Con el capítulo de hoy iniciamos una serie de artículos que nos llevarán, Insha Allah, a aproximarnos a un pueblo en gran medida desconocido para muchos de nosotros, un pueblo que ha demostrado su valentía y su heroicidad desde principios del siglo XIX hasta la actualidad, un pueblo que ha sufrido en su gente, en sus ciudades, en sus pueblos las mayores atrocidades, los mayores genocidios de los que la Historia ha sido testigo en los últimos siglos, un pueblo que ha sabido, y sigue demostrándolo, plasmar el Islam en la vida de sus ciudadanos, en el amor a la libertad y a la tierra que les ha visto nacer, un Islam tan arraigado en su sangre, como arraigado está el odio en la sangre de los Kuffar rusos hacia el Islam y hacia el noble pueblo de Chechenia, cuyo único delito a lo largo de la Historia ha sido el de querer vivir y morir como Musulmanes, con la dignidad del musulmán, que es la dignidad del hombre que no se doblega más a que a su Señor, Allah, y que ante las mayores calamidades que les pueda deparar la vida, como la que vive en la actualidad este pueblo, sabe que todo está en manos de Allah, Señor de los mundos, que en la bonanza se muestra agradecido a su Señor y en la dificultad encuentra también en Él la fuerza necesaria para seguir en el camino del Yihad, pilar y eje del Islam.
Como sabéis los lectores de nuestra página web., queremos desde la modestia de los medios a nuestro alcance, manteneros al corriente de la lucha de este pueblo por su libertad, una lucha olvidada por todos en Occidente; un Occidente que hace oídos sordos ante la barbarie del mafioso ejército ruso, presidido por el exagente de la KGB y terrorista consumado, “Zar Putin”. Una guerra en la que han muerto, y siguen muriendo, miles y miles de civiles inocentes, mujeres, niños, ancianos, ante la indiferencia no ya de los gobiernos Occidentales, sino también de los regímenes títeres llamados Islámicos, más preocupados por su servilismo a Occidente que por defender a sus hermanos Musulmanes allá donde estén sufriendo.
Para nosotros, Musulmanes occidentales, desencantados del Islam “oficial” que se nos vende desde los regímenes títeres, es una ráfaga de aire fresco saber que aun hay pueblos Musulmanes no solo de nombre.
El Yihad del Imam Shamyl
Por Karim Fenari
La desesperada lucha del pueblo Checheno por su libertad ha cogido a muchos por sorpresa. Tal como sucediera hace tres años con Bosnia, la existencia de estos países Musulmanes era desconocida para muchos de nuestra comunidad. Pero ahora, hay que mencionar que cuando las salvajes hordas del Zar Boris Primero se desplazaban desde las bárbaras tierras del norte para llevar el fuego y la cruz a los Chechenos, es de notar que el Cáucaso ha sido siempre el cementerio de los invasores y el lugar de nacimiento de héroes Musulmanes cuyos nombres aun resuenan en los bosques y en los valles de aquellas románticas tierras.
El Cáucaso constituye una cadena montañosa única en la tierra que divide a Europa de Asia. Los más altos picos de Europa se encuentran aquí, frente a los cuales los Alpes no son más que un montículo. En una extensión de 650 millas desde el mar Caspio al Mar Negro la altura media es de 10.000 pies. Este impresionante paisaje se ve magnificado por las enormes pendientes de las laderas de sus montañas. El Cáucaso es un hombre cuyo cuerpo no tiene curvas, dice un proverbio de Georgia, que con sus acantilados y torrentes de más de 5.000 pies de altura, parecen disecar un paisaje rocoso espectacular.
La impenetrabilidad y la dificultad en las comunicaciones han permitido a innumerables pueblos y tribus asentarse allí. El historiador Plinio nos cuenta que los Romanos tuvieron que emplear a ciento treinta y cuatro intérpretes para entenderse con los clanes guerreros de la zona; mientras que el historiador Árabe Al-Azizi apodó a la región con el nombre de Montaña de las Lenguas, registrando trescientas lenguas habladas diferentes entre sí, solo en la región de Daguestán.
Algunos de los pueblos Caucásicos, como los Chechenos que son de piel blanca, proceden de antiguas migraciones europeas. Otros, incluidos los Daguestaníes, se cree que poseen un origen asiático. Pero la dureza del clima y las dificultades del terreno han marcado en todos ellos un notable estilo de vida ascético. Tan solo es posible desarrollar algo de agricultura en las laderas montañosas, y la actividad del pastoreo de ovejas en las plataformas montañosas. Tradicionalmente la gente ha vivido en aldeas escarpadas, fortificadas con bloques de piedras y muros protectores para salvaguardarlas de pumas, lobos, y tribus enemigas. Construidas en los lugares más inaccesibles, en lo alto de escarpadas montañas, la ruta que lleva hasta estas aldeas discurría por difíciles caminos de acantilados sin lugares para el reposo, rodeados de vertiginosas panorámicas y picos impresionantes surcados por el vuelo de las águilas.
En semejante orografía tan solo sobrevivían los niños más fuertes, que pasaban sus días en trabajos duros en la montaña sin lugar para el descanso; por ello cuando alcanzaban la madurez los Daguestani y Chechenos eran hombres fuertes y rudos. Se dice que a mediados del siglo XIX ninguna chica Chechena consentía casarse con un hombre a menos que este hubiese matado al menos un Ruso, pudiera saltar sobre una corriente de veinte tres pies de anchura o bien saltar por encima de una cuerda sostenida a la altura de los hombros de dos personas.
Las impresionantes simas que dividían las villas entre sí conducían fácilmente a la rivalidad y la contienda entre ellas. La vida del Cáucaso estaba dominada por las vendettas de sangre, los kanli, las cuales aseguraban que ningún agravio por pequeño que este fuera, podía pasar sin la venganza de los parientes de la víctima. La literatura épica Chechena abunda en historias de conflictos de siglos de duración que empezaron con el simple robo de una gallina y acabaron con la muerte de un clan entero. Las guerrillas eran constantes, así como el entrenamiento para las mismas; era todo un orgullo para la juventud ser un hombre diestro en la montura del caballo, en la lucha libre o en el tiro con arco.
Los Musulmanes nunca han conquistado el Cáucaso: incluso los Sahaba, que llegaron a derrotar a Persas y Bizantinos, se detuvieron ante estas prohibidas montañas. Durante siglos estos pueblos siguieron viviendo bajo el paganismo mientras que sus vecinos Musulmanes iraníes se referían a ellos con terror creyendo que el Jefe de los Yinns (los genios) tenía su capital en medio de los nevados picos.
Pero donde no osaron entrar los ejércitos Islámicos, Musulmanes pacíficos se aventuraron a ir entrando poco a poco; algunos de aquellos acabaron en el martirio a manos de los salvajes e iracundos hombres tribales; pero lentamente los valles y las aldeas más remotas fueron aceptando el Islam. Los Chechenos, los Avars, los Circasianos, y Daguestaníes se islamizaron completamente; en el siglo XVIII tan solo los Georgianos y Armenios no habían aceptado el Islam.
La Invasión Rusa
Pero a pesar de su victoria, un nievo peligro acechaba en el horizonte. En 1552, Iván el Terrible había capturado y destruido Kazan, la gran ciudad Musulmana en el alto Volga. Cuatro años más tardes las hordas Rusas alcanzaban el mar Caspio. Al frente se encontraban la caballería de los salvajes Cosacos, jinetes brutales que se dedicaban al secuestro y violación de las mujeres Musulmanas. Tan salvajes como píos, nunca establecieron un asentamiento sin construir una espectacular iglesia cuyo repiqueteo de campanas se extendía a la vez que los Zares extendían su dominio por toda la estepa. A finales del siglo XVIII la amenaza de la iglesia Ortodoxa no había pasado desapercibida para las tribus montañesas. Su falta de unidad hizo sin embargo inútil toda acción frente al enemigo, y pronto las fértiles llanuras del norte de Chechenia, y más hacia el oeste el país de los Tártaros fueron arrebatas al Islam. Los Musulmanes que permanecieron en sus tierras fueron forzados a trabajar como esclavos agrícolas para los señores Rusos. Aquellos que se negaron o trataron de huir, fueron cazados por la aristocracia Rusa en un versión de la “caza del zorro” inglés. Algunos fueron despellejados y su piel empleada para fabricar tambores militares. Las mujeres esclavas a menudo tenían que soportar la confiscación de sus bebes para que los galgos Rusos con pedigrí y otros perros de caza pudieran ser alimentados con leche humana. Intensificar esta política fue la empresa de Caterina la Grande, quien envió al más joven de sus amantes, Count Platón Zubov (él tenía 25 años, mientras que ella contaba con 70) para llevar a cabo la primera etapa de su sueño Pan-Ortodoxo por el cual todas las tierras Musulmanas quedarían conquistadas por la iglesia Ortodoxa. El ejército de Zubov se detuvo a las orillas del Caspio, pero la alarma ya ha había saltado. Los habitantes del Cáucaso dejaron atrás sus rivalidades y comprendieron que tenían un nuevo enemigo.
El Shayj Mansur, primer Líder Muÿahid del Cáucaso
La primera respuesta coherente al peligro provino de un individuo cuya oscura pero romántica historia es muy típica del Cáucaso. Es conocido como Elisha Mansur, un sacerdote Jesuita italiano enviado con la misión de convertir a los Griegos de Anatolia al Catolicismo. Para cólera del Papa, pronto se convirtió al Islam y se hizo un entusiasta defensor del mismo. El sultán Otomano le encargó organizar la resistencia Caucásica frente a los Rusos, pero en la batalla de Tatar-Toub, en 1791, fue capturado por el enemigo, y pasó el resto de sus días prisionero en un gélido monasterio en el Mar Blanco, donde los monjes trataron infructuosamente de que regresara a la religión Católica.
El segundo gran Líder del Yihad, Ghazi Mullah
Mansur había fracasado, pero los Caucasianos habían luchado como leones. La llama de la resistencia que él había prendido, pronto se extendió avivada por un hombre genial de nombre Mullah Muhammad Yaraghi. Yaraghi era un sabio islámico, además de Sufi, conocedor en profundidad de los textos Árabes, y transmisor de la vía Sufi Naqshbandi a los rudos montañeses. Aunque le siguieron miles de fieles, su alumno y guía principal fue Ghazi Mullah, un estudiante del pueblo de Avar en Daguestán, quien empezó su propia enseñanza en 1827, eligiendo la villa de Ghirmi como centro de sus actividades.
Durante los dos años siguientes Ghazi Mullah propagó su mensaje; los Caucasianos no habían abrazado completamente el Islam, según él, pues sus viejas leyes y costumbres, el “adat”, variaba en cada tribu, y por tanto habían de ser reemplazadas por la Shari’ia Islámica. En particular, el kanli, las vendettas de sangre, habían de ser suprimidas, y todas las injusticias habrían de ser juzgadas acorde con el canon Islámico. Finalmente, los Caucasianos dejaron atrás sus turbulentos y violentos egos y emprendieron el duro camino de la autopurificación. Solo siguiendo esta vía, les dijo, podrían vencer sus viejas divisiones y conseguir la unidad para hacer frente a la amenaza de la Rusia Ortodoxa.
En 1829, Ghazi Mullah consideró que sus seguidores se habían empapado lo suficiente de su mensaje como para pasar ya a la fase final: la acción política. Viajó por todo Daguestán, predicando abiertamente contra el vicio, rompiendo con sus propias manos las grandes tinajas de vino que se vendían en el centro de las villas. En una serie de encendidas alocuciones animó al pueblo para que se alzara en armas, el Ghazwa: la resistencia armada.
“¡Un Musulmán debe obedecer la Shari’ia, pero todo su Zakat, todos sus Salat y abluciones, todas sus peregrinaciones a Meca, no valen de nada si se hacen bajo la mirada Rusa. Vuestros matrimonios son ilícitos, vuestros niños son bastardos, mientras quede un solo Ruso en vuestras tierras!”
Ha llegado el tiempo del Yihad, proclamaba. Los grandes sabios islámicos de Daguestán reunidos en la mezquita de Ghirmi lo aclamaron como Imam y le prometieron su apoyo.
Los Murid (discípulos) en Ghirmi, que se distinguían del resto de los montañeses por sus banderas negras y por la ausencia de oro o plata en sus vestimentas y armaduras, marcharon tras Ghazi Mullah, cantando el grito de guerra de los Murid: La ilaha illa Allah”. El primer objetivo fue la villa de Andee, que estaba bajo control Ruso; pero tan impresionante resultaba el espectáculo de los Murid alineados en silencio, que solo bastó la escena de los mismos como para que los anteriormente traidores de la villa se rindieran sin un solo disparo. Posteriormente Ghazi Mullah volvió su atención a los propios Rusos.
Por entonces, los Rusos habían desplazados algunos colonos a la región. Grandes destacamentos militares habían sido desplazados a las planicies del norte, en Grozny, Khasav-Yurt y Mozdok, y el proceso de limpieza de Musulmanes de sus tierras había comenzado. Ghazi Mullah, por tanto, contaba con el apoyo local cuando atacó el fuerte Ruso de Vnezapanaya. Sin una táctica previa, le fue imposible capturar dicha fortaleza; entre tanto sus defensores, comandados por el Baron Rosen, habían solicitado refuerzos, que aparecieron en forma de una gran columna, y presuponiendo que nada habían de temer de los Musulmanes hicieron retroceder a estos hasta el gran bosque que por aquel entonces se hallaba al sur de Grozny. En la oscuridad del bosque los Murid luchaban en su propio terreno. Aprovechando las grandes ramas del bosque de hayas disparaban y preparaban toda clase de trampas en las que caían los estoicos pero inexpertos soldados Rusos; poco a poco fueron acabando con los cuadros de oficiales a la vez que se hicieron con una gran cantidad de soldados presos. En este mundo de penumbra, en este bosque de inmensas hayas, y en un terreno sembrado de trampas, las pesadas columnas del ejército Ruso se movían precedidas por sacerdotes que portaban iconos y enormes cruces, junto con pesados carros arrastrados por bueyes que transportaban samovares de cinco pies de altura y cajas de champán para los oficiales; en medio de este paisaje las fuerzas Rusas lentamente fueron mermadas y dispersándose su poderío, y tan solo pequeños grupos quedaron atrincherados en el bosque, y de esta manera la primera victoria de los Muyahidin había tenido lugar.
Buscando la revancha, los Rusos atacaron la ciudad Musulmana de Tschoumkeskent, la cual capturaron y arrasaron hasta los cimientos. No obstante pagaron cara esta operación: cuatrocientos Rusos fueron asesinados en la operación, y tan solo hubo ciento cincuenta Murid muertos. Más grande aun fue la humillación sufrida en Tsori, un paso de montaña donde un contingente Ruso de cuatro mil hombres fue asediado durante tres días enfrascados en unas barricadas que habían sido levantadas, comprobándose más tarde, para vergüenza del ejército Ruso, que el asedio había sido llevado a cabo tan solo por dos francotiradores Chechenos.
La aparición del Shayj Shamil
Los Rusos, encolerizados, salieron en desbandada por todo el sur de Chechenia quemando los cultivos y destruyendo sesenta y una villas. Lentamente los “murids” (con este término se designa a los seguidores de un Shayj sufi) Chechenos y Daguestaníes se retiraron a las montañas. Ghazi Mullah y el líder de sus discípulos ,Shamil, decidieron hacerse fuertes en Ghimri. Después de un amargo asedio, con numerosas bajas en ambos bandos, las tropas Rusas entraron en la villa encontrando entre los muertos a Ghazi Mullah. Sentado en su alfombrilla del Salat, el Imam, extrañamente, permanecía con una mano en su barba, mientras que con la otra señalaba al cielo. Mientras tanto, su discípulo, luchaba con sesenta “murids” defendiendo dos torres que parecían invencibles, rechazando con toda infalibilidad a cualquier Ruso que osara acercarse. Finalmente, cuando tan solo dos “murids2 quedaron vivos, Shamil apareció como la figura heroica en el combate cuya fama resonaría en todo el Cáucaso Musulmán. Un oficial Ruso describió el incidente en los términos siguientes:
“Era de noche: a través de la luz de la antorcha bajo la techumbre de paja vimos un hombre que permanecía de pie a la entrada de la puerta sobre un pequeño relieve del terreno sobresaliendo por encima de nosotros. Este hombre, quien era muy alto y de una complexión fuerte, permanecía completamente inmóvil, como dándonos tiempo para que percibiéramos sus intenciones. Entonces, y de forma repentina, con el brinco de una bestia salvaje, saltó limpiamente por encima de las cabezas de los soldados que estaban dispuestos a dispararle, y cayendo delante de ellos, blandiendo su espada con su mano izquierda, atravesó a tres de ellos, no obstante el cuarto consiguió herirlo con su bayoneta, cuya punta profundizó en su pecho. Sorpresivamente, su cara permanecía sin gesto de dolor, agarró la bayoneta, y se la arrancó de sus propias carnes, atravesó con la espalda al soldado y con otro brinco más allá de lo humano, saltó por encima de la pared desvaneciéndose en la oscuridad. Todos quedamos mudos de asombro.”
Los Rusos prestaron poca atención a la fuga de Shamil, seguros de que con la destrucción de la capital de los “murids” habían conseguido la victoria final. No podían imaginar que treinta años de guerra, con un precio de medio millón de vidas Rusas, les esperaban.
Después de esta fuga dramática de Ghimri, el herido Shamil penosamente recorrió su camino hasta Sakli, una villa rural junto a los ríos helados del alto Daguestán. Un pastor consiguió enviar un mensaje a su esposa Fátima, quien secretamente fue hasta su encuentro, cuidándole de una prolongada fiebre y curándole de dieciocho heridas de bayonetas y espadas. Meses más tarde, Shamil se encontraba de nuevo en disposiciones de viajar, y tras la muerte de Ghazi Mullah fue aclamado por los Musulmanes como su sucesor y como el Imam al-Azam, Líder de todo el Cáucaso.
Shamil había nacido en 1796 en una noble familia de las gentes de Avar al sur de Daguestán. Creció con su amigo Ghazi Mullah, pasando su tiempo entre la mezquita y las angostas terrazas que rodeaban Ghimri, donde apacentaba los rebaños de oveja de su familia. A menudo contemplaba los profundos valles de cinco mil pies de profundidad que rodeaban la villa, y se ensimismaba en el juego de colores y luces que las nubes dibujaban a sus pies. En la lejanía, sobre las pendientes montañosas, contemplaba el fantasmagórico fulgor vaporoso que desprendía el aceite natural que hervía a través de las rocas desde hacía años.
Este agreste y rudo paisaje junto con el vigoroso crecimiento de los niños del Cáucaso, predispuso al futuro Imam a una vida con pocos placeres mundanales. Siendo sólo un niño, consiguió que su padre abandonara el alcohol amenazándole que de lo contrario se atravesaría con su propia daga. La rígida disciplina espiritual requerida como joven discípulo la aceptó con toda naturalidad, y a la edad de veinte años ya poseía todas las nobles virtudes que se podía esperar de un Caucasiano: coraje en la batalla, maestría en la lengua Árabe, en el Tafsir (comentario al Corán), en Fiqh (jurisprudencia Islámica), y una nobleza espiritual que dejaba una profunda huella en todo aquel que le conocía.
Junto con Ghazi Mullah, llegó a ser discípulo de Muhammad Yaraghi, el austero y duro maestro espiritual quien enseñaba a los jóvenes que no bastaba con la pureza espiritual, sino que además debían combatir para hacer prevalecer la ley de Allah. La Sharía (normativa Islámica) debía prevalecer sobre las leyes paganas de las diferentes tribus del Cáucaso. Tan sólo entonces Allah les daría la victoria sobre las hordas Rusas.
La primera expresión de Shamil como Imam tuvo un carácter defensivo. Los Rusos bajo el mando del General Fese habían lanzado un nuevo ataque sobre el centro de Daguestán. Aquí, en la villa de Ashilta, al tiempo que los Rusos se aproximaban, dos mil “Muridín” (discípulos de una vía sufi) habían jurado sobre el Corán defenderla hasta la muerte. Después de una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo en las calles de la villa, los Rusos tomaron y destruyeron la misma, sin poder hacer ningún prisionero. El escenario fue objeto de una larga y sangrienta lucha.
Para Shamil la guerra con los Europeos no era algo extraño. Mientras realizaba el Hayy (peregrinación mayor a Meca de los Musulmanes) tuvo un encuentro con el Emir Abd al-Qader, el líder heroico de la resistencia Argelina contra los Franceses, quien compartió con él sus puntos de vista sobre la guerra de guerrillas. Los dos hombres, aunque luchando a tres mil millas uno de otro, eran muy afines en sus inquietudes espirituales y en sus métodos de guerra. Ambos se dieron cuenta de la imposibilidad de ganar una batalla frente a frente ante los bien preparados y numerosos ejércitos Europeos, y de la necesidad del empleo de técnicas sofisticadas para dividir al enemigo y llevarlo a remotas montañas y bosques para caer sorpresivamente sobre él en ataques ligeros en una guerra de guerrillas.
La debilidad de Shamil en el Cáucaso consistía en la necesidad de tener que defender las villas y ciudades. Sus hombres, moviéndose con una extraordinaria rapidez, siempre podrían engañar al enemigo, o asestarle golpes por sorpresa. Pero las villas y pueblos, a pesar de sus fortificaciones, eran vulnerables a los métodos de asedio de los Rusos respaldados por la moderna artillería.
Shamil aprendió esta lección en 1839, en la villa de Akhulgo. Esta fortaleza montañosa, protegida por tres gargantas en tres de sus lados, estaba dividida en dos por un terrible abismo cruzado por un puente de setenta pies construido con planchas de madera. Akhulgo estaba llena de refugiados que venían huyendo del avance Ruso, y la presencia de numerosas mujeres y niños que alimentar hacían presagiar un mal futuro si se producía un largo asedio a la ciudad. No obstante, él decidió no retirarse del lugar e hizo aquí su lugar de destacamento.
Por aquel tiempo el ejército Naqshbandi contaba con alrededor de seis mil hombres, divididos en unidades de quinientos cada una bajo el mando de un comandante o Naib (diputado). Estos Naib, que poseían una gran formación, eran un misterio para los Rusos. En los treinta años de guerra en el Cáucaso ninguno fue capturado vivo. En Akhulgo, estos hombre fortificaron la villa lo mejor que pudieron y luego tras el Salat del Magreb (la puesta del sol), subieron a los tejados de las viviendas y entonaron el Zabur de Shamyl, invocaciones religiosas que el Imam había compuesto para reemplazar a las viejas canciones paganas que hasta entonces conocían. Había muchos otros cantos, el más familiar a los Rusos era el Canto de la Muerte, el cual se dejaba oír cuando la victoria Rusa parecía inminente y los Chechenos se ataban unos a otros preparándose para combatir hasta la muerte.
El ataque Ruso comenzó el 29 de Junio. Los Rusos intentaron subir por las escarpadas laderas perdiendo trescientos cincuenta hombres bajo el ataque de los Muyahidin, quienes lanzaban rocas y troncos ardiendo desde lo alto. Escarmentados, los Rusos se retiraron durante cuatro días, hasta que consiguieron colocar su artillería a una distancia segura y bombardear de esta forma las paredes de la fortificación. Pero aunque las paredes fueron machacadas hasta reducirlas a escombros, cada vez que los Rusos atacaban, los Muridin (discípulos) emergían de las ruinas y conseguían hacerlos retroceder causándoles enormes bajas. Sin embargo, las condiciones en la villa cada vez se hacían más desesperadas. Muchos habían muerto y sus cuerpos se pudrían bajo el sol del verano desprendiendo un olor pestilente en toda la villa. Las reservas alimenticias prácticamente habían desaparecido. Al enterarse de estas noticias, por medio de un espía, el general Ruso Count Glasse, decidió lanzar una ofensiva sin tregua. Lanzó tres columnas de asalto simultáneas para de esta forma dividir el fuego de los defensores. La primera columna, compuesta por escaladores, consiguió alcanzar una de las cimas del barranco, pero desde las aparentemente peladas rocas de la cima opuesta, francotiradores Chechenos consiguieron diezmar en pocos minutos las filas enemigas. Los oficiales fueron asesinados y el resto de los seiscientos hombres atrapados en la cima por los Muridin sabían que se enfrentaban a una muerte segura antes de la puesta del sol. La segunda columna intentó hacerse camino por la base del barranco. También esta columna acabó en desastre ya que los defensores hicieron rodar sobre sus cabezas grandes piedras que acabaron con las vidas de la mayoría, tan solo unas cuantas docenas pudieron regresar. La tercera columna, avanzando poco a poco a lo largo de un precipicio, se vio envuelta en una emboscada de cientos de mujeres y niños que les atacaban desde cuevas en las que se habían refugiado como medida de seguridad. Las mujeres les cortaron el camino de retirada, mientras que los niños armados de puñales y dagas en ambas manos, asesinaban desde abajo a los Rusos. Aquí, como siempre ha sucedido en Chechenia, las mujeres lucharon desesperadamente, sabiendo que ellas tenían que perder mucho más que los hombres. Bajo esta sangrienta carnicería, la columna quedó atónita y decidió retirarse.
Desconcertado, Count Glasse, envión mensajero para parlamentar con Shamyl. Las condiciones de la villa eran extremas, y Shamyl, con todo el dolor de su corazón, se le ocurrió un acuerdo, según el cual entregaría a su hijo de ocho años, Yamal-ad-Din, como rehén acondición de que el ejército Ruso levantara el asedio y se retirara de la villa. Pero tan pronto como el muchacho había sido puesto en la carretera que conducía a San Petesburgo, la artillería empezó de nuevo con un bombardeo masivo, y Akhulgo una vez más fue machacado desde todos los lados posibles. Shamyl se dio cuenta entonces que había sido engañado. Al día siguiente, los Rusos de nuevo avanzaron sobre Akhulgo, pero tan solo encontraron manadas de cuervos que con avidez devoraban los cadáveres. Los supervivientes había huido sigilosamente durante la noche. Los Musulmanes que permanecieron fueron aquellos que estaban demasiado débiles para huir, habiéndose refugiado en las cavernas de las colinas próximas, a las que solo tras mucha dificultas accedió el enemigo.
Teníamos que descender a los soldados por medio de sogas. Nuestras tropas estaban casi asfixiadas por el hedor de los innumerables cadáveres. Más de mil cadáveres fueron contados; gran número de ellos fueron arrastrados corriente abajo, o permanecían hinchados sobre las rocas. Fueron capturados novecientos prisioneros, casi todos mujeres, niños y ancianos; pero a pesar de sus heridas y agotamiento, aún así no se rendían fácilmente. Algunos reunieron sus últimas fuerzas y les arrebataron las bayonetas a sus guardianes. El llanto y el gemido de los pocos críos que quedaban vivos, y el sufrimiento de los heridos y agonizantes, completaban la trágica escena.
Shamil había hecho un desesperado intento de conducir lejos a su familia y discípulos durante la noche. Su mujer Fátima estaba embarazada de ocho meses, y su segunda esposa Jawhara transportaba a su bebe de tan solo dos meses Said. Pero juntos se les apañaron para avanzar poco a poco a lo largo de un precipicio desconocido por los Rusos, hasta que alcanzaron el torrente más abajo. Aquí, el Imâm con un árbol consiguió fabricar un improvisado puente. Fátima lo atravesó sana y salva con su hijo más joven Ghazi Muhammad; pero Jawhara fue alcanzada por un francotirador Ruso, quien con una sola bala acabó con su vida desplomándose ella y su pequeño bebe perdiéndose ambos de vista en el torrente del río.
Shayj Shamil y sus oficiales
Lentamente, Shamil, su mermada familia, y los muÿahidines supervivientes esquivaron a las patrullas Rusas, quienes eran ayudadas ahora por los Ghimrians que se habían pasado al bando Ruso. En un encontronazo con un pelotón Ruso y en el consiguiente fuego que se produjo, el joven Ghazi Muhammad recibió una herida de bayoneta. Pero la espada de Shamil alcanzó al oficial Ruso, cuyos hombres huyeron despavoridos. Eran libres de nuevo: como en Ghimri, el Imâm había escapado milagrosamente.
Grabbes describe la captura de Akhulgo en términos entusiastas. La secta de los Murid, escribió, había caído junto con todos sus seguidores y adeptos. El Zar estaba satisfecho; pero de nuevo, las celebraciones Rusas eran prematuras. Mientras Shamil estuviera libre permanecería invicto, y Moscú de nuevo había dado al Cáucaso una razón para buscar la libertad.
En 1840, Shamil puso de nuevo en pie un ejército, y de nuevo desplegó sus banderas negras. Con los Rusos retrocediendo a lo largo del Mar Negro al hacer frente a un levantamiento Circasiano, se daban condiciones más propicias para lanzar una campaña de envergadura, y a finales de año, el Imâm había retomado Akhulgo, y condujo a sus tropas hasta las planicies de la Baja Chechenia, capturando fortaleza tras fortaleza. La respuesta Rusa fue caótica: una salida capitaneada por Grabbe acabó en la muerte de alrededor de dos mil Rusos. Un nuevo Comandante, el favorito del Zar General Neidhardt, prometió intercambiar la cabeza de Shamil por su peso en oro a cualquiera que fuese capaz de capturarlo; pero todo fue en vano. Una y otra vez las legiones imperiales eran conducidas a la espesura del bosque donde eran divididas y aniquiladas.
Las técnicas de Shamil, mientras tanto, mejoraban día tras día. En una ocasión, atacó las posiciones Rusas con diez mil hombres, para reaparecer en menos de veinte y cuatro horas a cincuenta millas para atacar otro destacamento: una hazaña increíble. Un historiador militar ha escrito: la rapidez de esta larga marcha a través de un país montañoso, la precisión de las operaciones, y sobre todo el hecho de que fue preparada y llevada a cabo bajo los ojos de los Rusos, eleva a Shamil a un grado más superior que el de un simple líder guerrillero, aun de la más alta clase.
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