La palabra árabe ‘ilm (en plural, ‘ulûm) significa ‘ciencia’, ‘conocimiento’, ‘saber’. De ella deriva ‘âlim (en plural,‘ulamâ) ‘sabio’, ‘conocedor’ (en la actualidad también designa al ‘científico’). Este es el sentido general de estos términos, pero, por antonomasia, se aplican a las ciencias islámicas (Corán, Hadîz, Fiqh,...) y a los expertos en ellas (1). En castellano existe la palabra ulema (tomada del plural árabe de ‘âlim) para designar al ‘experto en ciencias del Islam’.
El ‘ilm es la ciencia, sea cual sea su dominio, y es algo exigido al musulmán, pero especialmente se le exige estudiar y conocer las ciencias islámicas (‘ulûm ad-dîn). El Profeta (s.a.s.) dijo: “La búsqueda del saber (tálab al-‘ilm) es una obligación (farîda) que atañe a todo musulmán”. Y también dijo: “Buscad el conocimiento desde la cuna hasta la sepultura”. Y también ordenó: “Buscad la ciencia aunque tengáis que ir a China”. Y también dijo: “Recoged el saber aunque esté en recipientes impuros”... Son innumerables los consejos en este sentido, por lo que la búsqueda del saber (el tálab al-‘ilm) es uno de los cimientos del musulmán. Sólo se puede ser musulmán sabiendo y con conocimiento de causa, si bien la intención recta (niyyasâliha) basta si, en casos excepcionales, no hay condiciones que permitan el flujo normal de la ciencia.
En otro hadîz, el Profeta dijo: “Recoged el saber de la boca de los hombres (judzû l-‘ilma min afwâhi r-riÿâl)”. En cierta ocasión dijo: “Los sabios son herederos de los profetas (al-‘ulamâu wárazatu l-anbiyâ)”. Y estos dos dichos del Mejor de los Hombres (s.a.s.) son fundamentales y han tenido una resonancia gigantesca en la historia del Islam, siendo la clave de su extraordinaria difusión. Primero, se nos sugiere que la ciencia no debe permanecer oculta ni reservársela nadie, y en segundo lugar se nos dice en ellos que lo más conveniente es la comunicación directa del saber, de una persona a otra, de un sabio a un discípulo, oralmente. Cuando un ‘âlim enseña, entonces se le llama sháij, maestro (literalmente, ‘anciano venerable’).
De acuerdo al segundo hadîz, los ‘ulamâ son herederos de los profetas (al-anbiyâ): han recogido de ellos el conocimiento ‘y algo más’, y a su vez trasmiten el saber y ese ‘algo más’. Decimos que han recibido ‘algo más’ porque si no no tendría sentido el que se recalque la necesidad de la comunicación oral. Efectivamente, si sólo fueran importantes los datos, se podrían aprender de un libro, pero porque hay algo que los libros no pueden recoger se impone la relación directa y la compañía (suhba) de los maestros (shuyûj). Recordemos que a los seguidores de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) se les llamabaSahâba: eran sus Compañeros, los que aprendían del contacto personal con él (s.a.s.), y a su vez ellos fueron los shuyûj de los ‘continuadores’ (los tâbi‘în), y estos fueron maestros de la siguiente generación, y así hasta la actualidad. El Islam ha ido pasando de unos a otros, de forma ininterrumpida, creando ‘cadenas de trasmisión’ (las sílsila-s) de las que legítimamente se enorgullecen los verdaderos ‘ulamâ de hoy.
Si observamos atentamente nos daremos cuenta de que la inmensa mayoría de los libros sobre el Islam son interminables y áridos listados. Están pensados para servir de guía en la enseñanza a modo de apuntes, y no para ser manuales en el sentido estricto del término. Es absolutamente insuficiente leer esos libros si no tenemos al lado quien nos comunique el ‘algo más’ que les da sentido y sitúa convenientemente cada dato. Ese ‘algo más’ es una ‘ambiente’, una ‘atmósfera’, que no se puede reproducir en los textos. Es en eso, indeterminado e indefinible, donde se traspasa al discípulo (tâlib, tilmîdz, murîd) la ‘herencia’ (el mîrâz) -el ‘secreto’, en la terminología de los sufíes-.
Una de las grandes desgracias que aquejan al Islam en estos tiempos es una extendida creencia según la cual el Islam se puede aprender con la simple ayuda de los libros. Sin duda, de ellos se pueden recoger los datos y las referencias básicas, pero ello jamás nos hará herederos de la ciencia muhammadiana ni sustituye el calor de la comunicación directa que nos remontaría hasta la Fuente (s.a.s.). Esa creencia nace de la arrogancia y de la sospecha, que se han instalado entre nosotros rompiendo lazos y desarraigándonos. Se confunde la independencia de espíritu con el estudio solitario, y es frecuente escuchar que, existiendo libros, son inútiles los maestros. El resultado lo tenemos delante: en lugar de ‘ulamâ nos encontramos con ‘enterados’, y en lugar de topar con la ciencia vivificante del Islam chocamos con letra muerta. Esta es una de las causas de la frialdad del Islam que a menudo se enseña en Occidente.
Las universidades islámicas, creadas por los Estados (‘herederos del colonialismo’, y valga la ironía en este contexto), han acrecentado el desprestigio de los ‘ulamâ. Son -a semejanza de las universidades occidentales a las que imitan en todo- expendedurías de diplomas absurdos que, si certifican algo, es el bajo nivel de sus titulares y la mediocridad de sus conocimientos. Los modernos ‘ulamâ son licenciados que no han recibido adecuadamente el saber y su ciencia es un sucedáneo a base de simplificaciones rayanas en la nada. Por ello son arrogantes y engreídos: no han recibido la educación que acompaña a la sabiduría. Son, salvo notables excepciones, funcionarios con un título bajo el brazo que buscan desesperadamente empleo donde se les ofrezca. Si a esto unimos la existencia de inútiles Consejos de ‘Ulamâ oficiales y Ministerios de Asuntos Islámicos que solo sirven para respaldar a las autoridades, podemos prever el nacimiento de una Iglesia musulmana con su jerarquía, y esto sí es una bid‘a, una aberración sin precedentes en el Islam que amenaza su continuidad y su autenticidad.
Además, el Islam se enseña en las escuelas robándole su alcance y reduciéndolo a una asignatura paralela a la de la religión en los sistemas educativos occidentales. Es tan pobre y mediatizado lo que se ha ofrecido a los niños que las últimas generaciones ya son incapaces de intuir el alcance global del Islam. Las radios y las televisiones repiten machaconamente esa versión que sujeta el Islam a parámetros importados. Sobre estas bases se construyen los nuevos ‘ulamâ,... cuando no se trata de ‘espontáneos’ airados, auténticos francotiradores sin puntería.
Sin embargo, cuando uno tiene la fortuna de encontrarse con una auténtico ‘âlim (y, afortunadamente, los hay y en abundancia) es impactado por la sencillez, naturalidad, tolerancia y sabiduría con la que se mueve. Desprende esa ‘atmósfera’ en la que el Islam está vivo. Para empezar y es lo esencial, respeta a los musulmanes, porque ha sido formado en esa amabilidad que nunca tiene nada de fingido. La ha respirado junto a sus maestros y se ha impregnado del aire noble de la ciencia verdadera, mientras que los otros, los ‘enterados’, los ‘ulamâ de profesión, se han educado en el desprecio hacia los ‘ignorantes’ y el complejo ante el poder.
El Profeta (s.a.s.) nos enseñó que debemos recoger el conocimiento aunque sea de recipientes impuros. Es decir, no debemos hacer ascos a lo que se nos ofrece cuando es ciencia y conocimiento del Islam. Nosotros, en Occidente, donde las posibilidades de entrar en contacto con el Islam tradicional son prácticamente nulas, debemos hacer un redoblado esfuerzo por aprender aunque las circunstancias sean adversas. Si nos es imposible relacionarnos con un auténtico ‘âlim, al menos debemos ejercitar la imaginación, tener sentido común, agudizar la intuición y ser autodidactas con una aspiración elevada. Lo que no tenemos derecho es a renunciar. El Islam es esfuerzo y acción en la medida de nuestras posibilidades. Especialmente en castellano faltan buenos libros y sobran los malos, escasean los sabios y nos encontramos con frecuencia con pseudo-‘ulamâ. Pero es Allah el que determina las cosas, e, in shâ Allah, llegará el momento en que se reanuden las ‘cadenas de trasmisión’ que nos arraiguen definitivamente en el Islam. Para ello sólo tenemos que ser pacientes, sensatos, prudentes y nobles.
(1) En sufismo se utiliza sobre todo el término má‘rifa, ‘conocimiento que es sabiduría, conocimiento en acción’, y a quien posee la má‘rifa se le llama ‘ârif (en plural ‘ârifîn). Ibn ‘Arabi lo explica diciendo: “Los sufíes llaman al sabio ‘ârif y no ‘âlim, que sin embargo es la designación más apropiada de acuerdo a los Textos (Revelados), y ello a causa del celo que les vence al ver que el término ‘âlim se emplea indiscriminadamente a todo el que tiene un saber sea del tipo que sea y sea cual sea la forma en la que lo haya conseguido, incluso si esa persona no hace sino satisfacer sus pasiones más bajas y se conduce de modo inapropiado y hasta contrario al Islam. El celo por el Islam les ha hecho preferir la palabra ‘ârif con la que no se da nombre al incoherente con la ciencia, y este tecnicismo se ha difundido para designar al que posee el elevado rango de la ciencia acompañada de acción recta, aunque en la lengua árabe ‘âlim y ‘ârif son sinónimos al igual que lo son, en el fondo, ‘ilm y má‘rifa”.
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