesías dejara de estar entre nosotros. Una vez más nos encontramos ante una concesión cristiana al paganismo. No olvidemos que numerosos héroes fueron divinizados en la mitología pre cristiana, lo mismo que los hinduistas hicieran con Krishna, los budistas con Buda, los persas con Mitra, los antiguos egipcios con Osiris, los griegos con Baco, los babilonios con Baal y los sirios con Adonis, los cristianos lo hicieron con Jesús.
Al negar el dogma de la encarnación, o lo que es lo mismo, de la transmutación de Dios en su criatura, el Islam nos libera de tales supercherías. El Islam defiende con la mayor firmeza que ni Jesús, ni ningún otro ser humano, es ni será nunca Dios. En la Sura 5:75 se afirma que Jesús fue un mensajero de Dios, como tantos otros que leprecedieron, y que “solía comer” en compañía de su madre. Una criatura que come no puede ser Dios, ni Jesús ni Muhammad ni ningún otro profeta; y ello toda vez que comer implica una servidumbre material, y Dios es el Subsistente, de nada ni de nadie depende. Comer implica digerir; y digerir implica actos innobles y en nada acordes a la majestad divina. No debemos olvidar que un gran número de pueblos antiguos, más o menos primitivos, incluso negaban la posibilidad de que un enviado de Dios pudiera ser un mortal común que come y bebe. Recordemos el episodio que nos narra el Corán respecto a lo que dijeron los descreídos de Noé (lo que se interpreta en español): {Y los nobles de su pueblo que no creyeron y desmintieron el Día del Juicio, y a quienes habíamos concedido una vida llena de riquezas, dijeron [a los más débiles]: Éste es un mortal igual que vosotros, come lo que coméis y bebe lo que bebéis, si obedecéis a un humano como vosotros estaréis perdidos} [Corán 23: 33-34]. Tiempo después los beduinos iletrados dijeron del profeta Muhammad (lo que se interpreta en español): {Y dicen: ¿Qué clase de Mensajero es éste? Se alimenta y anda por el mercado [ganándose la vida] igual que nosotros. [Si de verdad es un Mensajero] ¿Por qué no desciende un Ángel y lo secunda en su misión de advertir a los hombres? } [Corán 25: 7]. Quienes divinizan a Jesús no hacen sino llevar esto al extremo, para ellos es Dios mismo quien bajó de las alturas para, transmutado en ser humano, alimentarse de materia. ¡Gloria a Dios en las alturas, tan ajeno a tales desvaríos!
El Corán niega la naturaleza divina de Jesús con las siguientes palabras (que se interpretan en español): {Son incrédulos quienes dicen: Al-lah es el Mesías hijo de María. El mismo Mesías dijo: ¡Oh, Hijos de Israel! Adorad a Al-lah, pues Él es mi Señor y el vuestro. A quien atribuya copartícipes a Al-lah, Él le vedará el Paraíso y su morada será el Infierno. Los inicuos jamás tendrán auxiliadores. Son incrédulos quienes dicen: Al-lah es parte de una trinidad. No hay más que una sola divinidad. Si no desisten de lo que dicen, un castigo doloroso azotará a quienes [por decir eso] hayan caído en la incredulidad.} [Corán 5: 72-73]
Al-lah también ha dicho (lo que se interpreta en español): {Por cierto que el ejemplo de Jesús ante Al-lah es semejante al de Adán, a quien creó de barro y luego le dijo: ¡Sé!, y fue} [Corán 3: 59]. Tampoco Adán tuvo madre ni padre. Jesús fue un profeta de Dios, piadoso, devoto y puro como todo profeta, pero a la postre humano. {Entonces [Jesús] habló: Por cierto que soy el siervo de Allah. Él me revelará el Libro y hará de mí un Profeta }[Corán 19: 30]. En Hechos de los Apóstoles 3:13 leemos: “El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su siervo Jesús.”
Como fácilmente concluirá el lector, no es pues el Islam el único que sostiene que Jesús no era divino sino humano: también lo hace la Biblia. De hecho, en un programa de la televisión británica titulado Credo, diecinueve de los treinta y un obispos de la Iglesia Anglicana afirmaron que los cristianos no están obligados a creer en la naturaleza divina de Cristo (Daily News de 25 de junio del año 1984).
La filiación divina de Cristo
Tampoco el dogma de la filiación divina de Cristo es conforme a sus enseñanzas. De hecho, la Biblia utiliza expresiones equivalentes para Adán (“Adán, el hijo de Dios”, Lucas 3:38) y otros profetas anteriores a Cristo. En Éxodo 4:22 leemos: “Y tú [Israel] le dirás [a Faraón]: Esto dice el Señor: Israel es mi hijo primogénito”; en Salmos 2:7 David afirma: “Yo proclamaré el decreto del Señor:«Tú eres mi hijo», me ha dicho; «hoy mismo te he engendrado.”, y en Crónicas I 22:10, se dice de Salomón: “Él será quien me construya un templo. Él será para mí como un hijo, y yo seré para él como un padre. Yo afirmaré para siempre el trono de su reino en Israel”. Así pues, a la vista de las citas anteriores y de otra profusión de lugares en la Biblia debemos concluir que el término “hijo” no es usado en tales contextos en sentido propio sino figurado, y que debe entenderse que el “hijo de Dios” es la persona bien amada por Dios. El mismo Jesús dijo: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen,para que sean hijos de su Padre que está en el cielo.” (Mateo 5:44-45) y “Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). No cabe la menor duda de lo que Jesús quiere decir cuando afirma que alguien es “hijo de Dios”.
Mas, ¿qué remisión cabría de sangre impura y culpada? La redentora habrá de ser sangre no contaminada, perfecta y limpia de corrupción. Y es por eso que Jesús, el “Hijo de Dios” sin pecado, vino al mundo, fue crucificado, sufrió una agonía indecible y derramó la sangre de sus venas. Así quedó purgada la culpa de la humanidad. Al fin y al cabo, solo el Dios infinito podía pagar el infinito precio del pecado. Por lo tanto, sólo quien acepte que Jesús es el Redentor puede salvarse. A menos que admitamos nuestra redención por la pasión y muerte de Cristo estaremos condenados al fuego eterno. En todo este asunto caben distinguir las siguientes cuestiones:
1. El concepto de pecado original.
Es el colmo de la injusticia condenar a toda la humanidad por el pecado de su antecesor, todo esto atenta contra la sana razón. El pecado es, por definición, una trasgresión voluntaria de la ley de Dios o de la norma que distingue el bien y el mal. La responsabilidad o el castigo por dicha culpa solo pueden recaer en la persona que la comete, jamás en sus descendientes. Considerar al hombre cargado de pecado al nacer parece una broma de mal gusto. ¡Cuán duro de corazón, insensato e ilógico hay que ser para, con San Agustín, deducir del dogma del pecado original que los niños sin bautizar están condenados a arder en el infierno por los siglos de los siglos…! Pero la dura realidad es que hasta fechas muy recientes a los niños sin bautizar no se les daba cristiana sepultura, por la peregrina razón de que habían muerto sin expiar el pecado original y, en consecuencia, en pecado mortal.
Tampoco el dogma de la filiación divina de Cristo es conforme a sus enseñanzas. De hecho, la Biblia utiliza expresiones equivalentes para Adán (“Adán, el hijo de Dios”, Lucas 3:38) y otros profetas anteriores a Cristo. En Éxodo 4:22 leemos: “Y tú [Israel] le dirás [a Faraón]: Esto dice el Señor: Israel es mi hijo primogénito”; en Salmos 2:7 David afirma: “Yo proclamaré el decreto del Señor:«Tú eres mi hijo», me ha dicho; «hoy mismo te he engendrado.”, y en Crónicas I 22:10, se dice de Salomón: “Él será quien me construya un templo. Él será para mí como un hijo, y yo seré para él como un padre. Yo afirmaré para siempre el trono de su reino en Israel”. Así pues, a la vista de las citas anteriores y de otra profusión de lugares en la Biblia debemos concluir que el término “hijo” no es usado en tales contextos en sentido propio sino figurado, y que debe entenderse que el “hijo de Dios” es la persona bien amada por Dios. El mismo Jesús dijo: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen,para que sean hijos de su Padre que está en el cielo.” (Mateo 5:44-45) y “Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). No cabe la menor duda de lo que Jesús quiere decir cuando afirma que alguien es “hijo de Dios”.
No existe justificación posible para no entender que Jesús es el hijo de Dios en sentido figurado. Cuando afirmamos que Jesús es el hijo de Dios estamos diciendo exactamente lo mismo que cuando lo predicamos de Adán, del pueblo de Israel, de David o de Salomón. Esto sin tener en cuenta que si en trece ocasiones la Biblia denomina a Jesús “hijo de Dios”, nada menos que en ochenta y tres lo denomina “hijo del hombre”. El Islam rechaza con la mayor energía la filiación divina de Cristo. Así lo establece el Corán con claridad meridiana: {Dicen: Al-lah ha tenido un hijo. ¡Glorificado sea! Suyo es cuanto hay en los cielos y en la Tierra , todo está sometido a Él} [Corán 2: 116]. En definitiva, atribuir al hijo filiación divina quiebra el principio de perfección de Dios, ensalzado sea.
El pecado original
El pecado original es el cometido por Adán al desobedecer a Dios y comer el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal (Génesis 2:17). La doctrina cristiana sostiene que todos los seres humanos han heredado esa culpa, lo que significa que todos los hombres son concebidos con tal mancha. Y puesto que, continúa la doctrina cristiana, el principio de justicia divina exige la expiación de la culpa, Dios no puede perdonar el pecado, aún el venial, sin cobrarse por ello cumplida compensación. Y, por más asombroso que resulte, puesto que conforme a lo que Pablo establece en la Epístola a los Hebreos (9:22), “sin derramamiento de sangre no hay perdón”[1], entonces, la doctrina Cristiana concluye que el pecado original debe lavarse con sangre.
2. La creencia en que el principio de justicia divina exige que la remisión de la pasión y muerte de Cristo redimió del pecado a toda la humanidad y que la única vía para la salvación eterna del alma es el que discurre por el camino de la fe en el sacrificio de Cristo por los hombres[2].
Comencemos analizando la primera. En la página 140 del libro titulado Catholic Teaching, obra del reverendo padre De Groot, leemos: “Las Sagradas Escrituras nos enseñan que el pecado de Adán se transmitió a todos los seres humanos, excepción hecha de Nuestra Santísima Señora.” Y en Romanos 5:8-19: “Así como el delito de uno solo [Adán] atrajo la condenación a todos los hombres, así también la justicia de uno solo [Cristo] ha merecido a todos los hombre la justificación que da vida.” No cabe otra interpretación: todos los seres humanos han heredado el pecado de Adán. Pero lo cierto es que, como tantos otros dogmas cristianos, el del “pecado heredado” no tiene fundamento alguno en las enseñanzas de Jesús o de los Profetas que le precedieron.
Los profetas siempre enseñaron que el hombre es responsable de sus propios actos y solo de sus propios actos, y que los hijos no heredan las culpas de sus padres. Prueba de que el hombre nace sin culpa ni pecado la tenemos en que, para Jesús, nada había tan inocente y puro como un niño. Recordemos cuando dijo a los discípulos: “Cuando Jesús se dio cuenta, se indignó y les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos.Les aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará en él.” (Marcos 10:14-15)
El Islam condena con la mayor energía el dogma del pecado y que se cobre un precio de sangre. También para el Islam los niños son criaturas puras que nacen sin pecado o culpa. La culpa no se hereda. La culpa es una carga individual que nos imponemos al hacer lo que no debíamos o no hacer lo que debíamos.
Queda demostrado que el principio sobre el que se sustenta el dogma del pecado original no es acorde ni a las enseñanzas de Jesús ni a la sana razón, no podremos menos que concluir que todas sus consecuencias doctrinales son igualmente falsas. Esto en lo que toca a la primera cuestión. Volvamos ahora a la segunda, esto es, al principio que exige que para la remisión del pecado original y de todos los posteriores pecados de los hombres se cobre un precio toda vez que, si Dios perdonara al pecador sin aplicarle el correspondiente castigo, ello significaría que no existe justicia divina. A este respecto, en una obra titulada The Atonement (en español, La expiación de los pecados), y concretamente en su página cinco, afirma el reverendo W. Goldsack: “Debe quedar para todos más claro que el agua que Dios no puede sin más vulnerar las normas que Él mismo ha impuesto. En consecuencia, Dios no puede perdonar al pecador sin aplicarle el conveniente castigo. Pues si de tal modo obrase, ¿cómo podríamos calificarlo de ecuánime?” Con afirmaciones como esa solo se demuestra la ignorancia -a la que se ha llegado por negligencia y terquedad- respecto a la naturaleza de Dios. Dios no es un juez común o rey justiciero. Dios es, citando el Corán, “clemente, su misericordia todo lo abarca, suyo es el Día del Juicio Final.” Dios, por tanto, es mucho más que justo: como dice José, (lo que se interpreta en español): {¡Él es el más misericordioso entre los misericordiosos!} [Corán 12:92]
Al hombre contrito y con el ánimo inclinado a templar sus malas pasiones, ¿cómo no habría Dios todopoderoso de perdonarle sin más sus faltas e imperfecciones? Al fin y al cabo, la función general del castigo no es sino prevenir el pecado y promover la reforma del pecador. Imponer un castigo por faltas pasadas que fueron objeto de arrepentimiento y reforma no es justicia, sino venganza. De igual modo, ¿puede acaso calificarse de clemencia o misericordia perdonar al pecador por la falta de la que ya fue castigado?, ¿y perdonarlo por sus pecados infringiendo el castigo a un tercero? El Dios que adoramos es el Dios de la clemencia. Si nos impone normas y nos exige acatarlas ello no repercute en su propio beneficio, sino en el nuestro. Si castiga al hombre por sus faltas y pecados no es para recrearse en la satisfacción malsana de haber resarcido su agravio, como se desprende de la doctrina cristiana, sino para evitar la extensión del pecado y lavar la culpa del pecador. A cuantos se arrepienten y enmiendan, Dios les perdona sus faltas y pecados; no los castiga, ni a ellos ni a otro en su lugar. Y en nada contradice esto el principio de justicia divina pues Dios dice (lo que se interpreta en español): {Vuestro Señor ha decretado que Su misericordia esté por encima de Su ira. Quien de vosotros cometa una falta por ignorancia, y luego se arrepienta y enmiende, [sepa] que ciertamente Él es Absolvedor, Misericordioso. } [Corán 6: 54]
[2] Si la única vía para la salvación del alma radica en la fe en la redención que se sigue de la pasión y muerte de Cristo, ¿debemos colegir entonces que quienes vivieron antes de que tal suceso aconteciera están irremisiblemente condenados?
El pecado original
Recordemos que el tercer eje del Dogma de la Redención sostenía que Cristo pagó con su pasión y muerte en la cruz en el Calvario, por la expiación del pecado original y de todos los demás pecados del hombre, y que solo el poder salvador de su sangre otorga al alma la bienaventuranza eterna. A este respecto, el reverendo De Groot afirma en la página 162 de la obra antes citada: “Cristo, Dios y hombre, quien tomó sobre sí nuestros pecados satisfaciendo para su remisión la exigencia de justicia divina, es por ello mismo el mediador entre Dios y el hombre.” Esta teoría, sin embargo, contradice en igual medida el principio de misericordia y el de justicia divinas[1], puesto que, por una parte, si Dios exigiera un precio de sangre por el perdón del género humano estaría haciendo alarde de la más cruel inclemencia; y, por otra, torturar y crucificar a un inocente por los pecados ajenos resulta cuando menos perverso.
Son numerosos los argumentos que se podrían esgrimir contra el Dogma de la Redención. En primer lugar, el dogma según el cual Cristo fue crucificado para lavar el pecado de Adán reposa en un presupuesto falso, y negada la mayor, queda negada también su consecuencia. El presupuesto en cuestión es que no es sólo Adán quien carga con su pecado, sino toda la humanidad, a lo que se puede responder recordando Deuteronomio 24:16: “No se hará morir a los padres por los hijos, ni a los hijos por sus padres, sino que cada uno morirá por su pecado.”; así como Ezequiel 18:20: “El alma que pecare, ésa morirá: no pagará el hijo la maldad de su padre, ni el padre la maldad de su hijo.” El mismo Jesús –en palabras de la Biblia- sentenció: “Dará el pago a cada cual conforme a sus obras.” (Mateo 16:27), lo que es perfectamente acorde a lo que se menciona en el Corán: {…nadie cargará con los pecados ajenos, y que el ser humano no obtendrá sino el fruto de sus esfuerzos. Y por cierto que sus esfuerzos se verán [el Día de Juicio]} [Corán 53:38-40]
En segundo lugar, según leemos en Génesis 5:5, Adán y Eva vivieron aún 930 años tras haber comido del árbol del bien y del mal. En consecuencia, no se sostiene Génesis 2:17: “Mas del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comas: porque en cualquier día que comieres de él, infaliblemente morirás.” En realidad este pasaje lo que nos viene a decir es que Adán se arrepintió y guardó en adelante los preceptos de Dios, por lo que fue perdonado, como puede deducirse a la vista de Ezequiel 18:21-22: “Si el malvado se arrepiente de todos los pecados que ha cometido, y obedece todos mis decretos y practica el derecho y la justicia, no morirá; vivirá por practicar la justicia, y Dios se olvidará de todos los pecados que ese malvado haya cometido” Así pues, nadie precisa que Cristo muera para que le sean perdonados sus pecados, lo que de nuevo viene a coincidir con lo que afirma el Corán: {Por cierto que Adán desobedeció a su Señor y cometió un pecado. Luego su Señor lo eligió [como Profeta], lo perdonó y lo guió} [Corán 20: 122], por lo tanto, lo que se llama o se conoce como el Pecado Original fue perdonado desde su aparición.
En tercer lugar, nadie ha podido demostrar que el Mesías se dirigiera voluntariamente a la muerte por el perdón de los pecados. En realidad, en la Biblia lo que se nos viene a decir es que Jesús no quería morir en la cruz: cuando supo que sus enemigos planeaban asesinarlo dijo: “Mi alma sufre angustias de muerte”, y pidió a los discípulos que lo protegieran mientras él oraba imprecando a Dios: “¡Padre, Padre! Todas las cosas te son posibles, aparte de mí este cáliz; mas no sea lo que yo quiero, sino lo que tú.” (Marcos 14:36)
En cuarto lugar, la misma Biblia nos dice que el crucificado gritó al momento de la crucifixión: “¿Eloi Eloi lamma sabactani?, que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). En efecto, estas palabras de desesperanza indican a las claras que nos hallamos ante una persona que no quería ser crucificada; pero, en mayor medida aún, esas palabras no están demostrando de manera categórica que la persona que colgaba de la cruz no era Jesús, el Mesías, porque un profeta verdadero jamás diría tal cosa. Por otra parte, si Jesús fuera Dios, como sostienen los cristianos, ¿diría tal cosa?
En quinto lugar, Marcos 14:50 sostiene que ninguno de los discípulos estuvo presente al momento de la crucifixión porque todos huyeron abandonando al Mesías (¡!). Por tanto, los autores de los evangelios y de las epístolas no vieron aquellos acontecimientos y la suya, pues, no es la versión de un testigo presencial. Todo ello no hace sino avivar la sospecha: ¿Cuál es la fuente de la narración, máxime cuando cada evangelio narra la crucifixión de un modo completamente distinto?
Y en sexto y último lugar, la creencia en la necesidad de derramar sangre para aplacar la ira de lo sobrenatural es una concesión cristiana a cierta religiosidad primitiva en la que Dios se concibe como una especie de demonio poderoso. Mas lo cierto es que entre el pecado y la sangre no existe ni la más remota relación. Para la redención no se precisan derramamientos de sangre, sino sincero arrepentimiento, aspiración a retornar a Dios, perseverancia contra el mal y viva inclinación del ánimo a cumplir la voluntad de Dios conforme a lo revelado a los Profetas. Cuando a Jesús le preguntaron qué hacer para ganar la vida eterna, no respondió que creer en él como el Salvador cuya sangre redimirá los pecados del mundo. Respondió algo muy sencillo: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.” (Mateo 19:17)
En definitiva, el proyecto de salvación que nos presenta el cristianismo se desvela en extremo débil desde un punto de vista lógico y ético. Pero es que, además, no encuentra sostén en las enseñanzas de Jesús. Y Jesús vino al mundo para salvar a los hombres y conducirlos a la luz mediante sus enseñanzas y mediante el ejemplo vivo de sus actos, no para morir voluntariamente en la cruz ofreciendo su sangre para lavar los pecados del mundo. Vino, como todos los profetas a lo largo de la historia de la humanidad, y así lo decía, para invitar a los pecadores al arrepentimiento, no para expiar sus pecados: “Y desde entonces empezó Jesús a predicar y decir: ¡Arrepentíos, pues está cerca el reino de los cielos!” (Mateo 4:17)
En verdad resulta penoso comprobar cómo la Biblia llega al extremo de maldecir por esta causa a Jesús, bendito sea: “Jesucristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho por nosotros objeto de maldición; pues está escrito: Maldito todo aquel que es colgado en un madero.” (Gálatas 3:13). Una vez más nos hallamos ante una concesión cristiana a las antiguas religiones paganas. Arthur Findley (Rock of the Truth, pág. 45) alude a dieciséis personajes históricos de los que se afirmó en su tiempo que eran dioses venidos al mundo para salvar a su pueblo. He aquí algunos de ellos: el egipcio Osiris (1700 a.C.), el babilónico Baal (1200 a.C.), el griego Adonis (1100 a.C.), el hindú Krishna (1000 a.C.), el tibetano Andra (725 a.C.), el griego Prometeo (547 .C.), el chino Buda (560 a.C.) y el persa Mitra (400 a.C.).
El Dogma de la Redención, además de un insulto a la inteligencia, nos tienta a sobrevalorar la fe en detrimento de los actos, justo como hace Pablo al desdeñar la ley y los mandamientos que Jesús vino a completar y a cuyo cumplimiento llamó a los hombres, en Romanos 3:28: “Porque sostenemos que todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige”. Pues no olvidemos que Pablo niega incluso que fueran sus obras las que le fueron compensadas a Abrahán sino sólo su fe (Romanos 4:2-3). Así, Pablo consigue limitar la salvación y la bienaventuranza a la fe en la crucifixión de Cristo con independencia de las obras y del guardar los mandamientos. Mas ¿qué sería de la humanidad si aplicáramos esto a rajatabla? Para refutar a Pablo basta con recordar las palabras del mismo Jesús: “Y así, el que violare uno de estos mandamientos, por mínimos que parezcan, y enseñare a los hombre a hacer lo mismo, será tenido por el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los guardare y enseñare, ése será tenido por grande en el reino de los cielos.” (Mateo 5:19)
El Islam rechaza con toda firmeza el Dogma de la Redención al afirmar que el perdón de los pecados no se obtiene en ningún caso por el sufrimiento o sacrificio ajenos, sino por la gracia de Dios, el arrepentimiento sincero y la perseverancia en dar la espalda al mal y obrar el bien. Asimismo, si el pecado o falta hubiera supuesto una injusticia para con terceras personas, dicha injusticia habrá de ser reparada y, en la medida de lo posible, deberemos obtener el perdón de las víctimas para que nuestros pecados queden definitivamente lavados. El Islam promete la salvación y la bienaventuranza para cuantos crean en la unicidad absoluta de Dios y obren con bien: {No es así, quienes se entreguen a Al-lah y sean benefactores tendrán su recompensa junto a su Señor, y no temerán ni se entristecerán} [Corán 2: 112], {Diles: Yo no soy más que un hombre a quien se le ha revelado que sólo debéis adorar a Al-lah, vuestra única divinidad. Quien anhele la comparecencia ante su Señor que realice obras piadosas y que no adore a nadie más que a Él} [Corán 18: 110], lo que es perfectamente concordante con las enseñanzas de Jesús tal y como se vierten en la Epístola del Apóstol Santiago 2:14-17: “¿De qué servirá, hermanos míos, el que uno diga tener fe, si no tiene obras? ¿Por ventura a este tal la fe podrá salvarle?... Así la fe, si no es acompañada de obras, está muerta en sí misma.”
[1] Ante todo esto no puede uno menos que preguntarse supongo que con tantos otros: Los remordimientos de Adán, su arrepentimiento, su expulsión del paraíso, los numerosos sacrificios ofrendados a Dios, ¿no fueron precio suficiente para su salvación? Porque si fuera así, ¿qué expiación posible tendrían pecados incomparablemente más horrendos? Y por otra parte, ¿cómo es que el misterio de la redención quedó oculto a los ojos de todos los Profetas hasta que la Iglesia lo sacó a la luz?
[1] Ante todo esto no puede uno menos que preguntarse supongo que con tantos otros: Los remordimientos de Adán, su arrepentimiento, su expulsión del paraíso, los numerosos sacrificios ofrendados a Dios, ¿no fueron precio suficiente para su salvación? Porque si fuera así, ¿qué expiación posible tendrían pecados incomparablemente más horrendos? Y por otra parte, ¿cómo es que el misterio de la redención quedó oculto a los ojos de todos los Profetas hasta que la Iglesia lo sacó a la luz?
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