Las relaciones entre el Cristianismo y el Islam a lo largo de la historia han estado frecuentemente caracterizadas por el malentendido, la rivalidad y la frecuente hostilidad. Como queda ilustrado en la reciente película, «The Kingdom of Heaven» (distribuida en los países hispanohablantes como «El Reino de los Cielos»), estas tensiones alcanzaron el culmen de los despropósitos en las Cruzadas.
En el Mundo de hoy en día posterior a los atentados del 11 de septiembre, estos mismos malentendidos, rivalidades y hostilidades están en peligro de ser iniciados y propagados de nuevo, ya que extremistas de ambas partes intentan persuadirnos de que el Cristianismo y el Islam se hallan radicalmente en oposición el uno con el otro. Tales alegatos sólo pueden ser superados mediante persistentes esfuerzos en pos del diálogo, el cual promueve el entendimiento y la reconciliación. Sólo tal intercambio sincero y honesto puede originar el entendimiento que posibilitará que los cristianos y musulmanes, junto con los judíos, cohabiten pacíficamente en el S. XXI.
Este artículo se centrará en concreto en el diálogo musulmán-cristiano, señalando que en la visión inspirada por nuestros grandes y sagrados fundadores, Jesús y Muhammad, podemos encontrar mucho más de lo que tenemos en común que aquello que nos divide. Si Jesús y Muhammad vivieran en la misma época y de hecho, se hubiesen conocido, parece que, por lo que sabemos acerca de ellos, se habrían reconocido mutuamente no como rivales sino como amigos. He encontrado cuatro fragmentos temáticos en los Evangelios y en el sagrado Corán que me convencieron de que sus enseñanzas fueron inspiradas por la misma fe y visión fundamentales para la humanidad.
En primer lugar, queda claro en el Nuevo Testamento y en el Corán que ambos, Jesús y Muhammad fueron los amados por Dios. En la tradición islámica existen varios títulos honoríficos por los que el profeta Muhammad es conocido. Por ejemplo, es conocido como Abdullah —«el siervo de Dios»—, también es conocido como Mustafa, «el elegido»; Ahmed, «el que alaba», es otro título comúnmente empleado. Con más frecuencia, se le conoce como rasuul o “el mensajero”. Además de estos títulos, Muhammad también es conocido como habib o «el querido por Dios».
Así mismo, Jesús también es referido en el Nuevo Testamento, como el querido por Dios. Por ejemplo, en Mateo 3:16,17 cuando Jesús está siendo bautizado por Juan, leemos:
Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco
Esta misma escena se repite en los Evangelios de Lucas y Marcos, y sirve para reforzar la convicción de que Jesús es, en efecto, el amado por Dios. Así, para cristianos y musulmanes, ambos por igual, sus fundadores son reconocidos como aquellos queridos por Dios. Lo que se puede deducir a continuación es pues que para aquellos que aman a Dios, sean musulmanes o cristianos, es de gran importancia amar a Jesús y amar a Muhammad. Para Dios, no existe rivalidad entre ellos. Ambos son queridos por Dios. Los que reclaman ser sus seguidores deben entonces tener el mismo respeto y amor por uno y otro.
Históricamente, los musulmanes han mostrado mucho más respeto por Jesús que el que los cristianos han mostrado por Muhammad. Los musulmanes están muy bien informados acerca de la vida de Jesús, y se habla de él con gran respeto al lo largo de todo el Corán., No se ha dado el mismo caso en cuanto a la actitud tradicional de los cristianos hacia Muhammad durante la historia. Tristemente, algunos de estos prejuicios continúan presentes en algunos ambientes y sectores de hoy en día. Esto se debe en gran medida a la insuficiente e inadecuada información acerca de Muhammad y su vida. Un conocimiento mejor de la vida del profeta Muhammad puede ser de gran utilidad para ayudar a los cristianos a entender por qué él también es conocido como «el querido por Dios – al habib—».
Otra similitud entre Jesús y Muhammad es evidente en su firme e inflexible perspectiva sobre la justicia social. Reconocieron por igual las desigualdades e injusticias que existían en sus respectivas sociedades, y ambos fueron fervientes defensores del pobre, la viuda y el huérfano. Por ejemplo, en el Corán, Dios habla por medio de su mensajero, Muhammad, comunicando estas palabras:
Las dádivas obligatorias están exclusivamente destinadas: a aquellos que no disponen de lo que necesitan, a los enfermos que no pueden ganar subsistencia y no disponen de dinero, a los recaudadores y administradores de las mismas, a los pusilánimes, por ser todos ellos aptos para servir al Islam y pueden aportar sus servicios y su apoyo; están destinadas asimismo a los que difunden el Islam y lo divulgan; a la liberación de los esclavos y al rescate de los prisioneros; ayudar a los endeudados que no pueden enfrentar las deudas, que no hayan sido contraídas en la comisión de pecados, agresiones o indecencias; asimismo para subvencionar a los ejércitos para ayudarlos en su lucha en aras de Dios; a todo aquello que pueda relacionarse con los casos del bien y la solidaridad y para ayudar a los viajeros desprovistos del sostén de sus familiares y de sus bienes. Dios prescribió el tributo obligatorio (el Zakat) para que sea empleado en beneficio de Sus siervos; Dios- alabado sea- bien conoce lo que favorece a Sus criaturas, Prudente en lo que prescribe.. (Corán 9:60)
En base a fragmentos como este el concepto de zakat pasó a ser uno de los cinco pilares del Islam y de ese modo, se convirtió en un acto de devoción obligatorio para todos los musulmanes. El sentido de igualdad de todas las personas que se deriva de este principio es uno de los fundamentos clave del Islam. El mismo está también ejemplificado en las diversas sunna y hadices del profeta Muhammad; por ejemplo, el honor que él en persona otorgó a Bilal al invitarlo a ser el primero en entonar las palabras del adzan convocando a los musulmanes a rezar. Este gesto fue algo verdaderamente revolucionario en ese lugar y esa época.
Otro ejemplo de la sunnah, tal y como ha sido narrado de nuevo por Karen Armstrong en su libro, «Muhammad», es la historia de un hombre pobre que había cometido un nimio crimen y quien le indicaron que diera limosna a los pobres como penitencia por lo que hizo. En el mismo momento en el que el hombre le dijo al profeta que no tenía nada que dar, trajeron una canasta de dátiles a la mezquita como regalo para Muhammad. El profeta, en respuesta, le dio la canasta al hombre pobre y le sugirió que empleara esos dátiles en distribuirlos a los pobres. El hombre respondió que el no conocía a nadie que fuera más pobre de lo que él era. Muhammad se rió ante su respuesta y le sugirió que él mismo se comiera los dátiles como penitencia.
Como Muhammad, Jesús habló frecuentemente en favor del pobre y desfavorecido. La famosa enseñanza de las bienaventuranzas que fueron parte del Sermón de la Montaña son un ejemplo, y otro se encuentra en el Evangelio de Lucas, capítulo cuarto, donde Jesús emplea las palabras del profeta Isaías para referirse a sí mismo como se puede leer del manuscrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor” Luego enrolló el libro,… y él comenzó a hablarles: “Hoy se cumple esta Escritura en presencia de ustedes”
Jesús no sólo predicó este enérgico mensaje de amor y justicia para todos los miembros más marginados de la sociedad, sino que con sus propias acciones él dio vida a estas palabras. Los cuatro Evangelios frecuentemente hacen referencia a la compasión especial de Jesús por los miembros enfermos, pobres, olvidados y rechazados de su sociedad. En Mateo, 25: 31-46, además sugiere que sus discípulos serían conocidos y juzgados por sus actos de alimentar al hambriento, vestir al desnudo, y visitar al enfermo y al prisionero. De hecho, siempre que uno lleva a cabo una de estas acciones hasta con el «más pequeño» de sus hermanos, es como si estuvieran siendo llevadas a cabo por el mismo Cristo. Es quizás por esta misma razón que el Corán honra y respeta a Jesús. Su sentimiento de caridad y justicia, que está mucho más arraigado en la justicia proclamada por los profetas hebreos, se halla totalmente en armonía con la visión de justicia instruida y practicada por el profeta Muhammad.
Un tercer rasgo compartido por ambos, Jesús y Muhammad, es su amor por Dios. (Jesús se refirió a Dios como abba, una palabra aramea que significa «padre» (o más bien traducida como «papa»), y Muhammad se dirigió a Dios como Allah, la palabra en árabe para Dios. Para ambos, Dios era el centro de sus vidas. Siempre vivieron sus vidas profundamente concientes del poder y la presencia de Dios y de ellos mismos como queridos por ÉL. Los Evangelios frecuentemente hablan de Jesús marchándose a rezar—ya fuera al desierto, o a una montaña, o a un jardín (tal y como el Jardín de los Olivos donde rezó la noche antes de que él muriera) —. El escritor espiritual Anthony Padavano nos recuerda:
Él reza a cada momento, en cualquier ocasión, cada día, durante la noche, mientras está sobre el agua, perdido en las montañas, solo en el templo, abandonado en el jardín, en la cena con sus amigos, a lo largo de toda la terrible experiencia hacia la cruz. (Extraído de su libro, Dawn without Darkness (Amanecer sin oscuridad)
La fortaleza del ministerio de Jesús fue la relación que él cultivó con Dios por medio de la oración. Jesús fue un hombre de Dios porque era un hombre de oración.
Igualmente, el profeta Muhammad fue reconocido por todos sus seguidores como una persona profundamente consciente de Dios, y de la oración. La mismísima revelación del Corán vino a Muhammad mientras estaba rezando sobre el Monte Hirat, y los dos grandes momentos de epifanía que Muhammad tuvo el privilegio de recibir, es decir, la Noche de la Ascensión (laylat al- miraj) y la Noche del Poder (laylat al-qadr), son ejemplos de su profunda devoción en su rezo y de la profunda intensidad de su oración. De hecho, sobre la Noche del Poder el Corán indica: «La noche del poder es mejor que mil meses». La práctica del salat cinco veces al día tiene como objetivo hacer que cada musulmán consciente de Dios durante todas las horas del día, siguiendo el ejemplo del profeta Muhammad en su profunda devoción a Dios y en su conciencia de Dios que todo lo abarca. Además de las cinco oraciones del día, hay una oración que es conocida como du’a, la que correspondería más a lo que los cristianos entienden por oraciones suplicatorias. Existen muchas tradiciones de la sunna y los hadices acerca de la dedicación de Muhammad por rezar en numerosas ocasiones diferentes del día, y los largos periodos de tiempo que frecuentemente dedicaba al salat. Como con Jesús, el ritmo de la vida diaria de Muhammad estaba basado en la oración, la devoción a Dios, y la conciencia de Dios. La paz y las bendiciones sean sobre ambos.
Una cuarta característica que Jesús y Muhammad comparten fue el respeto a la igualdad de las mujeres. Ambos vivieron en una cultura predominantemente patriarcal en la cual las mujeres fueron gravemente subyugadas, tenían pocos derechos, y eran tratadas a menudo de manera severa e injusta. Al salir en defensa de los derechos de las mujeres, Jesús y Muhammad se opusieron a las normas preponderantes de su respectiva herencia religiosa y cultural. Vemos, por ejemplo, en el modo en que Jesús se relacionó con las mujeres, una enseñanza que era completamente revolucionaria en su tiempo. Él hablaría con las mujeres y siempre las trataría con el respeto y la dignidad que ellas eran merecedoras. Es una mujer, María Magdalena, la que es reconocida como una de sus más cercanas seguidoras, y fue ella a quien Jesús se le acercó confiándole la tarea de decirle a los otros discípulos que se había elevado a los cielos. En la comprensión de Jesús acerca del Reino de Dios, los hombres y las mujeres son iguales.
El profeta Muhammad también se opuso valientemente a las normas preponderantes de su tiempo con respecto a las mujeres. En el cuarto capítulo del Corán, Dios recuerda a los creyentes:
«Hombres! Temed a vuestro Señor que os creó a partir de un solo ser, creando de él a su pareja y generando a partir de ambos muchos hombres y mujeres. Y temed a Dios, por Quien os pedís unos a otros, y respetad los lazos de sangre. Realmente Dios os está observando». (Corán 4:1)
Además de esta versículo (aleya) del Corán, existe un hadiz en el cual Muhammad dice que «las mujeres son la mitad gemela de los hombres». Estas enseñanzas reunidas son la convincente evidencia de la igualdad esencial que existe entre los hombres y las mujeres, como fue revelado a Muhammad. Es este reconocimiento de igualdad que establece la base de varias de las leyes de la Shariah que protege los derechos de las mujeres. Existen, por ejemplo, leyes que protegen el derecho de las mujeres a la herencia, su derecho al divorcio, su derecho a votar y a dirigir una oficina, sus derechos a una pensión alimenticia , incluso después de la separación, y leyes estrictas que limitan la poligamia. De hecho, una de las principales razones para limitadas condiciones bajo las cuales la poligamia podía ser practicada era la protección de muchas viudas y huérfanos que vivían sin un esposo o padre en la frecuentemente violenta sociedad de Arabia del S. VII.
Aunque el Islam es criticado a menudo de ser opresivo con las mujeres, el hecho es que la enseñanza y el ejemplo del profeta Muhammad demuestran algo completamente opuesto. Muhammad, al igual que Jesús, , al defender los derechos de las mujeres se oponía a la normas culturales de entonces. A menudo, han sido los seguidores de Muhammad y Jesús quienes han malentendido o tergiversado la verdadera naturaleza del punto de vista de ambos sobre las mujeres y sus legítimos papeles en la sociedad y en sus religiones respectivas.
Indudablemente, existen otras afinidades entre las vidas de estos dos grandes mensajeros de Dios que pueden ser señaladas, y ciertamente hay algunas diferencias, pero las cuatro concordancias que hemos mencionado—amados por Dios, defensores de los pobres, devoción por el rezo y alzar la voz en nombre de los derechos de las mujeres—sirven para destacar cuánto tenían en común Muhammad y Jesús. Ellos vivieron con varios siglos de diferencia, aunque nacieron en la misma parte del mundo. Uno no puede evitar sino preguntarse y especular cómo reaccionarían el uno con al otro si ellos viviesen en la misma época y se conocieran . Esta es, sin duda alguna , una pregunta hipotética pero las pruebas e indicios parecen indicar que no se habrían considerado como rivales, sino por el contrario, habrían mostrado el máximo respeto el uno hacia el otro. La famosa Noche de la ascensión en la que Muhammad fue místicamente transportado a los CieloS (laylat al-miraj) tiene un extraordinario parecido con el evangelio que informa la Transfiguración de Jesús, donde se reúne con los profetas Abraham y Elías. En la mística visión de Muhammad éste se reunió también con Jesús. Qué hermosa imagen. ¿Qué se habrán dicho uno al otro? Es una pregunta fascinante con la que reflexionar.
No es difícil imaginarlos contentos de verse mutuamente, abrazándose como amigos y entablando un diálogo genuino y profundo. De hecho, no es difícil imaginar a Jesús y Muhammad siendo amigos, ligados por su amor a Dios y por su visión de un mundo caracterizado por la justicia, la compasión y la igualdad—un mundo donde la gente vive en sumisión a Dios y siempre consciente de él. Se habrán reconocido como amigos porque ellos eran amigos de Dios. Tenían las mismas esperanzas y expectativas para con sus seguidores. ¡Que nosotros que somos sus seguidores aprendamos de ellos!
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