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domingo, 27 de enero de 2013

sacerdotes y religiosos conversos al Islam: Raphael Narbaez, Jr., Ministro de los Testigos de Jehová, Estados Unidos




Raphael, 42 años, latino, es un comediante  y conferencista que vive en Los Ángeles.  Nació en Texas, donde asistió por primera vez a una reunión de los Testigos de Jehová a los seis años.  Dio su primer sermón de la Biblia [apenas cumplidos los trece años], tuvo su propia congregación a los veinte, y estuvo en camino a obtener un puesto importante entre los 904.000 Testigos de Jehová que hay en los Estados Unidos.  Pero cambió su Biblia por el Corán después de animarse a visitar una mezquita.
El 1 de Noviembre de 1991, adoptó el Islam, trayendo a la comunidad musulmana las habilidades oratorias y organizacionales que había desarrollado con los Testigos de Jehová.  Raphael habla con el entusiasmo de un nuevo converso, pero a la vez hace reír a los inmigrantes musulmanes.
Nos contó su historia imitando a una serie de personajes.
Recuerdo claramente una charla donde estábamos con mis padres en la sala, junto a otros Testigos de Jehová que estaban presentes.  Decían: “¡Viene el Apocalipsis!  ¡Llegó el fin!  ¡Cristo vendrá!  ¡Y caerá granizo del tamaño de un automóvil!  ¡Dios va usar todo tipo de cosas para destruir este sistema malvado y eliminar a los gobiernos!  ¡Y la Biblia dice que la tierra se abrirá!  ¡Se va a tragar ciudades enteras!”
Yo estaba aterrado.  Mi madre me miró y dijo: “¿Ves lo que te va a pasar si no te bautizas y si no cumples con la voluntad de Dios?  La tierra te va a tragar, o te caerá uno de esos granizos enormes en la cabeza y te matará, y nunca más volverás a existir.  Tendré que tener otro hijo”.
No me iba a arriesgar a que me cayera uno de esos granizos gigantes en la cabeza.  Así que me bauticé.  Y desde luego, los Testigos de Jehová no creen en lo de rociar agua.  Te sumergen completamente, te tienen allí un segundo, y luego te sacan.
Eso fue a los trece años, el 7 de Septiembre de 1963, en Pasadena, California, en el Rose Bowl.  Era un importante encuentro internacional.  Había unas 100.000 personas.  Fuimos hasta allí en coche desde Lubbock, Texas.
Eventualmente, comencé a dar charlas más largas – diez minutos frente a la congregación.  Un siervo del circuito me recomendó dar las charlas de una hora que se dan los domingos cuando invitan al público en general.  Normalmente reservan esos [sermones] para los ancianos de la congregación.
[Con voz autoritaria] “Sí, es joven.  Pero lo podrá hacer.  Es un buen cristiano.  No tiene vicios, es obediente con sus padres y parece tener un buen conocimiento de la Biblia”.
Así fue que a los dieciséis años comencé a dar los sermones de una hora ante la congregación completa.  Primero me asignaron un grupo en Sweetwater, Texas; y luego, eventualmente, en Brownfield, Texas, tuve mi primera congregación.  A los veinte años, me había convertido en ministro pionero.
Los Testigos de Jehová tienen un programa de formación muy sofisticado y también tienen un sistema de cuotas.  Tienes que dedicar entre diez y doce horas mensuales a la prédica puerta a puerta.  Es como ser vendedor. 
Por eso, cuando me convertí en ministro pionero, le dediqué la mayor parte de mi tiempo al ministerio puerta a puerta.  Tenía que hacer cerca de 100 horas al mes y a la vez tenía siete cursos sobre la Biblia.  Comencé a dar sermones con otras congregaciones.  Comencé a tener mucha responsabilidad, y me aceptaron en una escuela de Brooklyn, Nueva York, una escuela de elite que los Testigos de Jehová tienen para “la crème de la crème”, el uno por ciento más importante.  Pero no fui.
Había algunas cosas que no me convencían completamente.  Por ejemplo, el sistema de cuotas.  Tenía la impresión de que cada vez que quería dar un giro y cambiar a otro nivel de responsabilidad, tenía que hacer todas esas cosas materiales seculares para demostrar mi religiosidad.  Era como que, si cumples con las cuotas de este mes, Dios te ama; y si el siguiente mes no lo haces, no te ama.  Eso no tenía mucho sentido.  ¿Un mes Dios me ama y el otro mes no?
Criticábamos a la Iglesia Católica porque tenían un hombre, un sacerdote, a quien le confesaban sus pecados.  Y decíamos: “No debería haber un hombre a quien confesarle los pecados.  El pecado es contra Dios”.  Pero aún así, acudíamos a un Cuerpo de Ancianos.  Les confesábamos nuestros pecados a ellos, y te ponían en espera, y decían: [Como si fuera un operador telefónico]: “Aguarde un minuto… ¿Qué piensas Señor?  ¿No?...  Está bien, disculpe, lo intentamos lo mejor que pudimos, pero no está lo suficientemente arrepentido.  Su pecado es muy grande, así que, o pierde la membrecía de la iglesia, o va a quedar a prueba”.
Si el pecado es contra Dios, ¿por qué no debo ir directamente a Dios para pedir misericordia?
Probablemente, la gota que rebasó el vaso fue que me di cuenta que leían su Biblia cada vez menos.  Los Testigos de Jehová tienen libros para todo lo que  publica la Watchtower Bible y la Tract Society.  Las únicas personas en todo el planeta que saben cómo interpretar las Escrituras Bíblicas correctamente, son este grupo de hombres, ese comité en Brooklyn, quienes les dicen a los Testigos de Jehová de todo el mundo cómo vestirse, cómo hablar, qué decir, qué no decir, cómo aplicar las Escrituras y cómo será el futuro.  Dios les dijo a ellos para que ellos nos lo digan a nosotros.  Yo apreciaba esos libros.  Pero si la Biblia es el libro del conocimiento y contiene las instrucciones de Dios; bien, ¿no deberíamos entonces obtener nuestras respuestas de la Biblia?  El propio Pablo dijo que busquemos nosotros mismos la verdadera y aceptable palabra de Dios.  No dejes que los hombres engañen tus oídos.
Yo comencé a decir: “No se preocupen demasiado por lo que diga Watchtower – lean ustedes mismos la Biblia”.  Eso les comenzó a llamar la atención.
[Con acento sureño]: “Creo que tenemos un apóstata aquí, señor Juez.  Sí, creo que este jovencito está a un paso de algo”.
Incluso mi padre me dijo: “Más vale que te cuides, jovencito, son los demonios los que te están hablando.  Son los demonios tratando de meterse y provocar divisiones”.
Le dije: “Papá, no son los demonios.  La gente no necesita leer tanto de esas otras publicaciones.  Pueden encontrar sus respuestas mediante la oración y leyendo la Biblia”.
Espiritualmente, ya no me sentía en paz.  Por eso, en 1979, sabiendo que no podía salir adelante, me fui, malhumorado y con un mal sabor en la boca, porque toda mi vida había puesto mi alma, mi corazón y mi mente en la iglesia. Ese era el problema: No los había puesto en Dios; los había puesto en una organización creada por el hombre.
No puedo ir a otras religiones.  Como Testigo de Jehová, había sido entrenado, mediante las Escrituras, para demostrar que todas las otras religiones están equivocadas.  La idolatría es mala.  La Trinidad no existe.
Era como un hombre sin religión.  No era un hombre sin Dios.  ¿Pero a dónde podía ir?
En 1985, decidí volver a Los Ángeles, participar del programa de Johnny Carson y dejar mi huella como actor y comediante.  Siempre sentí que había nacido para algo.  No sabía si sería encontrar la cura para el cáncer o ser actor.  Seguí rezando y después de un tiempo comencé a frustrarme.
Por eso fui a la Iglesia Católica cerca de mi casa, y lo intenté.  Recuerdo que era Miércoles de Ceniza y tenía esa cruz de ceniza en la frente.  Lo intenté lo mejor que pude.  Fui unos dos o tres meses, y no lo aguanté más.  Todo era:
De pie.  Sentados.
De pie.  Sentados.
Bien, saque la lengua.
Se hace mucho ejercicio ahí.  Creo que perdí como dos kilos.  Pero eso fue todo.  Estaba más perdido que nunca.
Pero nunca se me pasó por la cabeza la idea de que no existe un Creador.  Tengo Su número de teléfono, pero siempre está ocupado.  Comencé a hacer unas escenas en películas.  Una película llamada Deadly Intent.  Un comercial para teléfonos en Chicago.  Un comercial de Exxon.  Un par de comerciales de un banco.  Mientras tanto, hacía algo de trabajo de construcción por otro lado.

Trabajamos en un centro comercial.  Es la temporada navideña y pusieron unos puestos adicionales en los pasillos.  En uno de ellos había una chica, y teníamos que pasar justo por delante de ella.  Le decía: “Buenos días, ¿cómo estás?”.  Si decía algo, era “Hola”.  Nada más.
Un día le dije: “Señorita, usted nunca dice nada.  Quería pedirle disculpas si dije algo incorrecto”.
Ella respondió: “No, lo que pasa es que soy musulmana”.
“¿Usted es qué…?”
“Soy musulmana, y nosotras no hablamos con hombres extraños a menos que tengamos algo específico de qué hablar; de lo contrario, no nos relacionamos con hombres extraños”.
“Ahhhh, musulmana”.
Ella me dijo: “Sí, practicamos la religión del Islam".
“Islam - ¿cómo se deletrea?"
“I-s-l-a-m”.
Por aquel entonces, consideraba que los musulmanes eran todos terroristas.  Ella ni siquiera tenía barba.  ¿Cómo podía ser musulmana?
“¿Cómo comenzó esta religión?”
“Bueno, hubo un profeta”.
“¿Un profeta?”
“Muhammad, la paz sea con él”.
Comencé a investigar un poco.  Pero acabo de salir de una religión.  No tenía intención de convertirme en musulmán.
Pasaron las fiestas de fin de año.  El puesto fue retirado.  La chica se fue.
Seguí orando, y me preguntaba por qué mis oraciones no eran respondidas.  En noviembre de 1991, iba a llevar a mi tío Rockie a su casa después de estar en el hospital.  Comencé a vaciar los cajones para empacar sus cosas y había una Biblia de los Gedeones.  Me dije: “Dios ha respondido mis plegarias”.  Esta Biblia de los Gedeones (que desde luego, ponen en todos los cuartos de hotel).  Es una señal de que Dios está allí para enseñarme.  Acto seguido, robé la Biblia.
Fui a mi casa y comencé a rezar: Oh Dios, enséñame a ser cristiano.  No me enseñes el camino de los Testigos de Jehová.  No me enseñes el camino de los católicos.  ¡Enséñame tu camino!  No puedes haber hecho que esta Biblia sea tan difícil para que la gente común, que reza sinceramente, no la pudiera entender.
Leí todo hasta el Nuevo Testamento.  Comencé con el Antiguo Testamento.  Bueno, hay una parte en la Biblia donde habla de los profetas.
¡Epa!
Me dije: un momento, esa mujer musulmana me dijo que tenían un profeta.  ¿Cómo puede ser que no esté aquí?
Comencé a pensar, los musulmanes son unos mil millones en todo el mundo.  En teoría, una de cada cinco personas en la calle podría ser musulmana.  Y pensé: ¡Mil millones de personas!  Satán es bastante bueno, por lo visto.  Pero en realidad no es tan bueno.
Decidí entonces leer su libro, el Corán, y ver qué sarta de mentiras contenía.  “Seguramente tiene alguna ilustración de cómo desarmar un AK-47”.  Fui a una librería árabe.
Me preguntaron allí: “¿En qué le puedo ayudar?”
“Estoy buscando un Corán”
“Tenemos algunos por aquí”.
“Hay algunos muy bonitos – treinta dólares, cuarenta dólares”.
“Mire, sólo quiero leerlo, no quiero convertirme al Islam, ¿está bien?”
“Está bien, tenemos esta edición económica de cinco dólares".
Volví a mi casa y comencé a leer mi Corán desde el principio, con Al-Fatihah.  Y no podía quitarle los ojos de encima.
Miren esto.  Habla de Noé aquí.  Nosotros también tenemos a Noé en nuestra Biblia.  También habla de Lot y Abraham.  No lo puedo creer.  No sabía que el nombre de Satán era Iblís.  Qué les parece.
Es como cuando estás viendo televisión y la imagen tiene un poco de estática, y uno mueve el botón de sintonía fina.  Es exactamente lo que me pasó con el Corán.
Lo leí por completo.  Me dije: Bien, ya lo hice, ¿qué tengo que hacer ahora?  Bien, debo ir a donde se reúnen.  Busqué en las páginas amarillas y lo encontré: Centro Islámico del Sur de California, en Vermont.  Llamé y me dijeron: “Venga el viernes”.
Ahí comencé a ponerme nervioso porque ahora sabía que iba a tener que enfrentarme a Habib con su AK-47.
Quiero que la gente entienda lo que significa llegar al Islam para un estadounidense cristiano.  Lo del AK-47 es una broma, pero no sé si estos tipos tienen dagas escondidas en la ropa.  Por eso llegué a la entrada y allí había este tipo, 110 Kg, 1,90 m, con barba y todo, y me quedé pasmado.
Me acerqué y le dije “Disculpe, señor”.
[Acento árabe]: “¡Pase al fondo!”.
Él pensó que yo ya era un musulmán.
Le dije: “Sí, sí”.  [Tímidamente].
No sabía para qué iba al fondo, pero hacia allá fui de todos modos.  Tenían la tienda y las alfombras estaban afuera.  Estaba allí parado, algo tímido, y había personas sentadas escuchando el sermón.  Me decían: “Siéntate hermano, siéntate”.  Yo les respondía: “No gracias, gracias, sólo vine a visitar”.
El sermón terminó.  Todos se alinearon para la oración y comenzaron con las prosternaciones.  Me sentí desconcertado.
Todo comenzó a tener sentido intelectualmente, en mis músculos, en mis huesos, en mi corazón y en mi alma.
Las oraciones terminaron.  Pensé “¿Quién me va a reconocer aquí?”, por lo que me mezclé como un hermano más y caminé por la mezquita, y un hermano me dijo: “Assalamu alaikum”.  Pensé: “¿Dijo “salame y bacon (jamón)?”
Assalamu alaikum”.
Otro más me dijo “salame y bacon”.
No tenía ni la menor idea de qué me estaban diciendo, pero todos sonreían.
Antes de que alguien se diera cuenta de que no debía estar allí y me llevara a la cámara de torturas, o me degollara, quería ver lo más que pudiera.  Así que fui hasta la biblioteca, donde había un joven egipcio llamado Omar.  Dios me lo envió.
Omar se acercó y me dijo: “Disculpe.  ¿Es su primera vez aquí?”.  Tenía un acento muy marcado.
Le dije: “Sí, así es”.
“Oh, muy bien.  ¿Es usted musulmán?”
“No, sólo estoy leyendo un poco”.
“Oh, ¿está estudiando? ¿Es su primera visita a una mezquita?”
“Sí”.
“Venga, le voy a mostrar el lugar”.  Y me tomó de la mano, y allí fui caminando con otro hombre, tomados de la mano.  Vaya, estos musulmanes sí que son amistosos.
Me mostró el lugar.
“Primero que nada, este es nuestro salón de oración, así que debe sacarse aquí los zapatos”.
“¿Qué son esas cosas?”
“Son pequeños casilleros para poner los zapatos”.
“¿Por qué?”.
“Porque está próximo a la zona de oración, es un sitio muy sagrado.  No se puede entrar con los zapatos puestos; lo mantenemos muy limpio".
Entonces me llevó al salón de hombres.
“Y allí es donde hacemos wudú”.
“¡Vudú!  ¡No había leído nada acerca del vudú!”.
“No, vudú no.  ¡Wudú!".
“Está bien, porque he visto esas cosas con muñecos y alfileres, y no estoy listo para ese tipo de compromiso todavía”.
Él me dijo: “No, wudú es cuando nos purificamos”.
“¿Por qué hacen eso?”
“Bien, cuando le rezas a Dios, tienes que estar limpio, por eso nos lavamos los pies y manos”.
Así aprendí todo eso.  Cuando llegó la hora de marcharme, él dijo: “Espero que regrese”.
Volví y le pedí al bibliotecario algún librito sobre la oración, y regresé a mi casa y practiqué.  Sentía que si intentaba hacer lo correcto, Dios lo aceptaría.  Seguí leyendo y leyendo y visitando la mezquita.
Tenía un compromiso de ir a una gira por la región del medio oeste con un grupo de comediantes.  Me llevé conmigo una alfombra de oración.  Sabía que debía rezar a ciertas horas, pero hay ciertos lugares donde no se debe rezar, y uno de ellos es el baño.  Fui al baño de hombres de una parada de turistas, desplegué mi alfombra y comencé a realizar mis oraciones.
Volví, y al terminar Ramadán, comencé a recibir llamados de distintos lugares del país para dar conferencias como un ministro de los Testigos de Jehová que había adoptado el Islam.  La gente me veía como una novedad.

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